Dieciséis.

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A la mañana siguiente Eliza había ido a visitar a su amiga. Quería saber qué fue lo que le había ocurrido, ya que su amiga había desaparecido sin decir una palabra, por lo que el joven Leblanc tuvo que contarle lo sucedido al verla tan angustiada.

Estaban en la sala tomando el té.
—Tenías toda la razón —le dijo entre sollozos Eliza—. No era para nada honorable. Estoy teniendo los peores pensamientos, Candy. Deseo que me acompañes y que me hagas el favor de clavarle una espada en lo más profundo de su corazón. Claro, si es que lo tiene.
Candy sonrió ante el comentario de su amiga.
—Ése es un mal pensamiento—reconoció con picardía—. Reconozco que no soy la mejor para aconsejarte en lo que al amor se refiere.
—¿Te burlas de mi? —repuso, restregándose los ojos con la servilleta que posaba en su regazo y sentándose un poco más erguida—. Tienes a tus pies nada más ni nada menos que al duque de Grandchester. Que es evidente que ésta loco por ti.
— No lo sé. Anoche se comportó como un lobo con Antony y tampoco me gustó la forma con la que trató a mi doncella.

—Candy, eres demasiado buena con todos. Pero debes entender que no todos son iguales. El duque es un hombre que debe mantener su conducta y hacerse respetar. Además no creo que sea un hombre que ande ventilado su vida con los sirvientes o haciendo chistes con ellos.
—Lo sé. Tienes toda la razón pero igual no me gustó. Hay maneras de pedirle a las personas. No así. Pero bueno. Hablemos de tí. ¿Cómo es que conociste al amigo de Terry?

— Fue en el barco. Estaba en la cubierta cuando él se me acercó. Es un hombre muy amable.—admitió.

—Y apuesto.—dijo mientras observaba a la joven enrojecer.
—Sí, por supuesto. ¡Oh por Dios, no me mires así!

—No hice nada. Solo dije nada más que lo que veo. Además de que se nota que está interesado en ti.

— No lo creo. Además no estoy lista para otra desilusión. Creo que he nacido para estar sola.—dijo con tristeza.

—No digas eso. Tal vez ese hombre no era el indicado. Y la vida tiene preparado algo mejor para tí. Ya verás. Sé que pronto llegará esa persona que te haga tan feliz que no habrá lugar en tu corazón para tanto amor.—suspiró.

— Dios te escuché, amiga.

...

Terrence llegó media hora luego de que Eliza se retirara.

Candice estaba en el extremo de la sala de recibo principal. Oyó cómo Alfred lo saludaba, llamándolo "su alteza", y luego se abrieron las puertas y apareció el duque.
Se lo veía extremadamente digno, vestido con ropa de montar. El pantalón de piel era tan ajustado como la última vez que se lo había visto. Candice le sonrió a la apuesta figura del conde, cuya casaca marrón oscuro hacía que su corbatín se viera blanco brillante. Llevaba las botas tan lustradas que Candice se imaginó que podría ver su rostro reflejado en ellas.
Obviamente había elegido su atuendo con mucho cuidado, pero ella también había hecho otro tanto.

Llevaba un vestido lavanda de mangas anchas. El escote era cuadrado y de un color azul más profundo. Su Nana le había rizado el cabello, recogiéndoselo en la nuca, con pequeños bucles que enmarcaban su rostro.
Candice se dio cuenta que estaba mirando fijamente a Terrence y de que éste estaba mirándola de igual manera a ella. Alzó el dobladillo de su falda, mostrando sus zapatos azules e hizo una reverencia formal.
—Llega tarde, milord. Pensé que vendría más temprano ¿Qué lo entretuvo?
Tal brusquedad hizo que el duque sonriese.
—¿Usted?—enarcó una de sus cejas y le recalcó ya que ella no lo tuteaba—. ¿Acaso no sabes que una dama debe hacer esperar a su prometido al menos veinte minutos para no dar la sensación de estar demasiado ansiosa?
—Por supuesto. Pero si mal no recuerdo, usted es la persona más estricta en lo que a puntualidad se refiere? —repuso ella al tiempo que se acercaba.
Terrence vió que sus ojos destellaban de picardía y asintió.
—¿Demasiado ansiosa? —replicó.
—Pues claro que no. Pasa que aprecio mi tiempo y no me gusta que me hagan desperdiciarlo. —respondió y rió de la expresión perpleja del duque.
—Ni siquiera te he saludado como corresponde y ya estás tomándome el pelo. —dijo Terrence, suspirando.
—Pero si acabamos de saludarnos—lo contradijo ella.
Cuando el duque comenzó a avanzar hacia ella, la muchacha abandonó la sonrisa y el humor coqueto. Retrocedió y, si no hubiera sido por la banqueta con que tropezó, habría evitado que él la atrapase.
Terrence la aferró por los hombros y, poco a poco, la atrajo hacia sí. Sus intenciones eran muy claras y Candice intentó desasirse, al tiempo que miraba por encima de su hombro.

Corazón IndomableDonde viven las historias. Descúbrelo ahora