Capítulo 16: Romeo inglés

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La noche ya se había instalado en la "Ciudad que nunca duerme", precisamente haciendo honor a su sobrenombre no era de extrañar que aún el ruido continuará inundando las calles ni tampoco que los carruajes continuarán llevando pasaje. A esa hora no había muchas luz, como sabiéndolo la luna creciente iluminó la calle sesenta y nueve marcando un camino directo desde "Central Park" hasta la Avenida Columbus, desde aquel mítico parque apareció caminando lentamente la figura gallarda de un hombre alto, enfundado en un cómodo abrigo negro con una bufanda del mismo tono cubriéndolo de tal manera que no se permitía contemplar del todo su rostro, sus ojos a esa hora y con esa obscuridad no se apreciaban pero si alguien lo hubiese visto hubiera encontrado un mar encrespado debido a las ansias que tenían a aquella garbosa figura nada tranquilo, tal vez en apariencia se vería así pero el trozo de mar que sus pupilas resguardaban delataban sus emociones.

No llevaba ni media cuadra andando cuando se percató que todos estaba vacío, sin miradas intrigosas o chismosas que le delataran, giro hacia la derecha para adentrarse en un minúsculo callejón que servía para separar dos reincidencias y para tener accesos a los patios traseros de las mismas por donde entraban y salían los empleados. Con parsimonia recorrió los diez metros hasta su destino, una puerta enrejada impedía su paso pero no por mucho pues de su abrigo sustrajo una llave que le dio acceso.

Entrevió lo suficiente para adentrase con sumo cuidado para no ser visto ni escuchado por nadie de la servidumbre. Continuó su camino oculto en las sombras noctámbulas de ese jardín hasta detenerse casi en su destino.

—«No me lo creo, sólo a mí se me pueden ocurrir estas cosas y sólo a mí me pueden pasar estas cosas –eran los pensamientos de Terry mientras se decía por hacer o no aquello– Pero si el Duque y mi "suegrito" creen que les hará caso, están equivocados, muy equivocados, sólo los dejare creer que todo es como ello quieren.»

La segunda semana de enero estaba llegando a su fin, mientras que las dos ultimas de diciembre habían sucedido en una velocidad vertiginosa, ni Navidad ni Año Nuevo nunca habían sido del agrado de Terrence, esas fechas le eran insignificantes, sin nada que celebrar hasta un año atrás cuando obtuvo su primera oportunidad en el teatro, pero este año, 1916, había sido sin duda alguna lo mejor de su vida, bueno sólo existía el pequeño detalle del accidente que ocurriera durante el ensayo y posterior muerte de su compañera Susana Marlowe, de ahí en fuera todo había salido más que excelente, obtuvo su primer protagónico el cual fue recibido con mucho agrado y éxito, conoció a Candy, su Enfermera Pecas, su novia, se reconcilió con su madre lo que lleva a la otra novedad, celebró Navidad con ella y luego Año Nuevo con los Andley, increíble, pero Albert le invitó, Candy estuvo ahí, Anthony no lo rechazó, Stear se alegró y Archie, bueno Archie, algún día podría no mirarse con odio.

Pero a eso se le unieron dos acontecimientos extras, muy intensos, la cena con su suegro y el encuentro con su padre. El primero, la cena comenzó bien, George parecía complacido así como a Candy se le veía alegre hasta que su suegro dio el toque final a la velada.

—Joven Grandchester.

—Terrence o Terry por favor. Además ya no uso el Grandchester –habló sin poder quitar esa sonrisa que le iluminaba los ojos como el mar en un cálido día de verano.

—Muy bien, Terrence –prosiguió George–. He hablado con Candy, se han aclarado los malos entendidos, he hablado contigo y ya has dejado claras tus intenciones para con ella.

—Las mejores, no puede haber otras –intervino la rubia viendo a su novio sonreír aún más amplio, el mar de su mirada comenzó a olear de alegría.

—Sí, Candy eso ya lo tenemos claro –el hombre moreno sonó algo ofuscado sin proponérselo–, pero no es de eso de lo que deseo hablarles.

—Usted dirá –Terry se empeñaba en sonar lo más correcto posible.

Ojos color marDonde viven las historias. Descúbrelo ahora