Capítulo 15

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Las horas pasaban demasiado lento. Mi compañero no estaba dispuesto a conversar y ambos habíamos estado mirando el mismo punto fijamente desde que acabamos nuestra primera y única conversación. El sol ya estaba un poco más alto y, aunque me daba directamente en la piel, estaba tiritando de frío. La brisa que corría desde aquel lugar tampoco ayudaba a que mi temperatura se mantuviese estable o, al menos, a que el ambiente fuese agradable. Estaba muy encogida sobre mí misma, pero la falta de prendas de vestir comenzó a pasarme factura.

A veces observaba a Merengue. Sus ojos eran unas simples cuencas esculpidas en la nieve y me parecía un misterio que realmente viese algo. Sin embargo, aunque él notaba mi presencia y que mi atención estaba puesta en él, no se movió. Simplemente parecía inanimado, como si dos niños con una imaginación muy desbordante hubieran decidido hacer el muñeco de nieve más grande del mundo. Sin embargo, su pecho se movía hacia arriba y hacia abajo. Respiraba. Pero, al mismo tiempo, era evidente que no sangraba, por lo que no tenía órganos. Después, recordé que Olaf mencionó que no tenía huesos, por lo que Merengue tampoco. Sin embargo, ambos tenían inteligencia y sentimientos. En ese momento, me parecieron criaturas realmente particulares. Los creadores de la película fueron muy imaginativos.

El frío, a pesar de que yo intentaba distraerme con mis pensamientos, se volvió insoportable. Pero no era normal, la temperatura exterior era más cálida que mi propia piel. Probablemente, tanto tiempo en un clima tan frío con tan poco abrigo estaba haciendo que me resfriase. Y eso no era buena señal, pues la última vez acabé hospitalizada. Me llevé las manos a la boca y expulsé algo de aire caliente sobre ellas, como si eso fuese a remediar algo, pero la sensación, dada la situación, era agradable. A pesar de todo, permanecí allí, esperando a Elsa. Por algún motivo, me importaba el hecho de estar con ella.

Las puertas del castillo hicieron un ruido al friccionar contra el suelo, y éste fue seguido por el sonido de unas pisadas hechas con tacones. Elsa había salido, probablemente para ver a Merengue. Sus pasos eran lentos, como si quisiese acariciar cada escalón que la conducía al exterior. Probablemente, se sorprendía de verme allí. Sin embargo, no me di la vuelta, quería darle tiempo para reaccionar, ya que sabía que se ponía muy nerviosa cuando las cosas eran improvisadas.

Pasó por mi lado, y fue el único momento en el que me permití mirarla. Me sonreía tímidamente, aunque sus ojos, rojos de haber llorado, denotaban preocupación y miedo. ¿Realmente hice bien en quedarme? A lo largo de mi vida, tuve un historial muy completo empeorando situaciones, no quería que eso pasara con ella. Se acercó a Merengue y alzó la mano para tocarlo. El muñeco reflejó paz en su rostro y, simplemente, se dejó hacer. Era una escena muy tierna, como ver a una madre con su hijo, aunque la relación que ellos dos compartían era algo diferente.

- ¿Te encuentras bien? – preguntó Elsa de repente al muñeco-.

-Sí, mi Reina.

-Solo Elsa – le sonrió-.

-Ella me ha ayudado, Elsa. Estaba descompuesto en algunas partes.

-Lo sé – se dirigió a mí-. Te vi desde ahí – señaló el balcón con el mentón-.

El silencio se hizo entre nosotras una vez más, pero era muy tranquilo, como si no hiciesen falta las palabras para comprendernos. Revisó a Merengue durante un rato y, cuando terminó, se sentó a mi lado. Yo la observaba sonriendo, ya que, probablemente, era lo que ella necesitaba, que alguien le transmitiera confianza. Ella se sonrojó ligeramente y, durante unos segundos, se quedó sin saber qué hacer. Por último, optó por echarme la capa de su vestido encima, por lo que se tuvo que acercar más a mí. Percibí su agradable calor corporal casi inmediatamente. La capa, a pesar de ser transparente, ligera y hecha de hielo, daba bastante calor, casi tanto como Elsa. ¿Tendría algo que ver?

-Siento... Siento no haber salido antes.

-No pasa nada, estaba dispuesta a esperar.

-Yo... cuando os eché quise inmediatamente que volvieseis. Pero cuando vi a Anna en el suelo pensé que le había hecho daño. No me puedo permitir hacerle algo con mis poderes una segunda vez. Ni a ella ni a nadie.

-Sobre eso... Fui yo – su cara pasó a una sorprendida-. Perdiste un poco el control y la empujé.

-Oh – dijo relajando su rostro-. Gracias, supongo. El caso es que no quería hacer daño a nadie, supuse que lo mejor sería estar sola. Pero cuando estaba allí arriba os escuché a los dos hablar, y vi lo bien que te portaste con él. Llevo horas dudando, no sabía si quedarme dentro o salir. Hace cinco minutos decidí que no te podía dejar aquí.

-Veo que meditas mucho tus decisiones – reí, lo que provocó que ella me acompañase-.

-Sí, bueno, en mi caso, no puedo ser espontánea, sería un desastre – de nuevo callamos, Elsa parecía estar pensando-. ¿Por qué no te fuiste con mi hermana?

-Te dije que no te iba a dejar sola – la agarré de la mano y, con la otra, comencé a acariciarle la palma, ella parecía disfrutar de aquello-. Sabía que necesitabas espacio, todos lo necesitamos de vez en cuando para pensar. Pero, cuando necesitases apoyo, quería que supieras que estaría aquí para lo que... - su cara adquirió una cara de absoluto horror y se soltó de mí-. ¿Qué?

-T-tu pelo... Se... se vuelve blanco.

Me cogió un mechón para observarlo, conocía aquella mirada. Su corazón había adquirido una cerradura más. Por otro lado, era cierto, pues pude ver cómo cambiaba de color entre sus manos. Pero, ¿por qué? Que yo supiese, no me había pasado nada, y no podía ser que me hubiese hecho algo Merengue. Aparte del momento en el que lo arreglé, no me había tocado ni dañado.

-Será nieve – me revolví el pelo-.

-No es nieve, Liah – dijo volviendo a tensarse-. Y-yo he visto esto antes... A mi hermana. L-le congelé la cabeza y tiene un mechón así desde pequeña. Pero tú... - cogió otro mechón-. Tú tienes más de uno.

Comencé a comprender la situación. Si a Anna no le había pasado nada, quizá era yo la del corazón congelado. Empujarla a ella me había puesto en su lugar. Sin embargo, no había nada que temer, ni siquiera era una situación real. Todo pasaría a ser un recuerdo en unas cuantas horas. Elsa comenzó a alterarse, ya que comenzaron a caer copos de nieve a nuestro alrededor. Merengue nos miraba, evidentemente preocupado por ella.

-Eh – la cogí de las mejillas, necesitaba que me mirara-. No va a pasar nada, tranquila. Seguro que no es algo por lo que preocuparse.

-No... - dijo pensando-. Sé a dónde tenemos que ir. Mi padre... mi padre llevó a Anna con los trolls, ellos la ayudaron a recuperarse. Podrían hacer lo mismo contigo.

-No es necesario, cuando despierte todo habrá pasado - ¿tan difícil era para mí pensar antes de hablar? -.

-Mírate, ni siquiera dices cosas coherentes. Necesitas ayuda urgentemente. Vamos.

Se levantó y volvió a entrar al castillo. Al estar tantas horas sentada en la misma postura, me costó más de lo normal volver a moverme con naturalidad. Elsa salió de manera apresurada del castillo y, en una mano, portaba mi chaqueta. La puso sobre mí, esperando a que yo me la colocase correctamente y, cuando lo hice, comenzamos a caminar. Merengue también se levantó, dispuesto a escoltarnos. Elsa me agarró de la mano, completamente preocupada y comenzamos a recorrer la colina cuesta abajo. Yo sabía que aquello era inútil, no era necesario y, si mi sueño tenía un toque de verosimilitud, con el corazón helado ellos no me podrían ayudar. No era la cabeza.

Ella no había abandonado en todo momento su nerviosismo, lo que hacía que su paso fuese acelerado y que yo, a duras penas y dificultada por la nieve, pudiese ir a su ritmo. En un determinado momento, decidí entrelazar mis dedos a los suyos. Ella percibió el contacto y, por una vez en mucho rato, notó mi cansancio y el suyo propio. Con esa petición agradable y silenciosa, ambas fuimos juntas a un paso más lento,en busca de los trolls.    

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