Capítulo 32

6.8K 864 6
                                    

No era inusual que los Lucerni se reunieran a cenar, pero dos reuniones convocadas por el mismo miembro de la familia con poco más de un mes de diferencia despertaba interés entre ellos. Especularon la razón de aquella petición hasta que Adam llegó a la Mansión familiar en compañía de Elisa Sforza.

Varias sonrisas de satisfacción se dibujaron en los rostros de los Lucerni conforme Elisa iba saludándolos y siendo presentada formalmente como la novia de Adam.

–Lo sabía –exclamó Danaé, la madre de Adam, mientras tomaba las manos de Elisa entre las suyas con cariño–. Mi Adam te ha amado por tanto tiempo... gracias por regresar a él –suspiró y dibujó una sonrisa–. Casi temí que no lo recuperaríamos jamás.

–Mamá –murmuró mortificado Adam, abrazándola. Danaé soltó una risita–. No digas más, por favor.

–Casi desearías que hubiera intervenido al inicio como el resto de los presentes, ¿cierto? –dijo su madre. Adam asintió con un bufido resignado. Elisa soltó una risita por lo bajo.

–No disfrutes demasiado, Lis –indicó Adam mirándola con dulzura–. Dentro de nada te encontrarás como parte de esta familia y no cesarán sus opiniones y comentarios hacia ti.

–Los cuales recibiré con gran deferencia y agrado –contestó sonriendo.

–Bien dicho –alabó Ariadne acercándose–. Sabía que eras diferente.

–Eso espero –comentó Elisa risueña–. No me gustaría pensar que Adam se pasa comprometiéndose con cuanta mujer se cruza en su camino.

–No diría comprometiéndose pero... –respondía Ariadne cuando el codo de Adam se hundió en su costado–. ¡No has debido hacer eso, Adam!

–¿No? Me pareció necesario, hermanita –expuso Adam con gesto inocente y absoluta convicción.

–Basta, niños –intervino Alex, el padre de Adam, mirándolos sonriente–. ¿Dónde han quedado sus modales? –le sonrió a Elisa–. A veces me pregunto de dónde han aprendido sus malas costumbres.

–Sin duda de ti, cariño –expresó alegremente Danaé mirando a su esposo–. Dejando de lado las provocaciones, ¿qué les parece un brindis?

–Por la felicidad de Adam y Elisa –entonó Alex observando a su hijo y a la mujer que había elegido.

–¡Por Adam y Elisa! –repitieron los presentes y bebieron de las copas que sostenían en sus manos.

La cena transcurrió sin contratiempos y, para sorpresa de Elisa, conforme pasaban los minutos, más bienvenida se sentía. Como si siempre hubiera sido parte de la familia Lucerni. Era un sentimiento nuevo, aterrador y maravilloso.

–Me encanta tu familia, Adam –comentó Elisa entusiasmada cuando ya se dirigían al auto, para dejar atrás la Mansión Lucerni–. Son únicos, se adoran y no creo haberme reído tanto en toda mi vida. Gracias.

–No tienes nada que agradecer, Lis –Adam le brindó una amplia sonrisa– es muy importante para mí que te lleves bien con mi familia.

–Lo sé –Elisa tomó la mano de Adam y le dio un apretón cariñoso–. Te amo, Adam.

–Lo sé –contestó Adam con una sonrisa divertida. Elisa puso en blanco los ojos–. Yo también te amo, Elisa.

Elisa recibió el beso de Adam con inigualable abandono. Se rindió al asalto de su boca y suspiró cuando él se alejó, dejándola inestable y bastante insatisfecha. Bufó por lo bajo.

–Adam –dijo en cuanto él cerró la puerta del auto–. No vuelvas a hacer algo que no vas a terminar.

–¿De qué hablas, Lis? –replicó con tono inocente. Demasiado inocente.

–Hum –gruñó Elisa desviando la mirada.

–¿Lis?

–¿Sí?

–¿A qué te refieres? –insistió. Elisa suspiró.

–Adam, ¿me podrías ayudar a buscar un departamento?

–¿Un departamento? –repitió, desconcertado por el cambio de tema–. Sí, claro Lis. ¿Cuál es el problema con el tuyo?

–Precisamente ese. No es mío, es de mi hermana y lo estoy rentando pero hace dos días llegó junto a su esposo y me siento incómoda estando con ellos, ¿sabes?

–¿Recién casados? –arqueó una ceja suspicaz. Elisa soltó el aire.

–Como si lo fueran. Es agotador contemplarlos –añadió con una sonrisa de cariño. Adam la miró de reojo.

–Podrías quedarte en mi departamento –ofreció encogiendo un hombro– tengo una habitación extra.

–¿De verdad? –Elisa sonrió abiertamente–. ¿No te importaría?

–¿Importarme? En absoluto. Además, mientras encuentras un lugar.

–Precisamente –confirmó con rapidez. Adam entrecerró los ojos, percibiendo que había algo más.

–¿Eso es todo? –inquirió.

–Por el momento –murmuró Elisa.

–¿Por qué siento como que he caído en una trampa? –se quejó Adam.

–Gracias, Adam –replicó sin responder su pregunta.

–No hay problema, Lis –dijo, descartando esa sensación.

Adam condujo en silencio durante cinco minutos hasta que Elisa carraspeó y frunció el ceño.

–¿Está todo bien, Lis?

–Sí, bueno, me preguntaba si podríamos ir a tu departamento...

–¿Ir a mi departamento? ¿Por qué? ¿Quieres mudarte ahora mismo? –interrogó en vertiginosa sucesión. Elisa reprimió una risita.

–Calma, Adam. Solo quería echarle un vistazo a mi posible habitación. ¿No es un gran inconveniente eso o sí?

–No, claro que no. Lo siento, Lis. Es que todo ha sucedido tan rápido... tardo en acostumbrarme.

–Lo entiendo. Estabas listo para comprometerte con otra mujer. No conmigo.

–Elisa, no es así.

–Adam, no tiene importancia.

–Sí, la tiene.

–Adam, mira la carretera.

Él detuvo el auto en la orilla para girar y mirarla de frente. Elisa soportó su clara mirada bastante más tiempo del que pensaba posible. Adam terminó por soltar el aire lentamente.

–Lis, te amo. Eso hace toda la diferencia para mí. Nunca antes estuve con una mujer a la que amara. La única fuiste tú. La primera, la única y espero que la última de ahora en más. No puedo evitar el temor a equivocarme. No quiero dar ni un solo paso en falso contigo, ¿entiendes?

–Sí –Elisa sintió la mano de Adam en su mejilla y la otra en su nuca–. Adam, estamos en medio de la calle.

–Lo sé. Y no me importa –la besó profundamente, se inclinó hacia ella y la aferró con firmeza. No quería que le quedara duda de sus palabras. La amaba, la adoraba y lo aterraba perderla.

Se separó con la respiración agitada y los ojos clarísimos brillantes de deseo insatisfecho. Tenía que hacer algo, y pronto, respecto a ese asunto. Pero no sabía cómo abordarlo. Todo era tan nuevo entre ellos. Sí, habían hecho el amor antes... cuando eran unos adolescentes. Eso de ninguna manera era similar a lo que experimentarían ahora, él estaba seguro de eso.

¿Pensaría Lis en aquello? ¿Quería que él tomara la iniciativa? ¿Debía esperar que ella le diera alguna señal? ¡Nunca antes se había sentido tan confundido! Ni la primera vez con Elisa. Ni en una sola ocasión después de aquella, con nadie. ¡En verdad, solo Lis era la única para él! En todo sentido, era ella. La única que lo volvía loco, que lo enamoraba, que lo desconcertaba, que lo hacía cuestionarse todo. Y cada segundo valía la pena solo por eso.

Inolvidable (Sforza #4)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora