–Espero que Ariadne se haya comportado –dijo Adam al alcanzar a Elisa en el balcón. Ella no lo miró al asentir–. Hola.
–Hola –murmuró clavando sus ojos oscuros en el jardín que se extendía abajo– ¿te puedo ayudar en algo?
–No, no lo creo –Adam apoyó la espalda en la balaustrada– ¿qué haces aquí, Elisa?
–Si vas a empezar a insinuar nuevamente que he venido...
Giró su rostro con furia y lo enfrentó. Adam se veía relajado y divertido, aunque algo en su postura desmentía aquella apariencia.
–¿Lo has hecho?
–No, por supuesto que no. No tenía idea de que estarías aquí o jamás habría venido –gruñó, cruzando los brazos.
–Así que realmente me odias –murmuró, extrañado– ¿por qué?
–¿Por qué? No has hecho más que comportarte como un imbécil desde que nos encontramos, ¿y aún lo preguntas? –Elisa sintió que un nudo se formaba en su garganta–. ¿Por qué lo haces, Adam? ¿Crees que no hemos sufrido lo suficiente como para que tú...?
–¿Sufrido? ¿Tú? –soltó un carcajada seca– ¿por qué? ¿Acaso no era solo diversión y nada más? ¡Vamos Elisa, no seas dramática!
Elisa desvió la mirada para ocultar el profundo dolor que le causaban sus palabras y el tono burlón que empleaba para hablar con ella. ¿Cómo podía herirla con tanta facilidad después de una década de ausencia? ¿Cómo era posible que tuviera tanto poder sobre ella?
–¿Qué quieres, Adam? –inquirió Elisa dándole la espalda– ¿por qué viniste hasta aquí?
–Debía cumplir una promesa –se encogió de hombros adelantándose hasta donde estaba ella–. Siempre cumplo lo que prometo, Elisa.
Un dije definitivamente familiar se deslizó entre los dedos de Adam, permitiendo que Elisa lo mirara. Sus ojos se abrieron con sorpresa, pero nada más delató su estado de ánimo. Elevó la barbilla unos centímetros, decidida a que Adam no supiera cuánto la afectaba aquello.
–Aún lo tienes –musitó después de que se miraran durante cinco eternos minutos–. No puedo creerlo.
–Te lo prometí –Adam se encogió de hombros y carraspeó para que lo mirara–. Extiende tu mano, por favor.
–Adam...
–Por favor –pidió con firmeza. Elisa lo hizo y él dejó que el medallón cayera en su mano–. Te lo devuelvo, tal como te lo prometí.
Elisa asintió, apretando el dije en su puño con fuerza. ¡Dios, como dolía! Era una dicha saber que él lo había conservado y que recordaba los momentos pasados con ella, pero al mismo tiempo era una agonía, ya que sabía lo que esta entrega simbolizaba.
"Prométeme que lo conservarás siempre contigo. Representa mi corazón, el cual te he entregado libremente. Cuídalo y si llega el día en que me lo devuelvas, sabré que ha terminado."
"No, no terminará –había protestado Adam– yo..."
"No sabemos lo que sucederá en el futuro, pero hoy sé que tú eres la persona más indicada para resguardar mi corazón –susurró Elisa depositando un dedo en los labios de Adam para que no protestara más–. Así que, ¿Lo prometes?"
"Sí. Lo prometo."
Elisa sacudió levemente la cabeza para librarse de los inoportunos recuerdos de aquella noche en que se había entregado por completo a Adam, en cuerpo y alma. Lo había sabido en cuanto el momento había tocado a su fin... nunca volvería a ser la misma de antes.
–Te tomó diez años –musitó Elisa con una risita triste–. ¿No te parece que debiste devolverlo en nuestra despedida?
–No –contestó Adam, sin embargo pareció reacio a dar cualquier explicación adicional–. El momento correcto es este.
–Ah.
–Sí.
Adam abrió la boca para añadir algo más pero la cerró de nuevo y apartó la mano que había estado elevando, sin siquiera notarlo. Su cuerpo parecía tener decisión propia en cuanto estaba frente a Elisa. Tocarla, sentirla, deslizar las manos por su cuerpo... Maldijo por lo bajo.
–Supongo que eso es todo –dijo Elisa incómoda.
–Sí, yo diría que sí.
–Bueno... adiós, Adam –pronunció clavando sus ojos oscuros directamente en su rostro. Esta sería la última vez en que lo vería como suyo... en que se permitiría soñar con lo que nunca más sería. Asintió, como reafirmándose a sí misma en su decisión.
–Adiós, Elisa –respondió, comprendiendo el sentido de lo dicho. Era obvio que no dejarían de verse, pues el círculo social que frecuentaban era reducido, pero ya no sería como ahora. Como antes. Ni tan siquiera como había sido en aquellos diez años de ausencia. No. Ahora sería un cierre definitivo a su relación. El final y un inicio, en el que un nosotros ya no existía. Si era posible, sería como si nunca hubiera existido–. Disfruta la fiesta.
–Sí. Tú también.
Adam asintió rígidamente y se despidió con ademán frío y distante. Mejor empezar a tomar distancia cuanto antes. Se giró sin mirar atrás, decidido a hacer lo que era necesario y correcto para él. Para ella. Para todos, en realidad.
–¿Resultó bien, Adam? –inquirió Francesca acercándose con gesto preocupado–. Hum, no pareces muy tranquilo.
–Lo estaré –Adam esbozó una sonrisa cansada–. Es difícil renunciar a ideas que has tenido por años.
–¿A qué te refieres?
–Nada en particular –se encogió de hombros y señaló a la pista de baile–. ¿Qué te parece? ¿Bailamos?
–Ciertamente. Una estupenda idea, señor Lucerni –sonrió suavemente y tomó su brazo hasta la posición que iban a ocupar en la pista–. Siempre es un placer bailar contigo.
–¿Sí? –Adam contestó ausente. Ante el carraspeo de Francesca, centró sus ojos azules clarísimos en ella y sonrió encantador.
–Tú sabes cómo hacer que una mujer pierda el hilo de sus pensamientos, ¿sabes? A veces, ¡temo como resultará esta unión!
–Será perfecta. Ya lo verás –soltó con seguridad–. Perfecta.
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Inolvidable (Sforza #4)
RomantikUna mirada fue suficiente para que el mundo de Elisa empezara a girar en torno a él. Con solo unas palabras, Elisa comprendió que una ilusión podía nacer en segundos y consolidarse en horas. Al terminar el día, ella sabía que estaba enamorada de él...