Prólogo

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El encuentro de sus miradas bastó para que Adam supiera que había encontrado a la mujer de sus sueños. ¿Absurdo? Sin duda. Lo más probable era que se acercara y la joven de ojos oscuros fuera... nada. Solo era una irremediable atracción, se desvanecería en cuanto la escuchara. Su voz debía ser fea o quizá carecía de personalidad o...

–Hola –saludó ella mirándolo con curiosidad. La exquisita tonalidad verde de sus ojos, tan oscura, lo atrapó. Ni siquiera había notado que se encaminaba hacia ella y ahora estaba detenido a unos pasos– ¿puedo ayudarte en algo?

Sonrió. ¡Cielos, su sonrisa! Y aquella melodiosa voz... tenía que estar soñando. ¿De qué manera se explicaba el errático movimiento de su corazón y la falta de voz que lo aquejaba? ¡No era propio de él! Nunca de un Lucerni.

–Hola –contestó, encontrando finalmente una voz que no sonaba como la suya. Estaba algo... ¿vacilante?– soy Adam.

–Adam –repitió ella, como degustando su nombre en los labios– ¿supongo que quieres conocer mi nombre?

Él esbozó una tímida sonrisa. ¿Tímida? Sin duda, estaba soñando. Él no era tímido ni remotamente. Pero es que ella era...

–Elisa –le pasó la mano por el brazo con una risita– ¿vamos por algo de tomar?

Adam asintió. No recordaba llegar a la fiesta y estaba seguro de que había rechazado aquella invitación, pero quizá no, porque se encontraba ahí junto a una hermosa chica llamada Elisa.

–No te había visto antes –dijo Adam, una vez que había tomado un gran trago de lo que sea que hubiera en el vaso, no tan fuerte porque su madre no estaría feliz si llegaba borracho a casa– pero eres italiana.

–Sí, bueno... –Elisa suspiró– prefiero no hablar de eso.

Adam tampoco quería hablar al respecto. Por eso continuaba acudiendo a esas fiestas donde nadie sabía quién era él. Solo Adam. No un heredero ni un Lucerni. Solo él.

–Está bien. ¿Quieres bailar, Elisa? –Adam le brindó una deslumbrante sonrisa y ella asintió riendo.

Lucía tan feliz mientras charlaba y bailaban. Se veía radiante. Y eso lo llenó de una inusitada calidez. Esto se ponía ridículo a momentos.

–Eres un chico encantador y muy guapo –comentó Elisa mientras salían a tomar aire al balcón del lugar– seguro que lo sabes.

–Claro que lo sé –contestó con una carcajada Adam– y ya que estamos de halagos, te diré que eres la chica más hermosa que he visto en mi vida.

Elisa rió y lo besó en la mejilla, riendo aún. Adam miró fijamente sus ojos oscuros y la manera en que brillaban en ese instante. Continuaron bromeando, intercambiando información sobre sus gustos pero nada personal ni familiar, para alivio de Adam.

Supo que Elisa tenía quince años, le gustaba dar paseos largos y soñaba con ver una aurora boreal. Reía mucho y pedía un deseo cada vez que veía una estrella fugaz.

Adam le contó a Elisa que tenía dieciséis años, soñaba con diseñar autos y le encantaban los autos de carreras. Salía bastante con sus amigos y nunca había tenido una novia.

–Eso es imposible –Elisa clavó sus oscuros ojos verdes en él– ¿tú nunca has tenido una novia? ¿Nunca?

Adam se sintió incómodo. Nunca en la vida lo confesaría si alguien se lo preguntaba, sin embargo era cierto. Estaba a punto de terminar la secundaria y no había tenido una novia. Cualquiera pensaría que sí, pero...

Inolvidable (Sforza #4)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora