Capítulo 35

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Dos pares de ojos verdes se clavaron en la pareja de recién llegados. Una mirada era clara, sorprendida y dulce. La otra era oscura, reacia y con un ligero toque displicente.

–Sabía que era mala idea –gruñó Cayden girando hacia su sonriente esposa–. Ese chico Lucerni cerca de Elisa solo podía significar problemas.

–¿Problemas? –bufó Stella incrédula, dirigiendo sus ojos verdes a su marido–. Adam está comprometido con Elisa. Se aman. ¿Dónde está el problema, Cayden?

–¿Dónde? –exclamó arrogante–. Que esté comprometido no es una novedad –anotó obsequiando una mirada fría en dirección a Adam– y lo del amor aún está por verse.

–Por favor –protestó indignada Elisa, poniendo en blanco los ojos–. Cayden, eres mi hermano y estaba empezando a quererte... pero ¿esto?

–Alguien debe hacerlo, hermanita –curvó la comisura de sus labios Cayden con suficiencia–. No puedes sencillamente comprometerte con una persona que acabas de conocer.

–A diferencia de ti –dijo Stella divertida.

–Claro, a diferencia de mí... –repitió Cayden antes de notarlo. Chasqueó la lengua, negando lentamente–. Eso no es jugar limpio, Stella.

–No puedes condenar una conducta que tú mismo adoptaste antes, de una manera bastante imprudente –explicó Stella encogiéndose de hombros. Cayden le dirigió una mirada cálida con una pequeña sonrisa.

–Tienes razón –reconoció y volvió a mirar a la pareja que conformaban su hermana menor y Adam Lucerni–. Esta relación de ustedes aún está a prueba, ¿entendido? –Cayden entrecerró los ojos–. Sin embargo, cuentan con mi apoyo siempre que Elisa sea feliz.

–Soy muy feliz, Cayden –contestó Elisa tomando la mano de su hermano en un inusitado gesto de cariño–. Te lo prometo.

El semblante de Cayden no cambió demasiado, aunque al mirarlo con atención se notaba una menor severidad ante la idea de aquella relación. Además, le dio un apretón suave a la mano de Elisa, como reafirmando el amor fraternal que los unía.

Una brillante sonrisa iluminó el rostro de la menor de las hermanas Sforza. Miró a Adam, quien permanecía calmado a su lado, sin intentar objetar en lo más mínimo a Cayden. No lo contradecía y eso pareció apaciguar aún más a su hermano mayor.

–Celebraremos una cena en casa –anunció Cayden en un suspiro–. Para los hermanos Sforza, según dijo Stella.

–Y sus familias –corrigió Stella con una sonrisa–. Los hermanos Sforza y sus familias... o parejas –añadió, dando una mirada significativa a Cayden. Él suspiró resignado.

–Sí, eso –murmuró un acuerdo desanimado–. Estás invitado, Lucerni.

Adam asintió a Cayden en agradecimiento y a continuación le brindó una radiante sonrisa a Stella.

–Gracias. Estaré encantado de asistir con Elisa –confirmó estrechando a su novia en los brazos–. ¿Cierto, Lis?

–Sí, asistiremos. Una cena para los Sforza... ¿estás segura de que quieres hacer algo así? –inquirió Elisa con sorpresa.

–Es lo mismo que le he dicho yo –respondió Cayden, encogiendo un hombro– pero insiste en que será bueno para la unión familiar.

–Ahora, eso sí que es un concepto nuevo –apuntó Elisa mirando a su cuñada–. Tienes unas ideas... novedosas, Stella.

–Te acostumbrarás –aseguró Cayden abrazando a su esposa, risueño.

–¿Cómo tú lo has hecho? –rió Elisa al ver a su hermano mayor, generalmente serio, embelesado al tener a su esposa en los brazos.

–Sí. Me he acostumbrado de buen grado y con gran felicidad, he de añadir –confirmó rozando con los labios el cabello de Stella.

–Lo veo –dijo Elisa y apoyó la cabeza en el hombro de Adam–. Y no lo creo –musitó para que él la escuchara. Adam sonrió y asintió.

–He educado a un Sforza –comentó alegremente Stella. Cayden gruñó por lo bajo–. Así que es muy posible que disfrute de la compañía de toda la familia en casa.

–Sí, supongo que los hermanos Sforza podremos convivir bajo el mismo techo un par de horas para variar –respondió Elisa sintiéndose optimista ante la idea planteada por la esposa de su hermano mayor. Desde la cena que Christabel había organizado para darle la bienvenida, Elisa tenía nociones diferentes sobre sus hermanos. Sin duda, los Sforza sabían adaptarse a las situaciones y si eran para mejorar, lo hacían con más rapidez.


Más tarde, Elisa paseaba por los jardines en compañía de Adam. Era una noche clara, con cielo despejado y lleno de estrellas. Sonrió al recordar una noche parecida acontecida hacía diez años.

–¿Adam?

–¿Sí, amor?

–¿Recuerdas la estrella fugaz que vi esa noche en que tú y yo...?

–Claro. La misma que yo no vi.

–Exacto. Era real, por si te lo preguntas.

–Ahora lo creo.

–¿Sí?

–Por supuesto. ¿De qué otra manera estarías a mi lado si no fuera mediante el uso de un poco de magia?

–Por supuesto –contestó Elisa haciendo un puchero por el tono risueño de Adam–. Te burlas de mí.

–No, Lis. Solo que no es posible que una estrella fugaz...

–Sí, lo es –cortó tercamente. Adam suspiró.

–Está bien. Sí fue una estrella fugaz.

–Y pedí un deseo.

–¿Lo hiciste?

–Sí. ¿No recuerdas que siempre lo hacía, cada vez que veía una?

–Sí, lo sé.

–Y se cumplió –Elisa se detuvo. Adam sintió la mano de ella halándolo para que también lo hiciera–. Adam, extiende tu mano.

–Tú la tienes, cariño.

–La otra.

Adam obedeció y sintió como un peso familiar se deslizaba en ella, frío y brillante. Lo reconoció de inmediato. ¿Cómo no si había contemplado aquel dije durante diez años antes de decidir que debía ser entregado a su dueña?

–Tu corazón –musitó Adam. Elisa confirmó, emocionada.

–Mi corazón. Es tuyo, como siempre ha sido y siempre será.

–Gracias, Lis.

–¿No me entregarás el tuyo?

–¿Mi corazón? –Adam negó–. No puedo porque te lo entregué en el instante en que me pediste que te diera tu primer beso. Me cautivaste con solo una mirada, pero al admitir que no te habían besado antes, se encendió algo en mí. Atrapaste mi corazón y no ha dejado de ser tuyo desde aquel momento.

–¿De verdad, Adam?

–Sí.

–¿Sabes que no he podido dejar de amarte ni un momento? Ni uno solo.

–Yo tampoco, Lis. Yo tampoco –Adam susurró en su oído, con una sonrisa bailando en sus labios–. Mi amada, amadísima Lis.

Inolvidable (Sforza #4)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora