Capítulo VIII: Límites

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Durante el resto de la semana, ninguno de los dos tocó el tema de lo sucedido en mi casa. De todas formas, la cercanía entre ambos ya estaba implícita: jugueteos de mano que acababan en abrazos, bromas que camuflaban un sutil coqueteo, pequeños gestos que pretendían pasar desapercibidos pero acababan dejando claro lo obvio. Yo no sabía muy bien cómo abordar la situación; era innegable que me pasaban cosas con Andy, pero todavía estaba tratando de descifrar ese maremoto de sentimientos que me invadían cada vez que estábamos juntos. Por lo pronto, me dediqué a disfrutar de ese proceso, de la complicidad que se había generado entre nosotros al compartir ese pequeño secreto.
Esa tarde, de camino a clases me topé con Sostoa. Tenía el labio partido, un corte en el pómulo derecho y el ojo hinchado. Estaba tan enojado que pasó junto a mí y ni siquiera se detuvo a decirme nada. Yo me quedé en silencio, viendo como se alejaba por el pasillo mientras trataba de acomodarse la ropa sucia de pasto y barro. Cuando llegué a mi clase, busqué a Andy con la mirada para contarle lo que había visto, pero solo encontré a varios de mis compañeros. Me senté al fondo, colocando la mochila en el asiento de al lado para cuando él llegara, pero la clase empezó y él nunca llegó.
En la hora del recreo bajé hasta el patio y saqué mi teléfono para escribirle un mensaje. Andy nunca faltaba a clases, y si lo hacía, tendría un mensaje suyo explicándome las razones. Me conecté a los datos móviles, y le escribí un whatsapp.

«Hola, ¿estás bien? no viniste a clase hoy...».

«Acabo de toparme con Sostoa en el pasillo y parece que alguien le dio una paliza».

«¡Justo cuando faltás pasan cosas interesantes!».

Envié un mensaje tras otro, y al cabo de diez minutos empecé a impacientarme al ver que no respondía. Entonces, los dos tics celestes me indicaron que había leído los mensajes, y de inmediato me contestó.

«Estoy bien. Se lo merece por cobarde».

En ese momento, sentí una sensación desagradable en el estómago. Un mal presentimiento.

«Hm, ¿seguro estás bien?».

No tardó ni un minuto en responderme.

«Mantenete alejado de Sostoa. Si te ve solo, seguro va a aprovechar para meterse contigo, y si vuelve a tocarte un pelo le va a quedar la cara peor de lo que la tiene».

«Me estás asustando, ¿qué pasó?».

el timbre de entrada había sonado, pero yo seguía parado en el patio, esperando que Andy me respondiera.

«Andy...».

«Cuando salgas vení a mi casa y te cuento. Después te escribo, tengo que entrar al médico».

«¿Al médico, por qué?».

«Andy, ¡contéstame!».

Durante el resto de la jornada, los nervios me carcomieron. El tiempo se hizo eterno hasta que tocó el último timbre.

Cuando llegué a la casa de Andy, su madre me recibió en la puerta y me indicó que subiera hasta su habitación. No hizo falta que me dijera nada cuando lo vi: estaba sentado al borde de la cama, con los codos apoyados en las rodillas y la cabeza gacha. Tenía una bandita que cerraba una herida profunda en la ceja, un moretón en el ojo que se había irradiado hasta el pómulo y el labio inferior partido. 


—¿¡Qué pasó!? —Me acerqué rápidamente para tomarlo del rostro pero lo solté cuando se quejó—. ¡Decime algo!


—Me duele la boca —balbuceó, desviando la mirada —. ¿Qué querés que te diga? Ya sabés lo que pasó. Ese hijo de puta vino con tres más a pegarme porque sabe que si hubiera venido solo, le rompía el culo a patadas.


—¿Te peleaste con Sostoa? —Dejé la mochila en el suelo y me dejé caer sobre la silla de escritorio.


Al verlo en ese estado, sentí como si todo a mi alrededor se hubiera venido abajo. La rabia me había revuelto el estómago. Sostoa había pasado los límites de nuevo.


—Me agarró desprevenido. Pero no voy a dejar que esto pase otra vez.


—¿Y qué vas a hacer?, ¿agarrarte a golpes de nuevo? ¡Esto no tiene sentido!


—Calmate un poco, suricata. Estoy así porque Sostoa es un cobarde, cuatro contra uno no es muy justo, ¿no te parece?


—Todo esto es por mi culpa. Si no te juntaras conmigo, él no te hubiera hecho esto. Es cierto, quiere aislarme de todo el mundo y lo está consiguiendo.


Me levanté y caminé hasta la puerta del cuarto. Me detuve allí, y apoyé la frente contra la madera barnizada, estaba furioso, angustiado. La mano de Andy tocó mi hombro y me di vuelta despacio. Sonrió de lado, haciendo una mueca de dolor cuando la herida del labio se estiró, yo solo moví la cabeza en un gesto de negación y bajé la mirada.


—Hey, yo no voy a alejarme de vos, ¿si? No te hagas la cabeza por esto. Ese imbécil piensa que me va a intimidar con sus matoncitos de cuarta, pero no me importa. Mañana voy a ir a clases y quiero ver que me diga algo.

—Estás loco, ¡mirá cómo te dejó!, yo no quiero que pase esto por mi culpa, está yendo demasiado lejos para perjudicarme y ya no quiero...


Entonces, Andy me agarró de los brazos con suavidad, buscándome la mirada.

—Vas a aprender a defenderte, y le vas a enseñar a ese hijo de puta lo que es bueno. Acordate de lo que te dije cuando nos conocimos, no te pongas en papel de víctima, Eric. 


—¿¡Y qué querés que haga!? ¡No puedo enfrentarlo, no sé cómo! ¿Qué más va a hacer? ¿A qué punto va a llegar para probarme que es más fuerte que yo? ¡Carajo!


Tomé mi mochila con brusquedad y salí de la habitación. Me sentía tan decepcionado de mí mismo que no quería seguir allí, no quería enfrentar a la única persona que había dado la cara por mí y decirle que simplemente no podía hacer lo que él me pedía. No tenía el valor de enfrentar a Sostoa.

Salí corriendo de su casa y me detuve en la parada del ómnibus. La angustia alojada en mi pecho me impedía respirar, estaba mareado y me temblaban las manos. Solo quería llegar a mi casa, encerrarme en mi cuarto y llorar lo que fuera necesario. Era todo lo que podía hacer en ese momento.

«Hey, ¿estás bien? no pude salir corriendo atrás tuyo para pararte como en las películas porque me duele hasta el pelo».

Ese mensaje me sacó una sonrisa forzada. Me limpié las lágrimas con el dorso de la manga y comencé a escribir.

«Estoy mejor, no quería terminar llorando como un nenito frente a vos, ya me viste demasiadas veces hacer eso».

«Pero te ves adorable, bueno, hasta que te da una crisis de pánico, ahí ya das un poquito de miedo».

Volví a sonreír.

«Te duele mucho?».

«Más o menos, tengo algunos moretones en el estómago y si me muevo mucho me duele un infierno, pero sobrevivo. Al menos el doctor dijo que no es nada para morirse».

«No podés ir a estudiar así...».

«Sí puedo, yo hago lo que quiero :D. No quiero que pienses que te estoy forzando a algo, suricata. Si no podés enfrentarlo, no podés, ya está. Que eso no sea una carga para vos, ya encontraremos otra manera de poner a ese idiota en su lugar. Nos vemos mañana en clase, te va a tocar cuidar de mí hasta que me recupere ;)».

Al leer ese último mensaje, sentí como si se me aflojara un nudo en el pecho. Me permití llorar un poco más, pero esta vez, estaba liberando la tensión y la angustia acumulada. Una vez más, Andy tenía razón; no podía dejar que Sostoa ganara esta batalla, permitirle esa satisfacción significaba echar por la borda todo lo que había construído hasta ahora. Esto ya no se trataba solo de mí, debía pelear por la persona que me importaba, por el único que seguía creyendo en mí aún cuando no le daba ningún motivo para hacerlo.

AndyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora