Capítulo III: Andy

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Pasó una semana y media desde que había roto la amistad con Daniel. Mi madre me había convencido de regresar a clases y además, decidió acompañarme para hablar con el director. La charla fue acalorada, ella tenía carácter fuerte a pesar de todo. No entendía cómo es que el liceo no estaba al tanto de las cosas que pasaban con sus alumnos. Permanecí sentado, con la mirada baja, mientras ella le reprochaba al hombre:

—Exijo que solucionen inmediatamente este problema, no quiero que mi hijo vuelva a llegar a casa lastimado, se supone que ustedes deben controlar que estas cosas no pasen. Él no quiere volver a clases por culpa de esto, ¿quién cree usted que sale perjudicado? ¡Dígame!

—Mamá, calmate...

—¡No me digas a mí que me calme, Eric!

—Señora, vamos a estar más atentos a partir de ahora, Eric nunca nos había mencionado nada sobre esto, nosotros estamos totalmente en contra del acoso escolar.

—Estar en contra no es suficiente, tienen que frenarlo —respondió ella, con los dientes apretados y el entrecejo arrugado—. Le repito, director, que si mi hijo vuelve a sufrir otra crisis y no quiere volver, voy a tomar cartas en el asunto. No voy a permitir que nadie lastime a Eric, de ninguna forma.

Los dos salimos de la oficina antes de que el hombre pudiera responder. Traté de que mi madre se calmara, haciéndole entender que luego de esa charla todo iba a estar bien. El director ya estaba al tanto, tenía la esperanza de que los problemas con Sostoa finalmente se terminaran. Pero los dos sabíamos que las cosas no iban a solucionarse tan rápido.

Cuando ella se fue, tomé coraje para entrar a clases. Todas las miradas estaban sobre mí; lo que fue silencio, poco a poco fue convirtiéndose en murmullos y al final, alguien se atrevió a hacer el primer comentario:

—García, ¿qué hacía tu madre con el director? —inició un chico que se sentaba cerca de mí.

—¿Vas a dejar el liceo? —preguntó otro, casi enseguida.

—Seguramente ya repetiste por faltas. Te perdiste todos los exámenes —dijo una chica.

—¿Es por lo de Sostoa? —agregó otro más.

—Mírenlo al cagón; en vez de defenderse, llama a la mamá para que lo defienda —concluyó alguien al fondo y provocó que muchos comenzaran a reírse.

En ese momento sentí que comenzaba a faltarme el aire. No quería demostrar lo que causaban esos comentarios ni mostrarme débil de nuevo, pero me sentía tan solo y vulnerable que sentía que cualquier cosa era capaz de romperme en mil pedazos. Me mantuve en mi lugar, buscando refugio dentro de la capucha del canguro, pero las risas burlonas ahora iban acompañadas de bolas de papel que rebotaban en mi cabeza y en el pupitre. Me levanté de golpe cuando ya no pude tolerarlo más. Salí corriendo en el momento en que apareció una nueva crisis de pánico. Corrí por el pasillo hacia el baño y me encerré en uno de los cubículos. No supe cuánto tiempo pasó; escuché el timbre de salida al receso y me mantuve quieto hasta que ya no escuché a nadie en el baño.

Cuando logré calmarme, me lavé la cara, respiré profundo frente al espejo y salí al pasillo, con el corazón acelerado y la angustia alojada en el pecho. En ese momento, un fuerte empujón me golpeó contra la pared; cuando me giré, Sostoa estaba frente a mí, con la cara colorada de rabia.

—Escuchame, pendejo de mierda. —Me tomó bruscamente de la ropa, volviéndome a golpear la espalda contra la pared—. El director me paró porque dijo que quería hablar conmigo sobre un problema que yo tenía con uno de la clase. Hoy estuvo tu madre, ¿qué les dijiste?

—¡Soltame, Sostoa! —le grité,tratando de zafarme, sin resultados. Los brazos de Sostoa eran como dos troncos enormes que me mantenían estampado contra la pared.

—¡Contestame o te rompo la cara, hijo de puta! Si me llegan a suspender, te vas a meter en un problema serio, ¿entendiste? No metas a la tortillera de tu madre en esto.

—¡No insultes a mi madre! —volví a gritar con los ojos vidriosos. Jamás me había sentido tan impotente y vulnerable.

—Ah, ¿no te gusta que te diga cositas sobre tu mamá? Yo hago lo que quiero, ¿sabés por qué?, porque no hay nadie que te defienda, García, ni siquiera tu supuesto mejor amigo. Te dejó tirado porque sabía bien lo que le convenía, ¿no te das cuenta?, en este lugar no te quiere nadie, sos el hazmerreír de todo el liceo, y encima tenés la cara de aparecerte...

De pronto, una voz grave se escuchó a unos metros de donde estábamos, interrumpiendo el discurso de Sostoa.

—¡Che! ¿no te da vergüenza meterte con un flaquito como él?

Abrí los ojos de par en par cuando lo vi, parado a unos metros de nosotros. Su pelo rubio caía de forma desordenada hacia su rostro, donde un par de ojos de color miel miraban de forma desafiante a Sostoa. Ladeó el rostro, acomodándose la mochila negra llena de pines de animé que colgaba de uno de sus hombros.

Sostoa se mantuvo en silencio durante unos momentos, para luego soltarme y caminar rápidamente hasta él. Nunca nadie le había hablado de esa forma; en la mirada de ese chico no había ni una pizca de miedo.

—¿Qué dijiste? —preguntó Sostoa, con la furia cargando cada palabra.

—¿Estás sordo? Mirá, recién llego, así que no me interesa tener una pelea de gatas contigo, estoy buscando mi clase.

Pasó junto a él, haciendo un gesto con la mano. Yo seguía parado en el mismo lugar, pasmado, con la mochila en mis pies, el corazón acelerado y la ropa desarreglada. El chico levantó la mochila y me la extendió.

—Che, suricata, ¿sabés dónde está segundo B?

—Es mi clase... —respondí, tomando rápidamente la mochila.

—Ah, de más. ¿Ibas para allá o te estabas haciendo la rata?

—No...

—¡Hey! —Sostoa llegó a zancadas hasta donde estábamos—. ¿Vos quién mierda te pensás que sos, friki?, no te metas conmigo...

Él lo miró con una ceja levantada. Alzó la mano para correr suavemente el dedo regordete que lo señalaba.

—A mí no me grites, y tampoco me señales.

—¡Dejá me hablarme así! —respondió, rojo de ira.

—¿Por qué?, ¿te molesta que te hagan lo que vos hacés?

Ambos se miraron fijamente; en ese momento juré que terminarían agarrándose a golpes allí mismo. La cara de Sostoa estaba como un termómetro a punto de explotar, pero esta vez, su reacción fue completamente distinta. Se mantuvo en silencio, haciéndole frente al chico, que no bajó la mirada en ningún momento, y al final, acabó ganando la guerra fría que se había generado cuando Sostoa se dio la vuelta y salió caminando, mientras murmuraba insultos que pretendían ir dirigidos a su contrincante.

—Soy Andy —dijo de repente, sin mirarme.

—Eric, mucho gusto. Gracias por ayudarme...

—¿te ayudé?, creo que solo aparecí en el momento y el lugar justo. No deberías dejar que ese tipo te agarre de punto, ¿no viste que solo basta con hacerle frente?

—No es tan sencillo... Si yo le hiciera frente como lo hiciste vos, seguro termino con la boca partida.

—¿Pero entonces sos su alfombra? ¿vas a dejar que te joda el resto del año y no vas a hacer nada porque te resignaste? Mirá, ¿sabés lo que pienso?, las víctimas son lo peor que hay, porque no avanzan nunca. Todo el tiempo están convencidos de que no van a poder y así nunca consiguen llegar lejos. Ellos solitos se ponen el palo en la rueda. Mientras te comportes como un cobarde, vas a ser un cobarde. Grabate eso en la cabeza.

Llegamos a la clase y la profesora de biología nos recibió en la puerta. Sostoa llegó un poco más tarde que nosotros. Probablemente porque se quedó rabiando en el pasillo.

Yo me fui rápidamente a los asientos del fondo, Andy se sentó en los de adelante, luego de ser presentado ante la clase.

Los murmullos continuaron cuando la profesora se distraía, pero mis pensamientos ahora estaban ocupados por las palabras de aquel muchacho que no conocía de nada, y que en el momento justo apareció para actuar como mi conciencia 

AndyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora