Epílogo.

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Los rigurosos días del invierno llegaron con unas temperaturas terriblemente bajas debido a un vendaval que hizo presa en los campos con sus gélidas mandíbulas cubiertas de escarcha. El invierno parecía prometer que mantendría atrapado al mundo en su glacial esplendor durante toda la eternidad cuando aquella delicada doncella, la primavera, se presentó de pronto trayendo consigo su propia promesa. Llevaba en don del renacimiento, envuelto en el cálido resplandor del sol. Sintiéndose seducido por aquella promesa, el viento enseguida perdió su filo estremecedor y se convirtió mágicamente en unas suaves brisas.

Los árboles fueron los primeros en mostrar el cumplimiento de la promesa. Las ramas dejaron de ser quebradizas y pasaron a volverse maleables, para luego agitarse con un grácil movimiento en cuanto las incitaba la brisa. Frágiles brotes y verdes hojas engrosaban cada una de ellas. Semillas olvidadas, que habían sido hundidas en las profundidades de la tierra por la advertencia de los primeros fríos del otoño, florecieron de pronto en un estallido de color y fragancia, o bastante embriagadoras para atraer a las vanidosas abejas de la miel que zumbaban de un lado a otro.

Pronto llegaría el verano y con ello su partida a Londres.
Fue un tiempo realmente mágico para Candice. ¡Y había tanta alegría en el hecho de amar a Terry! A ella le parecía un milagro que Terry la amara.

Estaba sentado en la sala, con un papel todavía entre sus dedos, cuando Candice por fin bajó a desayunar. Terry ya había hecho su comida del mediodía.
Su esposa parecía descansada, pero él sabía que dentro de unas horas necesitaría dormir un rato. Últimamente se cansaba con mucha facilidad. Candy trataba de ocultarle aquel hecho a su esposo, pero él sabía que cada mañana tenía mareos y náuseas.
La enfermedad de su esposa no lo preocupaba lo más mínimo. No, el duque estaba esperando a que ella se diera cuenta de que llevaba a un hijo suyo en su seno.
Ella sonrió en cuanto lo vió sentado en un sillón junto al gran ventanal y caminó hacia él quien la sentó en su regazo.
—Buenos dias, amor mío—dijo él luego de besar sus labios.

—Mas bien sería buenas tardes, Terry –le dijo ella—. Ya casi es mediodía y acabo de levantarme de la cama. Me parece que estoy enferma, aunque no deseo preocuparte. Pero últimamente no me he sentido bien.

—Siempre has sido de tener un sueño pesado—le dijo el tratando de no reír, porque la expresión de su esposa rayaba en la tristeza. Candy sacudió la cabeza. Luego le dió un golpecito el el brazo.

—¡Ouch!

—Eso por burlarte de mí.

—Llamaremos al doctor para que te revise.

—Esta bien. Pero si algo malo llegara a tener prométeme que seguirás adelante y serás feliz.

—Candy—trató de aguantar la risa. Su esposa estaba haciendo un gran drama por algo que para él ya era definitivo y lo hacía el hombre más feliz de la tierra.

—Promételo.—dijo sería.

—Esta bien.

—¿Qué es lo que tienes ahí?—dijo señalando el papel.

— Es de Frank. Se casa el mes siguiente.

—¡Oh, que emoción! Me alegra de saber que Eliza encontró a un hombre que la ama de verdad.

—Tambien me pone feliz por ambos.

— En dos semanas nos iremos, ¿no es así?

—Asi es amor mío.

—Voy a extrañar todo ésto.—dijo con nostalgia.— A papá...

—Podras venir a visitarlo siempre que quieras. O él también lo hará.

Corazón IndomableDonde viven las historias. Descúbrelo ahora