Quince

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Los más elegantes carruajes se alineaban ante la escalinata de la imponente mansión, inundado de luz. Uno a uno iban vaciándose de sus encopetados ocupantes. Las mujeres refulgían, cubiertas de joyas, y los hombres, altos y bajos, gruesos y delgados, todos vestidos de negro, las ayudaban a hacer su entrada triunfal.
Terrence Grandchester fue reconocido en cuanto se bajó del coche, y un alud de murmullos de asombro llegó a sus oídos.
—¡Cielo santo! ¡Es el duque de Grandchester!
—¡Es cierto!—exclamó una invitada.— Es tan guapo.
Mientras Terry respondía a quienes lo saludaban con un leve asentamiento de cabeza, Candy se convirtió en
objeto de las murmuraciones.
— ¡Dios mío, es preciosa!

—Ya deja de mirarla de esa manera que vas a ofenderla.

Él le ofreció su brazo y entraron al lugar.

Casi no se enteró cuando anunciaron su nombre ni el del duque, tan ensimismada estaba en observar y asimilar las elegantes arcadas que enmarcaban el salón, el arco iris de colores que llenaban las paredes mientras los caballeros y las damas más notables de la gente elegante evolucionaban por la pista con vestidos a la última moda. Todos expectantes a la pareja recién llegada.

— ¿Y qué te parece?—le preguntó en un tono que solo ella podía escuchar.

—No entiendo.—arrugó el entrecejo y habló de igual manera, manteniendo una sutil sonrisa a los que los miraban— No sabía que vendríamos a una fiesta.

—Claro que no. Fue de último momento que decidí aceptar.—le sonrió y ella lo miró con el ceño fruncido.—¿No te gusta?

—Si... claro que sí.—bajaron el último escalón. Solo pensé que...

—Bienvenidos, queridos.—los interrumpió Eleonor del brazo de Albert.

— ¡Papá!

—Mi pequeña.

— ¿Cómo es que tú también estás aquí?

— Fui invitado.—dijo de lo mas tranquilo, luego la abrazó y besó el dorso de la mano enguantada.

—Candice, estas preciosa.—comentó Eleonor, tomando ambas manos de la rubia.

—Gracias. Usted también está muy elegante y hermosa.

Eleonor llevaba un elegante vestido de un azul oscuro. Cuello cerrado en encaje y mangas largas y ajustadas. La falta inferior de un tono marfil. El cabello recogido en un elegante moño, sujetó con pinzas de plata y diamantes.—Cariño —se refirió a su hijo— eres un caballero muy apuesto.

— Gracias, mi bella duquesa.—dijo con galantería.

Las parejas se unieron a los demas invitados. Entre ellos su tía Amelia y su esposo. Luego los siguió la joven pelirroja.

—¡Candy!— dijo su amiga muy emocionada.

—¡Oh! ¡Eliza!— se abrazaron.—¿ Por qué no me avisaste que habías llegado?

— Quería hacerlo pero preferí sorprenderte.

— Vaya que si lo lograste. Tenemos mucho de qué hablar.—dijo la rubia.

—Por supuesto. Hay tanto que contarnos—luego miró al duque— Su gracia. ¿Cómo está usted?

— Me alegra de que haya venido, señorita Leagan.

—Terrence—saludó el francés— Señorita White, siempre es un placer verla. —tomó la mano de la joven y depositó un beso.— Resplandece como siempre.

—Gracias, señor LeBlanc.

—Frank. Solo Frank.

—Solo si usted... perdón—se corrigió—deja de llamarme señorita White.—dijo con amabilidad.

Corazón IndomableDonde viven las historias. Descúbrelo ahora