Capítulo 9: Un lugar para declararse

1.4K 161 11
                                    






.
El emblemático y muy exacto reloj principal de la Grand Central Terminal de Nueva York sonó para anunciar que las diez en punto de la mañana habían llegado, junto con eso el inconfundible pitido de un tren también se hizo escuchar. Con una hora de atraso el convoy proveniente de la ciudad de Chicago, Illinois, hizo su arribo, las inclemencias del tiempo habían acumulado exceso de nieve en un área de las vías provocando esa hora más de viaje.

Los pasajeros de inmediato sintieron que el gran animal de hierro se detuvo iniciaron el descenso. Ya casi al final del tumulto de gente sin mucha prisa bajaron cinco varoniles figuras, todas enfundadas en sendos y muy costosos abrigos de lana negros y grises. Primero aparecieron entre risas, juegos y bromas tres chicos, dos de diecinueve y uno de veinte años caminando por los andenes, para ser seguidos por un hombre rubio ya cercano a los treinta junto con uno Moreno de bigote cercano a los cuarenta, como fuere la edad de esos cinco personajes no importó mucho, las féminas presentes deleitaron sus vistas con ellos pues muy raramente se podían ver cinco varones tan apuestos juntos. Los primos Andley, junto con el famoso tío abuelo William y su mano derecha George Johnson por fin se encontraban en la "Ciudad que nunca duerme".

Para desgracia del mayor de ellos, el momento que George tanto temía al fin se haría presente. Cuando dos días a tras en las oficinas del corporativo Andley llegó un telegrama urgente citando a los tres primos a declarar por un caso en Nueva York todos se sorprendieron, pero por consejo del mismo Johnson fueron de inmediato pues mientras más rápido se resolviese es embarazoso asunto menos publicidad tendría y menos implicados se vería el distinguido apellido de la familia, así que los chicos comenzaron a hacer planes al saber hacia dónde se dirigirían, aunque los hombres mayores, sin hacérselo saber ya tenían planes con ellos, al día siguiente se reunirían con la rubia que alguna vez fuese el amor de infancia de cada uno de ellos. George sólo pedía que su hija no sufriera mucho loq je tendría que enfrentar, claro que si el moreno conociera sobre la amistad que Candy había forjado con cierto actor británico en esos días que estuvo ausente sabría que tendría que preocuparse por otras cosas.

El de origen francés ignoraba gran parte de los pormenores de lo que en su mes de ausencia había acontecido en su lugar de residencia, sólo una vez al final de año se alejaba de su hija por tanto tiempo para resolver asuntos financieros en la oficina principal de Chicago de los Andley regresando justo antes de Navidad, pero ahora con él se encontraban los jóvenes Stear, Archie y Anthony, lo que cambiaba sustancialmente las próximas actividades, entre ellos su hogareña celebración de Navidad.

Lo principal ese día era dejar instalados a todos esos chicos, incluyendo al tío que aveces parecía que no creía, sí, era muy maduro en muchos aspectos, estar de trontamundos le había dejado gran cantidad de experiencias, enseñanzas y una filosofía particular de vida, pero en otros casos seguía comportándose como un niño, por ejemplo siempre que tenía animales al frente. Luego de dejarlos en su residencia él se iría a la propia para ver a su rubia, la cual de seguro seguiría despierta esperándolo, así que a apurarse porque su niña inquieta tenía que descansar pues por nada del mundo ella dejaría de trabajar.

.
...
.

Cuatro noches a tras.

Culpa, una pequeña palabra de sólo dos sílabas, según el diccionario es imputar a alguien para que realice algo, ser el causante de algo, es negligencia y también un sentimiento de responsabilidad, cada una de esas definiciones Terrence Graham las sentía a flor de piel, si bien con la enfermera Johnson se había sentido tranquilo y liberado, justo en ese instante en que veía el cuerpo inerte de Susana Marlowe siendo trasladado por los peritos forenses todo era diferente, aún no lograba asimilar lo ocurrido, desde que oyó la noticia de boca de Candy hasta ese momento con la realidad golpeándolo de frente no había atinado a saber cómo debía actuar, irónico dada su profesión. Sino hubiese sido porque la rubia pecosa estuvo ahí presente todo el tiempo, él hubiese dicho y hecho puras estupideces. Como agradecía en su interior que ese ángel blanco de rizada cabellera y rostro pecosa, que ahora veía a distancia, lo haya entretenido tanto tiempo en el teatro, agradecía que no lo hubiese dejado ver aquel cruel espectáculo al completo.

Ojos color marDonde viven las historias. Descúbrelo ahora