Capítulo 27

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Año 1

Uno de los pocos entretenimientos que tenía en mi estado de congelación era contar mentalmente los días que pasaban. Transcurrieron exactamente 25 hasta que Elsa quiso recibir su primera visita. Naturalmente, abrió la puerta a su hermana, la cual intentaba que ella no se encerrase en sí misma de nuevo. Por las conversaciones que tuvieron, me enteré de que el invierno no había vuelto a Arendelle por la tristeza de la Reina. Eso me hacía un tanto feliz, ya que nuestra última conversación la había tenido presente, "Aunque ya no te tengo a ti", solía decir a mi cuerpo entre susurros. Olaf, a veces, iba a visitarla para levantarle el ánimo y ella, siempre tan cálida y considerada con los demás, lo recibía y lo despedía con una sonrisa. Tras cerrar la puerta, esta se desvanecía y se sumergía en toneladas de documentos solo para no pensar en nada.

Cuando mi cuenta llegó al día 239, recibí mi primera sorpresa en mucho tiempo. Como cada mañana, Elsa se levantó para dirigirse hacia mí, encajó su mejilla en mi mano y me susurró un triste "Buenos días". Sin embargo, la observé durante un rato y, en vez de volver a su cama, peinó con dedicación aquellos mechones plateados y, careciendo del decoro que habría tenido de saber que yo seguía allí, comenzó a desabrocharse los botones del camisón. Después, pasó suavemente las manos por sus hombros y, ayudada por la gravedad, el atuendo se deslizó por el resto de su cuerpo, dejando al descubierto una blanca y tersa piel rosada en su torso, aunque una fina y atrevida ropa interior femenina descansaba sobre sus caderas, provocando, al mismo tiempo, que sus curvas y sus piernas llamaran de la misma manera la atención. Sin duda, era la mujer más atractiva que había visto, y, probablemente, superaba todo aquello que podría haber visto en mi mundo. Incluso temí que mi cuerpo se fundiese y que acabara desapareciendo, pero, al parecer, la temperatura solo subió en mi mente.

Tras recoger el camisón del suelo, se acercó a un conjunto que estaba preparado junto al espejo y se ajustó un corsé que, a simple vista, parecía ligero. Finalmente, tras haberse puesto un vestido que hacía juego con sus profundos ojos, me dirigió otra mirada, pero era una que no había visto en mucho tiempo; era de decisión y seguridad. Entonces, se dirigió a la puerta y la cerró suavemente. Definitivamente, se había cansado de estar deprimida, y esa era su manera de decirme que aquella situación se había acabado. Me alegré extremadamente al verla salir con aquella actitud y, aunque ese día y los venideros me sentí sola, estaba feliz por ella. Todas las noches, sin falta, me contaba qué había estado haciendo o con quién se había reunido, aunque, a veces, se recordaba a sí misma que lo que hacía no tenía sentido. Sin embargo, pensé que fue una suerte que, de alguna manera, ella pensara en la posibilidad de que realmente la escuchaba, ya que, si no, habría sido una larga y aburrida existencia. Una de esas noches, Anna tocó a la puerta, y Elsa la recibió.

-Necesito tu opinión sobre algo – dijo aceleradamente-. Mañana tengo una cita con Kristoff, pero no sé a dónde quiere que vayamos. El caso es que no sé qué ponerme, porque estoy entre estos tres vestidos – se acercó a la cama y los extendió todos, dubitativa-. ¿Tú que crees que le gustará?

"Definitivamente el verde.", habría dicho yo si pudiesen oírme.

-Creo que deberías escoger uno que realmente quieras llevar – dijo Elsa contestando políticamente-.

- Ese es el problema, que quiero llevar los tres – respondió Anna exasperada-. Solo... ¿cuál crees que se ve mejor en mí?

- Todos se ven bien en ti, por eso los compraste, ¿no? – Anna la miró con el claro mensaje de que esa respuesta no le ayudaba-. Está bien... el verde. Es tu color desde siempre.

Con ello, Anna se presentó a la cita con el vestido que su hermana le recomendó y, cuando volvió, buscó a Elsa por todas partes para contarle su experiencia. Kristoff la llevó a dar un paseo por el bosque subido en el trineo, junto con Sven, y la llevó a un picnic preparado por él mismo. Ella sabía que al chico no le gustaba permanecer durante mucho tiempo en el pueblo, así que se reprochó el no haberlo imaginado antes. Le contó a Elsa que fue un verdadero caballero con ella y que la comida había sido deliciosa. Sin duda, Anna era una de esas chicas a las que se les conquistaba con carisma, amabilidad y comida. Finalmente, le dijo a su hermana que la llevó a una zona donde las flores crecían bellas, fuertes y con diversos colores, y que, tras haberla conducido al centro del lugar, habló con ella y le confesó todos sus sentimientos de una manera que ella no creía que podía expresar. Cuando terminó, le preguntó formalmente si quería ser su novia, a lo que ella contestó con un beso. Elsa, mientras escuchaba aquel relato, tenía una débil sonrisa en su rostro y me miraba, al igual que yo lo hacía, anhelante de poder hacer lo mismo.

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