Capítulo 8

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- ¿Cómo te sientes? – dijo volviendo a llamar mi atención-.

-Un poco mejor.

Todo volvió al silencio, yo miraba a Elsa y ella decidió poner su atención a cualquier cosa que no fuese yo. Esa incomodidad volvió a instalarse entre nosotras, pero me daba la sensación de que ambas teníamos mucho de qué hablar. Elsa tomó aire y abrió la boca, pero luego la volvió a cerrar. Ese gesto lo repitió un par de veces y, en ese tiempo, yo sí encontré las palabras para expresar lo que quería decir.

-Gracias – dije en voz baja, pues era más que suficiente para que ella me escuchase-. Sin ti aún seguiría ahí – añadí con una sonrisa apenas esbozada-.

-No hay de qué – volvió a quedarse callada unos minutos, pero carraspeó, respiró profundo y se obligó a continuar-. ¿Para qué querías el libro?

-No sé... Cuenta la leyenda que sirven para leer – contesté en tono de burla-.

-Ya – sonrió nerviosamente-. Es que, quiero decir... No mucha gente en mi reino sabe leer o escribir. Todavía...

-Tu hermana me comentó algo así, no soy hija de noble si es lo que quieres preguntar.

- ¿Mi hermana?

-Sí, se chocó conmigo en el pueblo y me habló francés. Como le contesté creía que me había perdido de camino a tu coronación, pero el caso es que ni siquiera estaba invitada. Eso es cosa de la clase alta - añadí con puro desprecio a ese tipo de sistema-.

-Ya... yo quería que todo el mundo pudiese ir, aunque, como todavía no tenía el poder, mi consejo lo prohibió. Pero... yo te hablé inglés y también me contestaste.

-Porque también sé inglés.

Me miró, confundida. Seguramente, ella tendría en mente que yo no habría tenido la posibilidad de acceder a una educación por no ser hija de alguien importante. Supuse que lo que aprendía en la vida real lo mantenía en mente mientras dormía. Volvió a estar en silencio, sopesando todo aquello que le había dicho. Entonces se le pasó una nueva idea por la cabeza, y esta vez no dudó en preguntar.

-Tú... ¿Dónde aprendiste?

- Creo que me toca a mí preguntar – dije queriendo evitar contestar aquello-. ¿Por qué en la casa real os empeñáis en hablarme en otro idioma? – realmente, era una pregunta que me había estado haciendo desde que Anna comenzó con todo aquello-.

-Bueno – paró unos segundos para escoger las palabras adecuadas-. Es que tú no eres como el resto de las chicas de por aquí, pareces extranjera.

-Pero yo ni siquiera hablé primero ni tengo ningún tipo de acento, ¿qué te hace pensar eso?

-Pues... - comenzó a sonrojarse, quizá era una pregunta incómoda-. Es t-tu ropa.

- ¿Qué pasa con ella? – me miré de arriba abajo, no había nada raro ni colores que llamasen la atención-.

-Es que... llevas pantalones. Por aquí o por las costumbres que he leído de otros países, eso es cosa de varones. Las damas solemos usar vestido – dijo incómoda, al parecer, no quería juzgar mi apariencia-. Y esa chaqueta tiene un cierre muy raro, ¿qué tipo de botón es ese?

- Se llama cremallera. En el lugar del que vengo, que una mujer lleve pantalones no es raro y este cierre está en casi todas las prendas de vestir. Alguna vez deberías usar unos, son cómodos.

Una vez más, se quedó callada meditando todo lo que le decía. Probablemente, estaría haciendo memoria de algún lugar en el que las mujeres llevasen ropa distinta, o si había leído alguna vez el término "cremallera", pero claramente no iba a ser una tarea fructífera. De repente, todo el ambiente se volvió un poco más pesado. Sentía que, quizá, no debería haber hablado sobre nada de mi vestimenta, ya que, en realidad, no era algo que existiera en ese lugar. Sin embargo, la cara de Elsa se relajó y me miró con intensidad, como si quisiera saber más de mí.

- ¿Desde cuándo vives en Arendelle?

-Oh, eh... no vivo aquí, solo estoy de paso.

- ¿A dónde te diriges?

-A... A las Islas del Sur – mentí, ya le había dicho suficientes cosas raras-.

-Ese lugar me suena. Creo que era el lugar de donde venía ese tal Príncipe Hans.

-Sí, ese falso. Tu hermana hace muy mal en querer casarse con él sin conocerlo – me miró completamente desconcertada-.

- ¿Cómo sabes tú eso?

-Las noticias vuelan, podría decirse – contesté incómoda-.

-Está bien... Creo que te estoy haciendo demasiadas preguntas. ¿Hay algo que tú quieras saber?

-No en especial – realmente, es que no había nada que no supiese, es decir, solo unas horas antes me había examinado de una asignatura dedicada a esta película-.

- Creía que, al menos, este tema de los poderes de hielo te llamaría la atención.

- No creo que haya mucho que explicar si son de nacimiento.

Maldita sea, hablaba demasiado antes de pensar. Elsa me miró tan intensamente que creía que iba a leerme la mente. Sin embargo, recordé las tardes lluviosas en las que Abi y yo jugábamos a las cartas y yo adquiría una expresión indescifrable, y la apliqué justo en ese momento para defenderme. No debía dejarle saber que yo conocía todo lo que pasó y pasaría, ya que sería muy difícil de explicar y me despertaría con dolor de cabeza. Apreciaba demasiado mi salud como para arriesgarme a eso. Comprendiendo que no la dejaría ver a través de mí, apartó la mirada y la dirigió a la estantería. Probablemente, estaría pensando en que tenía que arreglarla.

-Liah – dijo de la nada llamando mi atención-. ¿Qué era exactamente lo que querías leer?

-Un libro de la historia de Arendelle, se veía interesante comparado con los libros de economía.

Sonrió ligeramente y se levantó de mi lado. Caminó unos pasos meneando las caderas suavemente y se paró frente a la estantería. Abrazó con una mano su cintura mientras que la otra se la llevó al mentón, pensativa. Aquella postura la hacía parecer atractiva, pues a pesar de su simplicidad y espontaneidad parecía que hubiese estado estudiando esa pose durante bastante tiempo. Buscó con la mirada en todos y cada uno de los estantes en los que todavía quedaban libros. Aparentemente no estaba el que yo le había dicho y, volviendo a acercarse a mí, se agachó para examinar los libros que no se habían roto.

Giré la cabeza para observarla. Primero, me fijé en sus perfectas manos rozando las tapas de los libros para quitar los pequeños cristales que las cubrían. Poco a poco, seguí el recorrido que su brazo trazaba hasta los hombros y mi vista fue atraída por sus clavículas. Eran apenas una ligera marca en su cuerpo; resaltaban lo pequeña que se la veía. Sin embargo, sin poder evitarlo, bajé la vista observando cada centímetro de su perfecta piel y, de repente, me encontré con su escote. Noté que mis mejillas comenzaron a enrojecerse, pero, en ese momento, me pareció una tarea imposible apartar la vista. Elsa me miró, y fue ese el momento en el que volví a recuperar el sentido de la decencia. Al parecer, se dio cuenta de lo que estaba observando. Echó el cuerpo hacia atrás y lo dejó reposar sobre sus rodillas. Al mismo tiempo, apartó la vista de mí, la fijó en un punto que, al parecer, se había convertido en el lugar más interesante del mundo y entrelazó las manos en el regazo. Estaba absolutamente nerviosa y evidentemente acalorada, pues su cara estaba muy roja.

-E-el libro – dijo con la voz temblorosa-. No está, debe... debe haberse roto. Si quieres... - dijo después de un rato-. T-te lo puedo contar.

-Muchas gracias, meencantaría – respondí sonriendo-.    

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