Capítulo 25

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Adam entró con aire distraído, sin prestar atención a la multitud a su alrededor. Caminó lentamente, reflexionando en la elección que tenía ante sí. En el mostrador, miró los postres ofertados en la carta y suspiró. Decisiones... un cúmulo de decisiones cada día.

Algunas en apariencia insignificantes, como la que estaba por tomar. Otras tan trascendentales como la que lo había impulsado a ir hasta las últimas consecuencias con Francesca. La misma que lo había mantenido alejado de Elisa en la fiesta de Navidad de la empresa Ferraz. Sí, suponía que si fuera una guerra, en algún punto él podía merecer una medalla por el férreo control de sus emociones que habían pugnado por manifestarse y así arrancar a Elisa de la compañía de Luca.

Dejó salir el aire, sacudió la cabeza para despejarla y ordenó las dos primeras delicias de chocolate oscuro que figuraban, pagó y buscó algo con la mirada. No sabía qué era pero... lo supo en cuanto la vio ahí.

Elisa.

Adam no fue consciente de que se dirigía hacia ella hasta que estuvo a su lado, parado esperando a que notara su presencia. Elisa removía su café distraídamente, con sus oscuros ojos clavados en el fondo de la taza. Parecía encontrarse muy lejos de ahí.

¿Debía hablarle? ¿Debía irse mientras podía hacerlo? Ella todavía no lo había visto, bien podría escabullirse. Podría. Pero no quería.

Aún luchaba con su indecisión cuando Elisa ladeó el rostro y lo miró, con sus grandes y hermosos ojos verdes llenos de sorpresa. Y sonrió. Una sonrisa pequeña, amable... feliz.

–Adam –habló primera, pronunciando su nombre de una manera muy particular, entrecortada, como si le faltara el aliento.

–Elisa –contestó, ocultando las manos en los bolsillos de su chaqueta. No sabía por qué, pero estaba nervioso–. Qué agradable encontrarte aquí.

–¿Sí? –inquirió mordiéndose el labio, indecisa. Él asintió–. Es que no puedo evitarlo. Desde que me enseñaste este lugar, no he podido dejar de venir.

Sí, lo había imaginado. Por eso él había evitado acudir. Y la única vez que lo había hecho, se había encontrado con Elisa mientras él hablaba con su hermana Ariadne.

–Me alegra que te gustara.

–Sí.

Adam esperó mientras la mirada de Elisa vagaba por el lugar. ¿Estaría esperando a alguien? Esa idea lo molestó, no iba a negarlo.

–¿A quién buscas? –preguntó con más brusquedad de la que pretendía. Ella no se inmutó por su tono.

–A nadie en particular –cuando Elisa notó que esa respuesta no lo satisfacía, suspiró y añadió–. Pensé que no vendrías solo y...

–Estoy solo.

–¿Sí?

–Sí.

Elisa bebió un sorbo de su café y lo dejó en la mesa, contrariada. De seguro estaba frío. Ella odiaba el café frío.

–¿Frío?

–¿Disculpa?

–El café –precisó Adam–. ¿Está frío?

–Sí –arrugó la nariz–. Lo detesto.

–Lo sé.

Elisa apretó los labios en una fina línea, como si no se decidiera a decir o no lo que quería. Tomó aire profundamente.

–¿Te gustaría acompañarme?

–¿Acompañarte?

–Sí. A menos que esperes a alguien...

–No. He venido solo –repitió. Elisa asintió–. ¿Estás segura?

–Sí –miró su taza, pensativa–. ¿Has ordenado algo?

–Sí.

La mirada de Elisa se dirigió a él y sonrió ampliamente, divertida por algo que solo ella sabía.

–¿Chocolate?

Ah. Con que era eso. ¿Cómo lo había adivinado?

–Sí.

–Lo suponía. Tienes esa expresión.

–¿Qué expresión?

–Es algo así como... –Elisa lo estudió atentamente, entrecerrando los ojos–. No, no sé cómo describirla pero está ahí.

–¿Mi expresión de chocolate?

–Oh sí, precisamente –rió–. ¿Oscuro?

–Tú sabes que sí.

–Sí –Elisa jugueteó con la cuchara antes de añadir, animada–. Siempre acompañabas el chocolate del día con esa sonrisa y recuerdo... –su voz se fue apagando al notar lo que había dicho. Desvió la mirada, azorada–. Lo siento.

Adam abrió los ojos, que ni siquiera sabía que había cerrado, transportado al pasado que brevemente había rememorado Elisa.

–No lo hagas –musitó poniendo su mano sobre la que ella tenía sobre la mesa–. No lo sientas. A mí también me gusta recordarlo.

Elisa pareció volver a animarse visiblemente. Sonrió, giró la mano que él cubría y le dio un apretón cariñoso.

–¿Sí? Cada día un nuevo chocolate. ¡Creo que nunca en mi vida había probado tantas variedades como contigo! Fue increíble. Los mejores días de toda mi vida –añadió con nostalgia–. Lo siento –repitió– supongo que para ti no es así.

–De hecho, sí lo es –Adam se encogió de hombros– disfruté cada minuto contigo, Elisa.

–Y yo contigo, Adam –ella se removió, inquieta–. Fui muy feliz, gracias.

–No me lo agradezcas.

–Pero...

–No. Eso suena a una despedida. No quiero vivir una nueva despedida entre nosotros, Elisa.

–Ah.

–Sí.

La mesera se acercó con la orden de Adam, por lo que él retiró su mano. No tenía idea de por qué había dicho aquello, sin embargo ya lo había hecho. No había caso que se lamentara.

–Y si no es una despedida, Adam... ¿qué es? –susurró Elisa en cuanto la mesera se fue. Él se negó a mirarla, fijando su mirada azul en el plato frente a él.

Comió en silencio. Elisa se disculpó para pedir una nueva taza de café y él siguió dándole vueltas a la pregunta de Elisa. ¿Qué eran? ¿Qué es lo que esperaba de esto?

No debía acercarse. Sabía que solo le traería problemas. Y decisiones. Más decisiones.

Inolvidable (Sforza #4)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora