Capítulo 22

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Encontrar aquel despacho me costó más de lo que creí. Incluso me perdí un par de veces en el castillo, pero, investigando, conseguí encontrar uno en el que una mujer hablaba en voz alta, como si aquello aclarara sus enmarañadas ideas. Sin duda, esa era la voz de Elsa, y jamás la había escuchado tan irritada. Era evidente que aquellos papeles la estaban sacando de quicio. Toqué a la puerta tal y como Anna lo hacía tan característicamente, pero no obtuve respuesta, por lo que insistí.

- ¡Ahora no tengo tiempo, Anna! – oí al otro lado-.

-No soy Anna.

- ¡Tampoco tengo tiempo para ti, Liah!

- ¿Ni siquiera si traigo refuerzos? – pregunté suavemente-.

-No necesito refuerzos, ¡necesito que ese hombre salga de mi país y no vuelva jamás!

-Pues... pensaba que el chocolate te ayudaría, pero si no quieres me lo llevo – jugué mi mejor carta, pues esa era la debilidad de Elsa-.

De pronto, pude oír que suspiraba y que sus tacones resonaban fuertemente contra el suelo. Cuando paró, abrió la puerta, y pude ver que su rostro estaba mucho más relajado que lo que sugería su tono de voz, pero que algunos de los mechones de su pelo estaban desordenados por haber estado jugando con ellos. Quizá, eso lo hacía cuando solía estar nerviosa. Miró las tazas con verdadero deseo y se hizo a un lado para darme paso. Cuando entré, me fijé en que todo era un puro caos organizado, pues los papeles se encontraban esparcidos por todas partes, pero, al mismo tiempo, estaban clasificados. ¿Cómo había tantas cosas si solo había estado fuera tres días?

-Déjalo donde puedas. Y siento no tener tiempo – me dijo con cara triste- pero deberás irte cuando acabemos.

-No solo el chocolate es refuerzo, ¿sabes? He venido a ayudarte, aunque sea para clasificar papeles.

- ¿En serio?

-Claro, para eso están las consejeras, ¿no? – contesté sonriendo-.

Ella se sonrojó ante esa aclaración, aunque, realmente, no tenía ni idea de por qué. Decidí ignorarlo y, tras despejar un par de sillas, nos sentamos y le tendí su taza, la cual ella cogió amablemente. Rozó mis manos ligeramente, lo que provocó que una pequeña descarga eléctrica recorriese mi columna, pero, al mismo tiempo, me alegró mucho que ella no le hubiese dado más importancia de la que tenía, al igual que había ocurrido unos días antes. No me di cuenta, pero Elsa, en tan poco tiempo, había cambiado mucho.

- ¿Qué se supone que es todo esto? – pregunté mirando a mi alrededor-.

-Esto... ¡esto es el más vil intento de boicot que he visto en toda mi vida! El duque de Wesselton le dijo a mi hermana que, como es demasiado joven y no lo entendería, era más recomendable que le dejaran las transacciones comerciales a él, por ser nuestro socio comercial. Nosotros les damos piedras preciosas a cambio de materiales como telas, pinturas o tintes. Un trato justo hecho por mi padre. No es como si realmente lo necesitásemos, vivimos más al norte que ellos y nuestra fauna nos puede proporcionar todo eso al tener más pelo, pero era una manera de mantener una estabilidad por ese peso histórico. Sin embargo, ha reducido el coste de nuestra producción a precios de risa y, para que no podamos defendernos, ha devaluado la moneda. Según esto – me enseñó un papel- no vale nada. ¡Nada! ¡Ese idiota ha estado a punto de arruinar mi país! Si eso pasase, podrían hacerse con él nuevamente. No pienso ceder el legado de mi familia para que vuelvan a tratarnos como esclavos.

-Bueno, tranquila, seguro que podemos buscar una solución a todo esto. Solo hay que desautorizarlo, ¿no? – me miró enormemente fastidiada, ya que, al parecer, dije algo evidente-. Es decir, lleva tiempo, pero ahora que tienes secretaria seguro que acabamos para la hora de cenar.

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