Tres

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La mansión parisina de los Mcgregory, era enorme, no tanto a la mansión de los White Andrew tenían en Chicago. Enormes ventanales proporcionaban luz a las habitaciones y daban un ambiente alegre y elegante.

—Esta será tu habitación, querida—dijo Amelia abriendo una puerta que daba a una suite de paredes empapeladas con pequeñas florecillas y otras solo pintadas con colores claros.

Candy quedó maravillada por la refinada decoración. La cama y

las sillas estaban tapizadas de satén estampado en tonos rosa y pasteles. Habían puesto flores con los mismos

colores en jarrones de porcelana china.

—Gracias, tía—dijo volviéndose hacia su tía con aspecto triste.

—¿Qué ocurre cariño?

—Nada... Es solo que...

—Extrañas a tu padre.—afirmó la mujer. Ella asintió.

—Nunca nos hemos separado. Por más que no hemos tenido una buena relación.

—Lo sé. Pero puedes escribirle todas las veces que desees. Así estarán en contacto.

—Si. Tienes razón.

Amelia se volvió hacia el lacayo que llevaba la maleta de la joven.

—Déjela aquí—ordenó señalando la habitación con gesto decidido.— Gracias —le dijo al hombre y luego se dirigió a su sobrina.—Te dejaré para que te refresques y te pongas cómoda. Te haré llamar en cuanto esté la cena.

Candy se quitó su capa y fue a instalarse. Se arrojó sobra la imnensa cama, de espalda y suspiró largo. Paris iba a ser el paraíso. Pensó.

...

..

.

Amelia estaba decidida en hacer de su sobrina toda una dama, elegante y refinada.

Las primeras semanas se dedicó a buscar buenos tutores para la enseñanza de su sobrina. También mandó a llamar a su diseñador personal, el mejor de París.

Candy escuchaba atentamente. Hablaron sin fin de tejidos, de las últimas tendencias de la moda y tomaron las medidas a Candy. Para luego confeccionale decenas de vestidos.

Media hora después de que se fueran, la joven se encontró ejercitándose en andar con un libro sobre la cabeza, bajo la mirada crítica de una mujer rechoncha designada por su tía para

darle clases de comportamiento.

—Mas derecha.—indicó la mujer.

—Soy terriblemente patosa madame Josephine —dijo Candy enrojeciendo mientras el libro caía al suelo por quinta vez.

—No—comentó seriamente la dama sacudiendo la cabeza.—Mademoiselle Andrew tiene una gracia natural y una postura excelente. Pero debe aprender a no andar como si tuviera al diablo detrás.

La pequeña rubia exhaló y continuó con la clase.

Luego de finalizada su tarea con madame Josephine, siguió con el profesor de baile quien confesó que la joven fácilmente podría darle clases a él.

Durante varios meses, madame Josephine iba una hora diaria cinco días a la semana.

Candy se sometió de buen grado a sus lecciones pensando que las buenas maneras podían llamar la atención de su querido Archie.

—¿Cómo vas con las clases de madame Josephine?—preguntó su tío a la hora de la cena.

—Aprendí que el abanico tiene otros usos además de quitarnos el calor.—respondió ella con una mirada maliciosa y burlona a la vez. Su tío sonrió con aprobación. Candy le había robado el corazón desde un principio.

Corazón IndomableDonde viven las historias. Descúbrelo ahora