Capítulo 24

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Al pronunciar aquellas palabras, mi rostro comenzó a tomar un tono rojizo que contrastaba notoriamente con la palidez que había adquirido los últimos días. Sin embargo, mantuve la mirada posada en los ojos de Elsa, la cual esperaba nerviosa una respuesta. Solo acerté a asentir con la cabeza porque sentí que, en ese momento, mis cuerdas vocales no funcionaban. Noté cómo su respiración se entrecortó, pero me dedicó una sonrisa y pasó una mano por mi espalda mientras se dirigía al vestidor. Me recorrió un escalofrío por todo el cuerpo y, extrañamente, pensé que habría dado cualquier cosa por haberlo sentido nuevamente en ese mismo instante.

Cuando Elsa salió, se veía completamente hermosa. De nuevo, vestía con aquel hermoso atuendo de hielo, pero su pelo aún estaba completamente libre, lo cual le daba un aire muy diferente, más... sensual, ya que, al caminar, sus mechones plateados parecían jugar con su cuello y con las curvas de su espalda. Se acercó al lugar en el que yo me encontraba y, mirándose al espejo, comenzó a hacerse su característica trenza. Me acerqué a ella por la espalda, admirando cada uno de sus gestos y la delicadeza con la que sus dedos recorrían su pelo. Ella me miró de soslayo, pero pronto continuó su tarea con mucha más concentración.

- ¿Sabes? Te ves preciosa con el pelo suelto.

-G-gracias... - respondió con un intenso y repentino sonrojo-.

Ante ese halago, terminó de peinarse de una manera más rápida y tosca. Por algún motivo, estaba nerviosa. Después se dio la vuelta y me miró intensa y amablemente, seria y despreocupada al mismo tiempo. ¿Qué se le estaría pasando por la mente? Sin tener respuesta, me cogió de la mano, aunque yo creía que era algo que no quería volver a hacer, pues no lo había hecho desde que estábamos en el castillo. Me condujo a la puerta, pero, antes de salir, posó la mirada en su hermana, la cual seguía profundamente dormida. La miró con ternura y se acercó a ella. Después, la observó con adoración, cogió la desaliñada manta que estaba alrededor de Anna y la puso sobre sus hombros, a lo que ella respondió con una inconsciente sonrisa. Elsa, con una extraña nostalgia plasmada en sus ojos, sonrió a Anna, le apartó el flequillo con suavidad y le besó la frente. Entonces, comprendí que era algo que hacía trece años que había anhelado hacer; estar junto a su hermana y cuidarla, simplemente poder tocarla sin temor.

Cuando se aseguró de que Anna estaba bien, se dio la vuelta para volver junto a mí. Abrió la puerta, me cedió el paso y, antes de marcharnos, volvió a echar un vistazo dentro de la habitación para supervisar que todo estaba bien. Cerró sin hacer ningún tipo de ruido, por lo que Anna, probablemente, dormiría tranquilamente hasta el mediodía sin ser molestada; nadie la buscaría allí. Elsa se adelantó y yo la seguí a través de los pasillos. Extrañamente, todo el castillo se sentía cálido, lo cual contrastaba mucho con lo que habría ocurrido a esas alturas de la película. El duque de Wesselton, Hans y el resto de gobernantes parecían muertos de frío. ¿Acaso...?

Miré por la ventana más cercana y, al estar empañada, pasé mi manga por el cristal. En el exterior, una gruesa capa de nieve cubría las calles y algunos niños hacían guerras con bolas de nieve. El sol lucía brillante sobre el agua congelada del fiordo. Sin embargo, todos los comercios estaban cerrados. Si el castillo era más cálido se debía probablemente a las chimeneas y a que el sol estaba presente, al contrario que momentos antes de la ventisca que debería haber ocurrido. Cuando dejé de mirar, Elsa me estaba esperando unos pasos lejos de mí, con cara triste y culpable. Me acerqué para cogerla de la mano y acercarla a la ventana, pero ella observaba a través de ella con la mirada vacía.

-Mira. Hay niños jugando en la nieve. Se ven felices.

-En esta época del año, deberían estar jugando a orillas del fiordo – me contestó con un susurro-.

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