Cuatro

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A la mañana siguiente, Candy se levantó muy sonriente. Todavía soñaba con la noche anterior y sonreía tontamente mientras relataba a su Nana los acontecimientos. Mientras la mujer mayor terminaba de cepillar su cabello.

—Fue un sueño, Nana.—dijo la joven.—No dejé de bailar en toda la fiesta.—se puso de pie y tomando las manos de su Nana, tarareando la canción la hizo girar y bailar.

—Mi niña, me estoy mareando.—dijo entre risas.

—Perdón Nana. Es que estoy tan feliz.—se detuvo y la hizo tomar asiento.— Voy a escrirle a papá y contarle todo.

—Ahora no. Tienes visitas.

—¿Visitas?

Mientras bajada la escalera. Podía escuchar las risas y voces de su reciente amiga y hombres, desde el salón.

Su tía apareció en la entrada.

La veía descender. Observó a aquella niña que llegó unos años atrás. No era nada parecida a las jóvenes damas que parecían etéreas, Candy era impulsiva y alegre, mientras que las demás eran reservadas, ella era inteligente y directa.

Observó los cambios que se iban operando en su sobrina con el paso del tiempo. Su rostro cumplía su antigua promesa de belleza, largas pestañas oscuras bordeaban unos ojos increíblemente expresivos que pasaban por todos los tonos de verde bajo unas cejas perfectamente arqueadas. Una trenza doradas enmarcaba un rostro finamente esculpido, con una boca generosa y una piel suave como la seda. Su cintura seguía siendo delgada a pesar de la plenitud de sus formas. Se la empezaba a encontrar incomparable.

—Precisamente iba a buscarte—dijo sonriendo, cuando llegó a su lado—Elisa ha venido y... su primo.

Candy entró en el salón con nerviosismo y descubrió a tres jóvenes con los cuales había bailado el día anterior.

—¡Buen día!—saludó ella.

—Muy buenos días, mademoiseille.—dijo Antony besando la delicada y blanca piel de su mano. Luego lo hizo Tom y seguido su también amigo, Karl Kingston.

—¿Cómo estas, Candy?—dijo una sonriente Elisa. Y luego le dió un guiño.

—Mi familia dará un banquete en nuestra casa de campo y nos gustaría que nos acompañe, señorita Candice.—explicó Tom.

Dieron un paso hacia delante, cada uno con un ramo de flores en la mano y se pusieron a discutir para saber quien de ellos la escoltaria. Por espíritu de equidad, Candy entrelazó su brazo con el de Eliza, ambas sonrieron y salieron seguidas por los tres caballeros resignados.

—Será divertido—dijo Elisa en voz baja.

                                                                                 ...

                                                                                 ..

                                                                                  .

Mientras en otra parte...

Recostada entre mullidos cojines de satén y arrugadas sábanas, Susana Marlow contemplaba con admirativa sonrisa el bronceado y musculoso torso de Terrence Graham Grandchester, mientras éste se ponía la camisa que arrojó al pie de la cama la noche anterior.

–¿Iras a verme la próxima semana?—preguntó ella.

Terrence la miró sorprendido al tiempo que recogía su corbata.

Corazón IndomableDonde viven las historias. Descúbrelo ahora