Capítulo 26

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La fiesta de Navidad de la familia Accorsi era uno de los eventos más anticipados en la sociedad italiana y las invitaciones eran ampliamente codiciadas. Conociendo el honor que suponía recibir una, los Sforza no rechazaban asistir a ella. Si bien Cayden podría ir en representación de los Sforza, Elisa decidió aceptar acudir con su hermano Dante. Después de todo, si quería integrarse a la sociedad a la que se había esforzado por ignorar, debía hacerlo bien.

Probablemente estaría presente Adam y su familia. Eso la preocupaba, por supuesto. Pero significaba que si los Lucerni acudían, los Ferraz también lo harían. Encontraría a Luca ahí.

Intentó no poner demasiadas esperanzas en la presencia de Luca para mitigar la atención que ella prestaba, sin ser consciente, a Adam. Sabía que debía dejarlo de lado pero no era tan fácil hacerlo como pensarlo. Sí, sabía que debía... pero no podía. Aún no. Era demasiado pronto. Su encuentro hacía un par de días era testimonio suficiente de que su historia estaba lejos de ser simplemente algo del pasado.

Cerró los ojos con fuerza, como si así lograra apartar la imagen de Adam sentando frente a ella, comiendo con una pequeña sonrisa de nostalgia el pastel de chocolate que había ordenado. Dios, le rompía el corazón cada vez que recordaba sus palabras susurradas "No quiero vivir una nueva despedida entre nosotros, Elisa."

Tampoco ella lo quería. Nunca lo había querido. Lo único que quería era lo que no podía tener. A él, a su lado, para toda la vida. Solo Adam. Su Adam, de vuelta.

Sí, aquel Adam que la miraba como si no existiera otra mujer en el mundo. Como si sus ojos clarísimos pudieran traspasar su corazón y llegar hasta su alma, leer en ella todo lo que necesitaba, lo que amaba, lo que soñaba, anhelaba y temía. El mismo que había confesado no haber tenido ninguna novia antes y que le había robado el corazón nada más conocerlo. Sí, deseaba desesperadamente volver a ver a ese Adam que había sido su primer y único amor.

Contempló su imagen en el espejo, tomó aire profundamente y asintió. Quería lo que ya no existía, por tanto debía dejarlo atrás. Y no había mejor momento para empezar que el presente. Esta noche, Elisa Sforza, seguiría con su vida. O la reanudaría después de diez años de dolor, tristeza y anhelo. No más. No de nuevo.

–Elisa Sforza –la profunda voz a su lado hizo que sonriera antes de girar–. Qué gusto me da encontrarte.

–¿Sí? ¿Por qué te alegra verme o por qué quieres que te ayude a liberarte de acosadoras, Luca? –bromeó Elisa, señalando con la barbilla a su alrededor. Al menos tres chicas se comían con los ojos a Luca–. Creo que la respuesta está clarísima.

–Bueno, sí. Pero también me alegra verte. Eres encantadora, Elisa.

–No. Tú eres encantador –sus ojos oscuros brillaron divertidos– y creo que esa es una opinión general en esta noche.

Luca puso los ojos en blanco y bufó ante una mujer de llamativo vestido rojo que pasó rozándolo. Cuando ella lo miró, él sonrió amable.

–Por eso no puedes librarte de ellas. Eres demasiado caballeroso –apuntó Elisa encogiéndose de hombros. Luca suspiró.

–Es un mal hábito inculcado por mi madre –chasqueó la lengua–. No puedo evitarlo.

Elisa rió ante lo atribulado que lucía su rostro. Tomó el brazo que Luca le ofreció y recorrieron el perímetro del salón.

–Elisa, ¿está todo bien? –Luca soltó con tono preocupado. Elisa arqueó una ceja, interrogante–. ¿Estás buscando a alguien? –precisó. Sus ojos, que en general lucían traviesos, estaban serios. Parecía como si el gris, y no el azul, prevaleciera en su mirada al preguntarle.

–No –replicó automáticamente y se puso rígida junto a él.

–No pretendía incomodarte.

–No lo has hecho.

–Sí, lo he hecho. Lo siento.

Elisa asintió, escuchando a medias la disculpa de Luca. Lo cierto era que sí, había estado buscando a alguien sin siquiera notarlo. De nuevo. Y ya lo había encontrado. Adam.

Estaba solo. No la miraba pero habría jurado que había sentido sus ojos clavados en ella hasta hacía unos instantes. Pero no. ¿Cómo habría podido desviar la mirada tan rápidamente? Imposible. Él no tenía por qué observarla. ¿Cierto?

Los perspicaces ojos de Luca siguieron la dirección en que miraba Elisa. Al notarlo, ella se sonrojó y clavó sus ojos en el suelo. Ni siquiera había notado que miraba a Adam tan abiertamente. De nuevo.

–Todos lo saben –comentó Luca pensativo. Elisa ladeó su rostro de inmediato hacia él– su obsesión. Contigo.

Ah. Elisa inspiró hondo y soltó el aire despacio. Su obsesión. No parecía la mejor palabra, a menos que implicara el hacerla miserable por estar condenada a no poder tenerlo jamás.

–Está encaprichado, aunque entiendo su fascinación contigo. Hum... –entrecerró sus ojos con sospecha– ¿es por qué se conocían de antes?

–¿Cómo lo...? –Elisa cerró la boca con fuerza–. No.

No sabía qué negaba, solo que no estaba dispuesta a continuar con aquella conversación. Mucho menos en aquel lugar público y tan cerca de él.

–Y tú también.

Elisa lo miró brevemente y desvió su mirada oscura hacia el costado. Luca sonrió.

–Yo no... –pero ella no se vio capaz de concluir la frase.

–También lo sigues. Cada movimiento. Cada palabra. Parecen poseer una conexión. Lo envidio.

–¿Cómo puedes envidiar algo que no existe? –su carcajada sonó forzada y hueca. Suspiró–. Adam y yo... no.

–Ojalá fuera cierto –se encogió de hombros Luca y le ofreció el brazo– ¿vamos por algo de tomar?

Elisa murmuró algo parecido a una respuesta afirmativa y siguió a Luca. Apenas estaba tomando aire cuando él se detuvo de golpe, haciéndola trastabillar. Lo observó desconcertada y Luca le devolvió una mirada incrédula, con los ojos desmesuradamente abiertos.

–No lo creo... –habló Luca lentamente, recorriendo el rostro de Elisa, como si lo viera por primera vez–. Pensé que era imposible.

–¿Luca? ¿A qué te refieres?

–¿Lis? –exclamó y ella se quedó estupefacta. Hacía años que no escuchaba aquel diminutivo que Adam empleaba–. ¡¿Tú eres Lis?!

–¿Qué dijiste? ¿Por qué me has llamado así? –pronunció en un hilo de voz. Luca seguía mirándola con sorpresa, como si en cualquier momento fuera a desaparecer–. ¿Luca?

–Adam lo dijo. No le creí. Nadie lo hizo. ¡Tú eres Lis!

–¡Basta! –siseó con un deje de dolor–. Debo irme.

No esperó respuesta. Elisa se dirigió hacia uno de los balcones laterales, sin fijarse en nada a su alrededor. Solo quería salir de ahí, tomar aire y pensar. También reprimir las lágrimas que se habían acumulado en sus ojos ante la mención de aquellas frases sueltas y sin sentido de Luca, que sin embargo la habían transportado vívidamente al pasado.

–Elisa, espera –Luca la alcanzó en el umbral y tomó su brazo con suavidad–. Disculpa si...

–No necesitas disculparte.

–Pero...

–No. Luca, déjalo.

–Elisa, no sé qué dije pero si eso te hirió de alguna manera, yo...

–Luca, hazme un favor.

–¿Sí?

–Bésame.

–¿Qué?

–Bésame, ahora –urgió girando y acercándose hacia él. Luca arqueó una ceja, se encogió de hombros y bajó su cabeza para cumplir el pedido de Elisa, sin demora.

Inolvidable (Sforza #4)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora