Capítulo 21

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Salimos de la habitación y volvimos a recorrer los mismos pasillos por lo que Hildur me había llevado con anterioridad. No tardamos mucho en volver a la escalera de caracol, ya que, según Olaf, en esa parte del castillo solo había dormitorios, nada divertido. Muy a mi pesar, bajé pensando que, probablemente, tendría que volver a subir más tarde. Por otro lado, la bajada fue mucho más sencilla y rápida, por lo que abandoné esa idea pronto. Al principio, andábamos sin ningún tipo de rumbo, pero Olaf me cogió de la mano y empezó a tirar de mí. Su tacto me pareció curioso, ya que, aunque sus manos eran ramas, se sentían templadas y suaves, al contrario que su cuerpo, el cual era más frío. ¿Sería por eso que le gustaban los abrazos cálidos?

Me condujo durante un largo rato por todo tipo de salas, y pude reconocer, entre ellas, la sala decorada con cuadros y el salón de baile, pero ninguno de los dos parecía tan acogedor como yo los recordaba, estaban vacíos y apagados, como si hubiesen sido abandonados. Cuando traspasamos todas las salas, me llevó por un pasillo que debía estar permanentemente iluminado con velas, ya que no había ningún tipo de ventana. En esa zona, ni siquiera corría el aire, lo que hacía que éste estuviera cargado de olor a comida. En ese momento, me hice una ligera idea de adónde me llevaba, y lo agradecí mentalmente.

Cuando empujó la puerta, acto que le costó bastante debido a su tamaño, pude ver una cocina perfectamente organizada y con bastante ajetreo a pesar de tener solo un par de cocineros en ella. Hildur no se encontraba allí, por lo que supuse que, entre sus funciones, no estaba la de cocinar. Olaf, como todo un caballero, me llevó a un lugar en el que sentarme y habló con uno de los empleados. Aunque éste le contestaba amablemente, era más que evidente que no le agradaba tener allí al muñeco de nieve. Lo miraba como si fuese un monstruo potencialmente peligroso, a pesar de tener esa cara tan dulce y esa personalidad tan despreocupada. Volvió junto a mí y, unos momentos después, el cocinero se dirigió hacia nosotros.

-Buenas tardes, señorita – me dijo con una sonrisa-. Aquí el... amiguito, dice que es una invitada especial de nuestra Reina. Será un placer servirla en todo lo que sea necesario. Mi nombre es Ivar.

-Buenas tardes – repetí con la misma cortesía-. Mi nombre es Liah, encantada de conocerte.

-Un placer, señorita Liah.

-Solo Liah – respondí restándole importancia al protocolo que supuestamente deberían tener conmigo-.

-Como desees – dijo con una sonrisa-. Como verás, mi especialidad es la cocina, y apuesto lo que quieras a que tienes hambre, ¿hay algo que quieras comer?

-Pues... supongo que una pizza no estaría mal.

- ¿Qué? – dijo extrañado, era evidente que no conocían aquella comida-.

-Nada, nada. Eh... ¿qué me recomiendas?

-La sarbaca es mi especialidad.

¿Pero qué diablos era eso? Él se percató de que no tenía ni idea de lo que me estaba hablando, así que me explicó en lo que consistía el plato. Ni siquiera comprendí cómo se llamaban la mayoría de los ingredientes que contenía, pero pude llegar a la conclusión de que era una receta de carne. Para no llamar demasiado la atención, accedí a que lo hiciese. De todas formas, si era su especialidad, debía estar bueno. Por otro lado, me explicó que era un plato que no podía recalentar, por lo que siempre hacía las cantidades justas y debía prepararlo en ese instante. Para aprender un poco y para no sentarme a mirar sin más, cogí un cuchillo y lo ayudé con algunas cosas. Sin embargo, no conté con que uno de los ingredientes era demasiado duro, así que la hoja resbaló y me cortó la yema del dedo. Por suerte, no fue nada grave, y pude proseguir bajo la atenta y curiosa mirada de Olaf. Cuando terminamos, ofrecí al cocinero asiento para poder disfrutar los tres de la comida.

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