Capítulo 29

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Varias miradas cayeron sobre Elisa y Luca cuando ingresaron al salón. Al parecer, su ausencia no había pasado del todo desapercibida. Por supuesto, la única mirada que Elisa notó fue la de Adam, quién no dejaba de observarla desde el rincón en el que aún permanecía.

Trató de prestar atención a Luca pero fracasó miserablemente. Sabía que Adam la estaba mirando aún. Lo sentía, casi como si sus ojos claros tuvieran la capacidad de acariciarla.

Se planteó con seriedad, por primera vez, si no debería contarle a Adam lo que había sucedido aquel verano. Hasta aquella noche, había parecido algo sin la menor trascendencia, porque no reconocía la profundidad de los sentimientos de él. Se lo había negado a sí misma durante diez años, con un pequeño resquicio de esperanza de que él sí hubiera sentido lo que ella. De que la hubiera amado y adorado, tanto como ella a él.

¿Valía la pena explicárselo? ¿Serviría para algún propósito hacerlo?

Bueno, ¿contribuiría para lo único que ella realmente deseaba, esto era, la felicidad de Adam Lucerni?

No lo sabía. Pero el impulso de decírselo era cada vez más fuerte.

¿Cómo iba a hablar con él? No podía solo llegar y decírselo. Un "hola, Adam. ¿Recuerdas cuándo terminé nuestra relación? Te mentí, porque quería protegerte.". No, no funcionaría. Necesitaba estar a solas con él para dar las explicaciones que él pudiera pedir o los gritos que pudiera haber. O lágrimas. O burlas. O lo que fuera, porque nunca podría predecir cuál sería la reacción de Adam.

Así que, lo primero era planear un encuentro con Adam a solas. Sería fácil si tuvieran algún asunto pendiente de trabajo, pero no. Quizá no debería ir con excusas, ¿cierto? Solo ir directamente y pedírselo. A Adam. Su ex novio Adam. El mismo que ahora era un hombre comprometido.

Esto era imposible, en verdad. Suspiró y notó aliviada que varias personas habían captado la atención de Luca. Buscó escabullirse sin que él lo notara y en su intento de huida, escuchó un carraspeo a su lado.

Elevó sus ojos hasta encontrar la mirada de la persona que había acudido en su rescate. Era Adam, naturalmente, con rostro inexpresivo y extendiendo la mano hacia ella. Quería que bailara con él.

–Yo... ah. Hola –farfulló Elisa sin lograr apartar la mirada de la mano de Adam–. Tú... ¿estás seguro?

Adam apretó los labios en una línea fina y asintió, sin decir palabra. En un instante, Elisa fue consciente de que no eran los únicos en el salón y que, nuevamente, había varias miradas pendientes de ella.

Cuadró los hombros y deslizó su mano vacilante sobre la de Adam, firme y segura, que cerró sus dedos, aprisionándola.

Elisa agradeció que fuera Adam quien tuviera que guiar pues era incapaz de escuchar la música que sonaba en ese instante. O a las personas a su alrededor. En realidad, no podía prestar atención a nada ni nadie fuera del pequeño mundo en que se encontraba cada vez que estaba inevitablemente cerca de Adam. Él le tomaba la cintura con firmeza, sostenía su mano con delicadeza y la hacía girar con habilidad.

Nunca, nada, igualaría a la sensación de estar en brazos de Adam. Lo sabía, con una certeza absoluta y un poco desoladora, que esto era único. Solo con él.

–No temes tropezar, ¿verdad? –musitó Adam en su oído antes de hacerla girar nuevamente–. Soy bastante bueno bailando.

–Sí, lo recuerdo –contestó Elisa en un hilo de voz. Las palabras se atoraban en su garganta al intentar forzarlas a salir, porque no lograba formarlas con total coherencia ya que Adam deslizaba sus dedos por la cintura de ella–. ¿Estás consciente de...?

–Shhh. No ahora –negó colocando nuevamente con firmeza su mano alrededor de ella– Nada desagradable será discutido mientras bailamos, ¿de acuerdo?

–De acuerdo –Elisa se obligó a mirar a los ojos de Adam. En cuanto lo hizo, supo que había sido un error y que estaba perdida. Sin remedio. ¿Era posible volver a enamorarse con solo mirar aquel par de magníficos ojos azules clarísimos? Tal parecía que sí. Suspiró.

–¿Estás bien? –Adam entornó ligeramente los ojos, examinándola–. ¿Elisa?

–Sí. Sorprendida, pero bastante bien.

Adam soltó una carcajada baja y luego sonrió. Su sonrisa hizo que perdiera aún más la noción del lugar y el momento. ¡Dios, nadie debería tener una sonrisa así!

–¿Por qué estás sorprendida? Sabes que siempre he disfrutado bailar.

–¿También conmigo?

–Especialmente contigo.

–Adam, no creo...

–No hay nada mejor que tenerte entre mis brazos. Y cualquier pretexto que me ayude a lograrlo, será gran motivo de deleite para mí.

Elisa cerró la boca, sin poder determinar si estaba burlando de ella o no. Frunció el ceño y se habría cruzado de brazos de haber podido hacerlo.

–¿Qué, Elisa? ¿No responderás nada?

–¿Te estás divirtiendo, Adam? ¿Te gusta burlarte de mí?

–¿Burlarme de ti? ¿Eso crees que estoy haciendo? –dijo Adam adoptando una abrupta seriedad.

–Me parece que sí. ¿No lo haces? –replicó con sequedad Elisa. Él negó–. Entonces, ¿qué rayos estás haciendo?

–Buscando la oportunidad de estar contigo, ¿no es evidente?

–¿Por qué?

–¿De verdad estás preguntándome eso?

–Claro que sí. ¿Por qué aquí? ¡Con más de la mitad de la sociedad italiana mirándonos!

–¿Y eso qué tiene? –Adam bufó por lo bajo, incrédulo. Parecía debatirse entre añadir algo o no–. Con Luca no te importa que te vean.

–¡Oh Dios, así que es eso! –exclamó Elisa indignada–. Adam, escucha. No pienso ser parte de esa rivalidad que existe entre ustedes, ¿entendiste?

Elisa se había quedado quieta en medio de la canción sin siquiera notarlo. Las parejas a su alrededor continuaban bailando pero ella solo miraba a Adam, notablemente molesta.

–No es posible –musitó Elisa, encontrando de repente varias miradas familiares entre los asistentes. Cayden y Dante estaban parados, observándola como si nunca antes lo hubieran hecho–. ¡Estoy haciendo una escena! –sintió que una risita histérica subía por su garganta, así que carraspeó y clavó sus ojos oscuros en Adam–. Y todo esto es culpa tuya. ¿Estás feliz?

Sabiendo que no debía permitirse decir nada más, Elisa giró y se alejó dejando a Adam abandonado en mitad del baile. No debería sentirse bien pero lo cierto era que sí se sentía así. Por primera vez, no le importaba nada dejarlo ahí, observando desconcertado al lugar en que ella había estado parada.

–Parece que no eres el único Sforza al que le gusta dejar a su pareja de baile en mitad de la pista –decía Stella a Cayden en el momento que Elisa se acercó a saludarlos, como si nada hubiera sucedido.

–Pero nuestro baile había terminado. No es el mismo caso –objetó Cayden curvando la comisura de sus labios.

–¡Claro! –resopló burlona Stella, luego le brindó una brillante sonrisa a su esposo–. Elisa, qué gusto verte –saludó mirándola.

–Gracias. Es un gusto verte también y estar aquí –Elisa elevó la cabeza, mirando en derredor–. Realmente, un gusto.

Nadie pareció entender su comentario, sin embargo no importaba. Ella sí lo entendía y se sentía extraordinariamente bien. Aunque ahora sí que era una posibilidad muy lejana el hablar con Adam.

Inolvidable (Sforza #4)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora