Epílogo

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Nueva York febrero de 1932
Me encanta la vista que en este momento está frente a mí. Corrijo, me encanta todo lo que me está rodeando en este momento, todo lo qué hay en mi entorno, en mi vida, pero en especial en este preciso instante la vista qué hay frente a mí porque ahora mismo veo las hermosas fotos que adornan la chimenea de mármol blanco de mi hogar. La foto más grande es de Candy y yo tomados de la mano en el instante en el que salimos de aquella antigua iglesia neogótica del sur de Manhattan. Amo esa imagen, la cara de felicidad de ella, y también la mía. Cada vez que la veo regreso en el tiempo, casi puedo volver a sentir la emoción de saberme su esposo.

Pero que esa sea la imagen más grande no significa que sea la más bella, sólo que es con la que todo comenzó; las más bellas siguen después, Candy sentada en una silla con nuestra hermosa hija Hannah cuando sólo tenía dos años parada sobre su regazo jalándole los rizos a su mamá, mis dos preciosas rubias. Wow, no supe que era amor hasta que las encontré a ellas dos, con una lo conocí y con la otra lo reafirme.

Después estamos mi pequeño Ethan, también en ese entonces de dos años, pero él conmigo, estamos tomados de la mano caminando de espaldas a la cámara, el otro amor de mi vida es ese niño tan castaño como yo pero con los ojos tan verdes como su madre, pero eso sí, mi niña tiene los ojos de mar igual a los míos, es como una copia de Candy pero con el color de mis ojos; mi pecosa los describe como un trozo de mar junto a la playa, bañado de un brillante sol.

Al final mi fotografía preferida, los cuatros juntos, ellos de seis y cuatro años respectivamente, todos en el pasto en una imagen de un picnic familiar. Ellas ríen viéndonos, mientras yo sentado en el piso tengo a mi hijo cargándolo sobre mi cabeza; pensar que ya son dos años de esa imagen, pronto tendremos que tomar nuevas fotos.

Amo mi vida, me encanta. Aunque existen veces en que me pongo algo melancólico recordando momentos en donde todo pudo ser distinto. Si yo no hubiese salido de Londres a tiempo, o sí...

Un sonido llama mi atención distrayéndome. Son pasos apresurados que bajan la escalera, de seguro es Candy que ya está lista, siempre se tarda porque prefiere dejar a los niños preparados antes que todo lo demás, y como toda mamá no confía en el juicio del papá para arreglarlos, sólo porque cada vez que los cambio me pongo a jugar con ellos... y no los peino... y su ropa termina arrugada, bueno también la mía, pero ¿qué mejor manera de desaliñarse que disfrutando con ellos dos? Por eso mi pecosa suele decir que tiene tres y no sólo dos niños.

Ya llegó, va directo a la mesa de la estancia a termina de arreglar su bolso. Oh, ya me vio y su cara no se ve feliz.

—¿A dónde están los niños?

—En el jardín jugando con Clin.

—¿Qué están que?, ¿cómo se te ocurrió dejarlos cuando ya están arreglados y además ya vamos de salida?

Ni siquiera me da tiempo a reaccionar cuando ya veo que fue a buscarlos. Pero sí el coatí es de lo más tranquilo y limpio, además ellos ya no están tan pequeños Ethan cumple seis en un mes, sin contar que la señora Morgan está con ellos. Esa linda señora y su esposo son como de la familia, cuando Candy quedo embarazada decidió que se vendría aquí a cuidar de ella, así que nuestro personal de servicio se fue a casa de mi suegro, es obvio que se quedarán aquí por muchos años más, y que bueno, no hay nadie mejor para ayudarnos a cuidar a nuestros hijos.

Ya veo a Candy que regresa, se sigue viendo molesta.

—Lo hiciste a propósito ¿verdad? –no sé de qué habla y así la miro–. No me dijiste que la nana Eli estaba con ellos. Te gusta hacerme enojar.

Yo sólo sonrío, me levantó del sillón para dirigirme hacia a ella, abrazarla y darle un beso.

—Sabes que me gusta ver a tus pecas bailar –ella cambia su actitud de inmediato, ahora riendo corresponde a mi beso. En estos años casados he aprendido que la mujer siempre tiene la razón, aún cuando no la tenga–. ¿Ya nos vamos?

Ojos color marDonde viven las historias. Descúbrelo ahora