Capítulo 4

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Elisa se encontró en el despacho de su padre, rodeada de sus cinco hermanos. No tenía la menor idea de qué era lo que Vincenzo Sforza consideraría tan importante pero no estaba segura de que le interesara tampoco. Solo quería estar sola, eso era todo.

No iba a negar que sus hermanos le hubieran hecho falta, a pesar de la dinámica poco común que habían compartido hacía unos momentos que no era lo ordinario en ellos. Pero ese día no era el mejor, no después de haberlo visto a él y notar que no importaba lo que se obligara a creer... estaba lejos de olvidarlo.

–Padre –saludaron los seis Sforza a Vincenzo y él asintió mirándolos de uno en uno–. ¿A qué se debe la convocatoria tan urgente? –inquirió Giovanna directa.

–Me satisface que acudan al llamado de su padre con tal prontitud –Vincenzo Sforza se levantó de la silla detrás de su escritorio y elevó el rostro. Era un hombre alto, severo y atractivo, eficiente en los negocios pero sin una pizca de cariño paternal–. Empezaré en un momento.

Volvió a sentarse y ordenó unos documentos en su escritorio. Los hermanos Sforza intercambiaron miradas interrogantes e incómodas tras un silencio de diez minutos.

–Detestaría ser grosero contigo, padre –soltó Cayden curvando la comisura de sus labios con falsa obediencia– pero ¿qué esperamos?

Los ojos azules de Vincenzo se clavaron con frialdad en Cayden por un segundo, antes de desviarlos sin pronunciar palabra. Cayden puso en blanco los ojos y cruzó los brazos.

–Cayden... –murmuró Christabel colocando la mano sobre el brazo de su hermano– no nos cuesta nada esperar un poco más.

–Por mucho que disfruto el estar parado en un despacho siendo ignorado, tengo cosas más importantes que hacer –replicó Cayden irritado. Vincenzo lo miró.

–¿Cómo qué? ¿Atender los caprichos de tu esposa? –inquirió Vincenzo.

–No tanto como tú atiendes los caprichos de la tuya –contestó Cayden con insolencia.

–¡Cayden! –exclamó Giovanna clavando sus ojos celestes en su hermano.

Pero Vincenzo no parecía molesto en absoluto. Es más, tenía un leve rictus en su boca que se asemejaba mucho a una sonrisa. Solo que Vincenzo Sforza nunca sonreía, al menos no en compañía de sus hijos.

Elisa observó a su alrededor. Casi había olvidado la tensión que se vivía en la mansión Sforza cuando se presentaban las raras ocasiones en que la familia se reunía por completo. Cayden y su padre tenían una relación no tan buena, eso era algo que evidentemente no había cambiado.

Aunque, por otro lado, la relación estrecha de Giovanna y su padre sí que había cambiado. No lo había creído posible cuando Christabel le había relatado brevemente que Giovanna y Vincenzo apenas se hablaban ya. Increíble.

Se perdió el intercambio que seguían manteniendo sus hermanos con su padre, hasta que un silencio se extendió por la estancia. Eso llamó de inmediato su atención y notó la razón. Había llegado quién suponía faltaba en aquella singular reunión. Isabelle Sforza, su madre.

–Ahora podemos iniciar –Vincenzo acercó una silla para Isabelle y le susurró algo al oído. Ella asintió.

–Madre –saludaron los seis Sforza. Ella les dedicó una sonrisa a cada uno y, para su sorpresa, se levantó y depositó un beso en la mejilla de sus hijos.

–Los he reunido aquí a petición de Isabelle –empezó Vincenzo mirando alternativamente a sus hijos–. Sé que no es común que lo hagamos pero a veces es necesario e inevitable. Este es uno de esos momentos.

Un breve silencio se sucedió entre los presentes que se miraron confusos e intrigados. ¿A qué momento se refería?

–Voy a ausentarme de Italia por algunos meses –declaró Vincenzo y varias miradas de sorpresa se sucedieron. ¿Por qué él consideraría necesario informarles algo así?– y del manejo de la Corporación.

–¿¿Qué?? –exclamaron Giovanna, Cayden y Christabel al unísono. Vincenzo miró a sus hijos mayores y asintió.

–Sí, así se hará. Por lo que es necesario que ocupen las posiciones para las que han sido preparados en la Corporación. Cada uno tiene conocimiento de lo que me refiero así que no hay nada más que decir. Pueden retirarse.

Los seis hijos de la familia Sforza se quedaron clavados en sus lugares, incapaces de asimilar la sorpresiva y escasa información que habían recibido. ¿Qué motivo poderoso obligaría a Vincenzo Sforza a dejar la Corporación e Italia al mismo tiempo? ¿Iría solo? ¿Qué sucedería con todos los negocios pendientes?

–Lo siento pero yo no estoy de acuerdo –protestó Elisa antes de ser consciente de que había hablado. Todos la miraron fijamente y ella cerró la boca horrorizada de su osadía. ¿Realmente había sido capaz de contradecir abiertamente a Vincenzo Sforza? La última vez que lo había hecho había perdido todo y tan solo era una adolescente. Inspiró hondo, debía continuar–. Yo no he vuelto para trabajar en la Corporación.

–Pero, Elisa... –Giovanna empezó y ella negó con firmeza.

–No. No estoy interesada en ocupar un lugar dentro de la Corporación Sforza, pero gracias por la petición... –curvó su boca y soltó con poco disimulado desprecio– papá.

–Elisa –llamó con tono impasible y bajo su padre cuando ella se retiraba, por lo que se detuvo– no era una petición.

–Lo sé –se obligó a sostener la fría mirada de Vincenzo.

–Entonces no tiene sentido que te niegues a asumir tu responsabilidad.

–No es mi... –protestó Elisa pero Christabel apretó su brazo para que guardara silencio.

–Elisa, me gustaría hablar contigo –se adelantó Cayden ante el inusitado silencio– más tarde. ¿Podríamos?

–Está bien –accedió a regañadientes. No entendía por qué ninguno de sus hermanos se oponía a la orden de su padre. Claro, no era nada nuevo ciertamente, pero ¡eran unos adultos, por todos los cielos!

–Giovanna –llamó Vincenzo la atención hacia él nuevamente– quédate porque quiero hablar contigo. Tú también, Cayden –señaló cuando el aludido había girado–; los demás, pueden retirarse ahora.

No hubo ninguna protesta adicional. Los cuatro Sforza se retiraron en silencio y con la cabeza en alto. Ante todo, si algo habían heredado de Vincenzo Sforza, era el ser orgullosos.

–Después de esto, creo que necesito un gran trago de lo que sea –gruñó Dante cerrando los ojos. Elisa ladeó el rostro para mirar a su hermano.

–Creo que nos vendría bien un trago a todos –reconoció Elisa y tomó su brazo– ¿les parece que esperemos en el salón a Giovanna y Cayden?

Inolvidable (Sforza #4)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora