–No es posible –exclamó risueña apoyando la cabeza en el hombro de Adam– te lo agradezco, pero...
–¿No? ¿Estás dudando de mi capacidad de cumplir promesas? –Adam infló su pecho con orgullo–. ¡Ja! Ya me conocerás lo suficiente para saber que yo siempre cumplo lo que prometo.
–¿Sí? –Elisa deslizó su mano por el pecho de Adam– ¿y cómo piensas cumplirlo? Además, yo pensé que ya te conocía...
–Aún no –Adam clavó sus ojos azules clarísimos en ella– pero tenemos toda la vida por delante para conocernos.
–Sí, pero eso no impide que te ame, Adam –musitó elevando su rostro para besarlo– tanto...
Adam se incorporó rápidamente en su cama y abrió los ojos con incredulidad. Había sido tan real, tanto. Hacía años que no tenía un sueño tan vívido como aquel. Más que sueño, un recuerdo. ¿Por qué ahora? ¿Por qué demonios tenía que volver?
Sabía que era absurdo pero sentía la brisa que corría aquella noche estrellada, el césped en que se habían recostado para identificar las constelaciones y las risas compartidas ante la discusión sobre la estrella fugaz que Elisa aseguraba haber visto y Adam disentía.
La odiaba. Definitivamente la odiaba. Más que nunca.
Adam paseó por su habitación repitiendo en su mente aquellas palabras. ¿Cómo podría no odiarla? Era evidente que debía odiarla. Que tenía que odiarla por cómo había terminado todo. Eso era lo peor. Si tan solo hubiera sido menos... pero no. Tenía que haber destruido cualquier esperanza, cualquier sueño o estúpida ilusión que él pudiera abrigar sobre el amor y su existencia.
Puras tonterías sin sentido, eso sí. De cierta manera suponía que debía estar agradecido con ella.
***
Tras dos semanas del encuentro, Adam reconocía que estaba obsesionado con la idea de volver a verla. Le parecía encontrarla en cada rincón que miraba, fuera una joven con un cabello similar o con un perfil parecido o... Era oficial, estaba obsesionado.
Y eso no era nada bueno. No podía fijar su atención en esa mujer. No ahora ni nunca. Ya una vez había hecho el papel de idiota frente a ella y no importaba el tiempo que hubiera transcurrido, ni mil años bastarían para que él dejara de sentirse como un imbécil en su presencia.
–¿Qué haré contigo, Elisa? –murmuró Adam dejando de lado el documento que acababa de firmar– ¿qué será?
–Adam, ¿has terminado? –Francesca asomó su cabeza rubia por el umbral y sonrió– ¿debo regresar?
–No, claro que no. Pasa –le indicó que tomara asiento frente a él– ¿he tardado mucho?
–No, en absoluto –cruzó los brazos y entrecerró los ojos– ¿pasó?
–¿Qué pasó? –inquirió sin entender.
–¿Enamorado?
–¡Ni de lejos!
–¡Una verdadera lástima! –musitó sonriendo levemente– creo que serías un novio estupendo.
–¿Qué les ha dado a todas las mujeres que me rodean? ¿Por qué decirme algo semejante? Tú mejor que nadie sabes que sería un pésimo novio.
–Eso no es cierto, Adam. Eres un hombre tan dulce –contestó Francesca y Adam bufó incrédulo–, no importa cuánto intentes enmascararlo.
–No intento nada. Es así como soy. Tal como me ves.
–¿Lo que hay es lo que ves? –replicó Francesca divertida–. En fin, no pretendía entrometerme en tu vida privada.
–Mi vida privada... –Adam se pasó una mano por la barbilla–. A propósito, ¿tienes planes para el fin de semana?
–Sí, así es Adam –confirmó divertida.
–Sabes que no...
–Lo sé. Pero por mucho que me encantaría ir contigo a donde quiera que tengas que ir, ya hice planes. Lo siento.
–Eso no es bueno –exclamó contrariado–. No, no lo es.
–¿Por qué no?
–Porque significa que tendré que llevar a una de las chicas con las que salgo.
–¿Sí? ¿A dónde? ¿Y por qué el desánimo?
–Porque es un evento familiar. El cumpleaños de Ariadne. ¿Por qué tú no asistes?
–La invitación me llegó después de haber aceptado este compromiso.
–Ineludible por lo que veo.
–No te pongas celoso, Lucerni –tomó su mano y le dio un apretón con cariño– sabes que eres el primero.
–Preferiría ser el único –contestó mordaz e intercambiaron una sonrisa cómplice.
–Me llevo los documentos y te veo más tarde, Adam.
–Sí, en la hora de la comida.
–Es una cita –pronunció divertida antes de salir.
Adam soltó el aire lentamente. Francesca sería la mujer ideal para mantener una relación, si eso fuera lo que él quería. Lástima que no lo fuera, porque era realmente hermosa. Sí, cuando decidiera tener una relación y si no era muy tarde... Francesca sería su elección natural. Era perfecta en todos los sentidos. Y él sentía un gran respeto por ella. A diferencia de lo que le inspiraban otras mujeres, sobre todo una de ojos oscuros que hacía surgir sus sentimientos más oscuros.
***
Adam esbozó una sonrisa levemente irritada ante la conversación emocionada de su cita. Sí, sabía a lo que se estaba arriesgando al invitar a Clarissa a ese evento en particular pero no tenía alternativa. Porque obviamente: uno, necesitaba una chica a la que llevar para que Ariadne abandonara su inútil búsqueda de una relación seria para él; y dos, si había alguien que podía decirle algo respecto a Elisa era ella.
Sí, lo reconocía, su obsesión estaba lejos de terminar. Y quería volver a verla, aún no tenía claro para qué pero la quería ver. Quería hablar con Elisa, quería saber algo más de ella... empezando por su apellido. Si lo obtenía, lo demás sería fácil. Con su nombre completo él lograría averiguar todo sobre ella. Notaría que no era nada especial y finalmente podría librarse de aquella absurda fijación.
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Inolvidable (Sforza #4)
RomansaUna mirada fue suficiente para que el mundo de Elisa empezara a girar en torno a él. Con solo unas palabras, Elisa comprendió que una ilusión podía nacer en segundos y consolidarse en horas. Al terminar el día, ella sabía que estaba enamorada de él...