Veinte

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Pasada la tarde. Llegaron a la mansión. Toda su familia y amigos se encontraban allí.

—Ahí vienen.—dijo la Nana con las mejillas mojadas por el llanto.

—¡Bendito sea Dios!—agradeció Eleonor.

Amelia fué la primera en salir en cuanto oyó los cascos de los caballos, aproximarse, seguida de Eleonor.

Un carruaje seguido de varios jinetes se pararon frente a la puerta principal.

—Llegamos, amor mío.—anunció el duque a su esposa.

Rápidamente un lacayo corrió a abrir la puerta.

—Oh, mi pequeña niña. ¿Cómo está?—cuestionó angustiada la tía.

— Estará bien.—intervino Albert.

—Hay que dejarla descansar.— comentó Donald bajando del caballo y yendo al lado de su esposa.

Terry descendió y luego ayudó a su mujer.

Aún débil. Por lo que su esposo la levantó con la misma facilidad que si fuera una niña.

—Candy.—fue el hilo de voz de Patty entre el llanto. Su esposo la estrechó entre sus brazos, para consolarla.

— La llevaré a su habitación.—dijo el duque.

—La ayudaré a...

—Mejor no.—le tocó el hombro Albert a Amelia.—Él se ocupará. Es mejor dejarlos solos. Candy ha pasado unos días terribles. Es preferible que la dejemos con su esposo.

El castaño cruzó de lado la puerta con ella en brazos.

— Que suban agua caliente y preparen el baño para mí esposa.

—Ya está todo listo señor.—dijo la Nana.

Sin decir más, el hombre subió con su mujer a cuesta.

...

Llegaron a la habitación.
—Gracias —murmuró Candy cuando la dejó en el suelo.

—Has subido de peso, cariño —replicó Terry fingiendo estar cansado y eso la hizo sonreír.
Ella echó un vistazo a la habitación. Tan diferente a donde había estado. Las sábanas habían sido cambiadas, el aroma de las flores aún bañaba la habitación. Todo seguía como en aquella noche que había compartido la cama por primera vez junto a su esposo.

Miró su reflejo en el espejo. Varias marcas en su cara y cuellos. Manchada de barro, helada y entumecida. Unas lágrimas rodaron por sus mejillas. Recordaba muy poco de lo sucedido ya que la mayor parte estaba bajo los efectos de la droga.

Terry cerró la puerta, se acercó a ella y le desabrochó la capa. Su rostro reflejó algo parecido a la angustia cuando se percató de que temblaba.
—Deja que te ayude, amor mío —dijo en voz baja a la vez que le quitaba la capa de los hombros, y acercó una silla al fuego, cerca de la chimenea donde estaba la bañera.
Candy tragó saliva y trató de tensar las rodillas, que parecían querer doblarse al sentir sus cálidas y suave manos rozarle la piel. Tuvo que agarrarse a él para no perder el equilibrio cuando le pasó la única prenda que cubría su cuerpo, por las caderas para quitárselo. Dió un paso para salir del círculo que formaba el vestido en el suelo.

— Puedo sola. No tienes que hacer ésto.

—Pero yo quiero hacerlo.—dijo con una cálida sonrisa.
Aun no se acostumbraba a ser observada por su marido estando desnuda. Candy se ruborizó de pies a cabeza.

—Te he visto sin nada de ropa, cariño. No deberías avergonzarte.—dijo con un brillo en los ojos.

—Pero eso fue distinto. Estábamos en la cama, con los cobertores y ...
Candice se calló, al no ocurrírsele nada más que decir.
El castaño soltó una risita.
—Ven. Métete en tu baño ante de que se enfríe el agua, pecosa— le dijo.
La ayudó a meterse en la bañera y luego se retiró a quitarse su ropa.

Corazón IndomableDonde viven las historias. Descúbrelo ahora