Capítulo 13

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–Es una gran noche, ¿no? –Ariadne miró de reojo a su hermano– ¿por qué razón será?

–Ya lo verás –Adam sonrió burlón–. Tienes curiosidad, ¿cierto?

–¡Muero de curiosidad y lo sabes! –hizo un puchero–. ¿No me puedes adelantar nada?

–No, aún no.

–¿Tiene relación con la chica Sforza?

–¡¿Qué?! ¡No! –Adam frunció el ceño por un momento pero hizo lo posible por controlarse. No, Ariadne no tenía idea de lo que decía. Debía calmarse–. ¿Por qué lo dices? –inquirió con deliberada indiferencia.

–Porque acaba de entrar al salón –señaló Ariadne impaciente.

Adam giró y se encontró con sus ojos oscuros fijos en él. Sus miradas se entrelazaron por un largo instante, antes de que él le diera la espalda.

–No la había visto –Adam se obligó a recuperar el dominio. No era posible que con solo una mirada, Elisa pudiera dejarlo fuera de sí. No, no era verdad.

–Qué curioso. Parecía buscar en el salón por unos segundos y de inmediato te localizó. Pensé que quizás...

–No, ya te dije que no la conozco –cortó con displicencia.

–Me pregunto qué pudo haberte hecho para que pierdas el control de esa manera –Ariadne habló alegremente–. Debió ser algo muy grave.

–Ariadne...

–De verdad, te pones insoportable en su presencia.

–Tú no lo sabrías ya que no nos has visto juntos, ¿o sí?

–Pero te he visto luego de estar con ella. Porque yo sé que estuvieron juntos en mi fiesta, ¿recuerdas?

–Ariadne, ya basta.

–Adam, este no eres tú. ¿Qué te sucede con esa mujer?

–Nada –se encogió de hombros–. Me desagrada.

–¿Te desagrada? ¿Por qué?

–Solo porque sí.

–¿Sin motivo?

–Sin ningún motivo –pronunció con tono seco y apretó la mandíbula. Sí, ningún motivo en absoluto.

Cuando Adam pensó que Ariadne lo dejaría estar, ella añadió:

–Tendrás que hacerlo mejor, ¿sabes?

–No sé a qué te refieres, hermanita.

–A tu sorpresa, hermanito –sonrió con un toque de burla–. Si no quieres que lo note –señaló hacia la puerta. Francesca había llegado– tendrás que hacer un mejor trabajo fingiendo que entre tú y la chica Sforza no sucede nada.


***

Elisa había intentado con toda su fuerza no mirar hacia él. Incluso había dejado que sus ojos vagaran por el salón, como si no hubiera notado de inmediato que Adam se encontraba ahí. ¿Cómo no había considerado esa situación antes de aceptar asistir?

Por alguna razón, no había imaginado encontrar a Adam ahí. Mucho menos rodeado de su familia y... ¿sería posible que fuera otra hermana? No, lo dudaba. Aquella mujer no había estado en la fiesta de Ariadne Lucerni y no se parecía en nada a Adam.

Como si él adivinara sus dudas, apoyó la mano que tenía libre en la cintura de la mujer. Un gesto claramente posesivo y ladeó su rostro para susurrarle algo al oído. Ella asintió, parecía muy contenta.

¿Qué rayos significaba aquella escena? ¿No se suponía que Adam salía con Clarissa? Oh sí, quizá ya había cumplido su tiempo y esa mujer rubia era la nueva chica de turno. ¡Increíble!

Durante años ella solo había pensado en Adam y él... ¿Qué hacía él? ¡Salía con cada mujer que se cruzaba en su camino! Maldito fuera.

Tragó con fuerza y cerró los ojos por un instante, tomó aire antes de volver a mirar.

–¿Elisa, te encuentras bien? –preguntó con un deje de preocupación Dante. Ella asintió desviando la mirada–. No soy muy bueno con las adivinanzas así que si algo está mal, me lo dirás, ¿de acuerdo?

–No pasa nada –contestó y se sorprendió de su tono firme–. Estoy bien.

–De acuerdo –asintió Dante a regañadientes.

Fueron por algo de beber y mientras sostenían una copa en la mano, Elisa sintió que Dante se ponía tenso. Apoyó la mano libre en su brazo, esperando que él dijera algo, pero su hermano se limitó a negar imperceptiblemente.

–Elisa, hay algo que debo hacer.

–Por supuesto.

–¿Te importa si te dejo sola por unos minutos?

–En lo absoluto. Ve con calma.

–Gracias –Dante le dedicó una sonrisa rígida antes de alejarse.

Elisa paseó por el salón, mirando los retratos de las obras llevadas a cabo por la Fundación que organizaba la velada. Sonrió, pensando que era un trabajo que valía la pena ser realizado y considerando seriamente en empezar a colaborar más activamente con ello.

–¡Hola! –escuchó a su lado. Giró y se encontró con los ojos dorados de Ariadne Lucerni–. Elisa, ¿verdad?

–Sí, hola –respondió extrañada. Ariadne sonrió ampliamente. Su sonrisa se parecía mucho a la de su hermano.

–Soy Ariadne Lucerni. Nos conocimos en mi fiesta de cumpleaños.

–Sí, lo recuerdo. Elisa Sforza –extendió su mano correspondiendo a la sonrisa– ¿cómo estás?

–Muy bien, disfrutando la noche. Veo que viniste bien acompañada, ¿eh?

–Oh, ¿te refieres a Dante? –Elisa rió divertida– es mi hermano.

–¡Claro, Dante Sforza! –Ariadne se golpeó la frente con levedad– sabía que lo conocía.

–Sí. Y tú... ¿viniste con tu familia? –Elisa quería resistir preguntar pero no pudo. Debía hacerlo.

–Sí. Mis padres están por ahí –señaló un rincón– con mi hermano.

–Ah, bien –cerró la boca y resistió el mayor tiempo posible. Dos segundos más tarde, añadió–. ¿Y quién acompaña a tu hermano?

–¿Quién lo acompaña? ¡Ah, te refieres a Francesca!

Francesca. Sí, a ella es a quién se refería. La espectacular rubia que colgaba del brazo de Adam. Francesca.

–Son amigos. Lo han sido por años, ¿sabes?

–¿Sí? –Elisa sintió que una pequeña llama de esperanza surgía en su alma. Intentó disimular su alivio, pero no estaba segura de lograr ocultar algo a aquellos inquisidores ojos dorados.

–Sí. Aunque, tal parece que eso está a punto de cambiar –murmuró frunciendo un momento el ceño.

Elisa miró de inmediato y se encontró con el suave roce de los labios de Adam sobre los de esa mujer. Algo en su interior se retorció e hizo que le doliera, profundamente.

–Sí, así parece –musitó y añadió con más brusquedad de la que pretendía–. Quiero tomar algo de aire. Si me disculpas.

–Adelante –contestó Ariadne y sus ojos brillaron en cuanto observó que Elisa se dirigía al balcón.

Como era de esperarse, no pasaron diez minutos antes de que Adam la siguiera.

Inolvidable (Sforza #4)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora