Adam se sintió incrédulo cuando la mujer que ocupaba sus pensamientos se materializó a escasos metros de él. No entendía qué hacía ahí, en medio del jardín de su casa, en el cumpleaños de su hermana. ¿Quién la había invitado? ¿Acaso Ariadne la conocía?
Intentó concentrarse en la conversación de Clarissa pero sentía los oscuros ojos de Elisa clavados en él, podría jurar que ella no dejaba de mirarlo, así como la chica con la que se encontraba. Suponía que era por la presencia de Clarissa y aun así se sintió levemente desconcertado ante la perspectiva de intrigar a Elisa, aunque fuera mínimamente porque, bueno, diciéndolo claramente, ella lo había dejado.
¿Para qué negarlo? Así había sido, lo había sacado de su vida con pasmosa facilidad y él se había sentido desolado ante la perspectiva de perder al que había sentido como el amor de su vida. Qué patético.
Se deshizo de Clarissa en el mismo instante en que notó al mirar de reojo que Elisa se quedaba sola. Era el momento adecuado. Caminó hacia ella y se quedó a un par de pasos de distancia.
–¿Qué haces aquí? –Adam reconocía que no era la manera más brillante de empezar una conversación pero no tenía la menor idea de que decir.
–Hola a ti también –saludó Elisa con gesto sorprendido. No había esperado que él se acercara–. ¿Por qué la pregunta?
–No lo sé, quizá porque no sabía que estuvieras invitada.
–¿Sí? ¿Acaso tú supervisaste la lista de invitados?
–No exactamente pero... –Adam notó que la atención de Elisa se dirigía hacia alguien que se acercaba por detrás de él.
–¿Elisa? ¿Elisa Sforza? –interrogó una suave voz femenina y Elisa asintió claramente sorprendida–. ¡Tenía tantas ganas de conocerte!
–¿De verdad? –inquirió intentando recordar si debía reconocerla. ¿Sería alguien que se presentó en su casa? No le parecía, era una mujer que no pasaría desapercibida, así que no lo creía.
–Sí, eres la única Sforza que me faltaba por conocer –rió golpeando delicadamente su frente–, probablemente te preguntas quién soy. Disculpa la descortesía, pero...
–¿Stella? –Adam giró y se encontró con los ojos verdes de ella.
–¡Adam! No sabía que eras tú pero debí imaginarlo –Stella sonrió ampliamente mirándolos de manera alternativa–. ¿Ustedes se conocen?
–¡No! –exclamaron al unísono y Stella rió.
–¿No se han presentado, entonces? Pues permítanme –pidió.
–¿Acaso se conocen? –interrogó Adam confuso. ¿De dónde conocía Stella a Elisa? Y al parecer él no era el único que se lo preguntaba, pues Elisa tampoco parecía reconocerla.
–¿Con Elisa? No exactamente –aclaró Stella–, pero reconocería esos oscuros ojos verdes en cualquier lugar. Esa tonalidad es exactamente igual a la de Cayden. Sabía que podría reconocerte en cuanto Cayden me dijo que tenías sus mismos ojos. Soy Stella Sforza, por cierto.
Elisa esbozó una sonrisa al entender quien era aquella singular mujer. La esposa de Cayden, su cuñada a la que finalmente tenía oportunidad de conocer. Tenía una personalidad vital y encantadora, parecía cautivar y atraer la atención a su alrededor. No era difícil ver qué había fascinado tanto a su hermano.
–Elisa –extendió su mano–. Mucho gusto, Stella. Tenía muchas ganas de conocerte.
–Y yo a ti –Stella observó a Adam– es Elisa Sforza, mi cuñada. Elisa, él es Adam Lucerni, uno de los anfitriones y familiar mío también.
Adam murmuró palabras de saludo aunque no estaba seguro de cuáles. Su mente era un caos al intentar procesar lo que acababa de escuchar y las implicaciones de aquello. ¿Sforza? ¿Elisa era una Sforza? ¡Eso era algo que jamás habría imaginado!
¿Cómo era posible? Todo ese tiempo, tan condenadamente fácil de saber quién era y lo último que habría pensado era que pertenecía a una de las familias más notorias de Italia. ¡Tenía que ser una broma de mal gusto!
Observó el intercambio de comentarios y sonrisas entre las dos mujeres que estaban a su lado. Fijó su mirada en los ojos de Elisa y él jamás los habría asociado con Cayden Sforza. Quizá porque no lo conocía demasiado o porque tampoco era dado a notar los ojos de los hombres que representaban a otras compañías que realizaban ocasionales negocios con la suya, así que no. Jamás habría llegado a esa conclusión.
¡Una Sforza, demonios! Todo ese tiempo había sido una Sforza.
–¿No podías darme cinco minutos, cierto? –inquirió una profunda voz acercándose a ellos. Adam reconoció a Cayden Sforza, el esposo de Stella y, al parecer, hermano de Elisa.
–¡Cayden! –Stella esbozó una gran sonrisa– es que no podía esperar para conocer a tu hermana. Es encantadora.
–¿Encantadora? –Cayden arqueó una ceja– seguramente eres de las pocas personas que ha calificado a un Sforza de esa manera.
–Probablemente porque Elisa es la Sforza menos conocida por Italia –se encogió de hombros Stella.
–Quizá sea lo mejor. Imagínate el daño a la reputación despiadada de la Corporación Sforza en los negocios –soltó Cayden curvando la comisura de los labios con burla. Elisa abrió los ojos con sorpresa ante su tono relajado, aún intentando digerir el cambio en su hermano.
–¿La reputación de la Corporación? ¡Querrás decir la tuya! –habló Stella poniendo en blanco los ojos y Cayden soltó una risita por lo bajo.
–Elisa –miró a su hermana y luego dirigió sus ojos hacia Adam– Lucerni.
–Qué gusto que nos acompañen en este día –dijo Adam después de asentir con la cabeza al saludo de Cayden– los Sforza siempre son bienvenidos a la Mansión Lucerni.
–¡Por supuesto que lo son! –afirmó Stella–; después de todo, somos prácticamente una familia –añadió, ignorando deliberadamente la tensión existente en el grupo.
–Elisa, ¿has venido sola? –interrogó Cayden clavando sus ojos oscuros en su hermana menor.
–No. He venido con Kevin... –Elisa chasqueó la lengua– debe estar por algún lugar... cerca.
–Me encantaría saludar a Kevin –comentó Stella y Cayden asintió.
–Sí, vamos a buscarlo –asintió y le ofreció el brazo a Stella– Elisa, ¿vienes?
–Claro –contestó la aludida siguiéndolos.
–Eso no ha sido muy sutil de tu parte, Cayden –frunció el ceño Stella, dirigiendo una mirada de disculpa a Adam–. Pensé que te agradaban los Lucerni.
–Y me agradan. Son excelentes socios de negocios.
–Sabes a qué me refiero –precisó impaciente.
–No me agrada ese Lucerni en particular –bufó Cayden–. Mucho menos si está cerca de mi hermana menor.
–Ah –Stella rió divertida–. Intentas proteger a Elisa que, te recuerdo, es una mujer adulta.
–Es mi hermana menor y no me gusta que alguien como él...
–¡Por favor! –interrumpió Stella incrédula– Adam es encantador y dulce.
–Sí, cómo no –gruñó Cayden–. Tú mejor que nadie...
La discusión continuó entre ellos pero Elisa hizo lo posible por no prestar atención. Lo último que necesitaba era discutir respecto a Adam y su familia. ¡Un Lucerni! ¿Qué habría pensado él de ella siendo una Sforza? ¡Seguro que eso no lo esperaba!
Porque era evidente que le interesaba. No sabía por qué razón pero así era. Adam se había acercado a ella voluntariamente, no muy amable cierto, pero lo había hecho.
Ojalá hubiera tenido más tiempo para hablar con él. Bueno, para escucharlo, porque no había sabido cuánto añoraba su voz hasta que volvió a llegar a sus oídos. Si pudiera elegir, ese sería el sonido que no se cansaría de escuchar por el resto de su vida.
–Adam, tú sola presencia me convierte en una idiota cursi, incluso en mis pensamientos –musitó contrariada Elisa y suspiró.
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Inolvidable (Sforza #4)
RomanceUna mirada fue suficiente para que el mundo de Elisa empezara a girar en torno a él. Con solo unas palabras, Elisa comprendió que una ilusión podía nacer en segundos y consolidarse en horas. Al terminar el día, ella sabía que estaba enamorada de él...