Elisa se esforzó durante el día, y la semana siguiente, pero no lograba sacudirse aquella sensación que se había instalado en ella desde el día del desayuno con Adam. Si bien atendió los asuntos que debía atender, se reunió con las personas que debía reunirse y expuso los resultados que debía... seguía sintiéndose diferente. Todo lucía, de alguna extraña manera, diferente.
–¿Elisa? –llamó Cayden arqueando una ceja. Asintió instintivamente–. ¿Vienes a cenar con nosotros?
–¿A cenar? ¿Hoy? –ella miró a su hermano Dante, quien se mantenía en silencio–. ¿Con ustedes?
–No –respondió Dante señalando hacia Cayden–. Con él y su esposa.
–Ah. Seguro –Elisa entrecerró los ojos–. ¿Por qué no vienes tú?
–No puedo –contestó reticente Dante. Elisa giró interrogante hacia Cayden, quién se encogió de hombros.
–Ya veo –musitó, sin ver nada realmente.
–Stella ha insistido en recibirte en casa –Cayden se incorporó–. Llamaré para confirmar tu asistencia.
–Por supuesto –Elisa observó salir de la sala de juntas a Cayden, antes de dirigir su atención a Dante–. ¿Estás bien?
–¿Bien? ¿Yo? –Dante parecía confundido. Elisa asintió–. Bueno, yo... ¿sí?
–¿Me lo estás preguntando o lo estás afirmando?
–Afirmando. Creo... –añadió dudoso, con solo una pizca de diversión. Elisa le brindó una gran sonrisa.
–¿Estás bromeando conmigo, Dante?
–No me atrevería, hermanita –dijo. Se levantó, estiró el brazo y le despeinó el cabello–. Nos vemos mañana, Elisa.
–Sí. Adiós, Dante –se despidió desconcertada. Esos, de ninguna manera, eran sus hermanos. ¿Qué les había sucedido? ¡Y nada menos que Dante había sonreído! O casi... ¡Tenía que decírselo a Christabel!
***
–Cenaremos en casa, entonces –confirmó Adam sonriendo fugazmente.
–Sí. Será una gran oportunidad para ser parte de la familia –comentó Francesca alegremente.
–Tú ya eres parte de la familia –aseguró.
–Como tu mejor amiga, sí. Como tu prometida, no.
–¿Hay una gran diferencia?
–¿Si hay una diferencia? ¡Claro que la hay! –resopló incrédula. Él reprimió una sonrisa–. ¿Es divertido para ti?
–No. Es solo que... –Adam clavó sus ojos claros en ella y pareció olvidar lo que iba a decir–. Nada.
–¿Qué es? Adam, soy tu mejor amiga. Dímelo.
–No es nada.
–Adam...
–¿Quieres que pase por ti?
–No es necesario. Iré en mi auto.
–Como prefieras.
–¿Adam?
–¿Sí?
–¿Estás seguro de...?
–Sí.
–Ni siquiera me dejaste terminar.
–No es necesario –cruzó los brazos y soltó el aire lentamente–. Estoy seguro de cada decisión que he tomado en estos meses.
–Si tú lo dices...
–¿Estás dudando de mí?
–No precisamente –Francesca se encogió de hombros–. Te veré más tarde, Lucerni.
–¡Adam! Mi nombre es Adam –le recordó con un bufido. Ella ladeó el rostro.
–Sí, lo sé. Solo quería saber si prestabas atención.
Adam resopló nuevamente ante la risita de Francesca. Sí, sería tan fácil amarla. En verdad, condenadamente sencillo enamorarse de ella. Entonces, ¿por qué no lo lograba? ¿Qué es lo que estaba fallando?
Había hecho todo lo que estaba en sus manos para seguir adelante. Sí, desde el encuentro con Elisa, no había vuelto a verla y eso parecía estar funcionando. O eso le pareció hasta que se encontró hablando de la boda con su prometida. Hasta que la tuvo entre sus brazos y la besó. Y no, no había manera de que él pudiera decirle te amo de una forma convincente. Después de todo, Francesca lo conocía lo suficientemente bien para saber cuándo no sentía lo que decía.
Todo era un endemoniado lío. Y sin embargo, no se sentía mal. No como debería, suponía. En realidad, lo que estaba sintiendo era un indicio de alegría, paz, ilusión. Una soberana tontería, eso era.
Aun así, su resolución no se vería afectada. Él había decidido dejarlo en el pasado y ahí es donde se quedaría. No más venganza, no más dolor, no más desilusión... finalmente lo había comprendido. No importaba lo que hubiera hecho Elisa antes, ahora ya no era la misma persona. No tenía sentido castigar a alguien por un suceso que quizá no había tenido la misma connotación para ella que para él.
Sí, la había amado. Sí, había construido cientos de sueños a su lado. Y sí, ella le había roto el corazón. Pero eran jóvenes, inexpertos e ingenuos. No estaba destinado a ser. No duraría.
Elisa, tal vez no de la mejor forma, había hecho lo necesario. Terminar.
Y debía reconocer que lo único afectado no fue su corazón sino su orgullo también. Pensar que él le había entregado todo de sí cuando para Elisa solo había sido diversión... bueno, no era lo que había esperado. Se sintió idiota y humillado, no pensó con claridad.
Había pasado diez años sin pensar con claridad.
Pero no más. De ahora en adelante, él dejaría de lado ese resentimiento y construiría la vida que quería. Junto a la mujer que él había elegido. La que no era Elisa.
–¿Adam?
Él elevó su mirada y encontró a Francesca parada en el umbral de la puerta de la oficina.
–¿Sí?
–¿Fueron positivos los resultados de la reunión con los Sforza?
–¿Los Sforza?
–Sí. La reunión de la semana pasada –explicó con un poco de impaciencia–. Tu padre quiere los resultados.
–Ah, sí. Esa reunión –murmuró Adam barriendo con la mirada su escritorio–. Aquí tienes, los resultados.
–Excelente. Hasta más tarde –tomó la carpeta, le envió un beso volado y salió rápidamente. Adam no pudo dejar de mirar el lugar en el que había estado Francesca hacía unos momentos. Nada.
No sentía nada. Ni una pequeña y solitaria emoción. Nada.
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Inolvidable (Sforza #4)
RomanceUna mirada fue suficiente para que el mundo de Elisa empezara a girar en torno a él. Con solo unas palabras, Elisa comprendió que una ilusión podía nacer en segundos y consolidarse en horas. Al terminar el día, ella sabía que estaba enamorada de él...