Capítulo XIV: Bolas de papel con sorpresa

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La semana de vacaciones se esfumó más rápido de lo que esperaba. Disfruté de mis días libres todo lo que el tiempo me lo permitió, pero en un abrir y cerrar de ojos, un nuevo lunes comenzaba y tenía que regresar a la tortuosa rutina.

Faltaba poco más de un mes para el baile de halloween, que se llevaba a cabo todos los años, con el fin de juntar fondos para el paseo de fin de año. A mí nunca me entusiasmó demasiado la idea porque no tenía con quien ir. Daniel me acompañó un par de veces, pero como esperaba, la velada no fue demasiado divertida, ya que los chistositos no daban tregua ni siquiera en eventos especiales. Sin embargo, este año todo había sido muy diferente, así que cuando llegamos al liceo y vi todos los carteles, me entusiasmé.

—¿Qué onda?, ¿va a haber una fiesta o algo? —preguntó Andy, agarrando un folleto.

—Todos los años nos vamos de viaje a diferentes lugares —explicó Dani—, así que se hacen este tipo de eventos para recaudar plata y pagar los gastos.

—Genial, en mi liceo juntábamos plata pero no hacían bailes ni nada divertido. ¿Van a ir?

De inmediato noté su mirada clavada en mí. Percibí la invitación silenciosa que me enviaron sus ojos acaramelados, brillantes por el entusiasmo.

—Puede ser, a ver si este año me invita alguien; digo, ahora estoy libre, como Eric tiene a su «no novio» que de seguro lo va a llevar, tal vez consiga a una acompañante.

—¡Daniel! —de nuevo no pude evitar ponerme colorado.

Ahora que Dan conocía mi secreto, no perdía oportunidad para animarme a hacer «la gran declaración». «Pronto» pensaba yo, y me daban nervios al estómago de solo imaginar la situación.

—Si el señorito quiere ir conmigo, por mí está bien.

Me rodeó el cuello con un brazo y las piernas se me aflojaron. Sentía como si el haberlo admitido hubiera fortalecido mis sentimientos. Cada vez que Andy se me acercaba, me sentía desnudo y frágil. Literalmente, estaba hecho un tonto.

Una vez más, la magia se rompió cuando escuchamos las risotadas de los de cuarto en el segundo piso. Sostoa se mantenía al margen, pero no perdía oportunidad de reírse o mandar a sus amigos a molestarnos. Con el tiempo supimos que él era el autor intelectual de todas las «bromas» que nos hacían los demás; incluso lo de la pizarra. Era lo suficientemente listo como para hacernos la vida imposible y no arriesgarse a otra suspensión, además, sabía que si Andy estaba con nosotros, sus chistesitos no pasarían desapercibidos. Decidimos que lo mejor sería ignorarlos antes de acabar metidos en otro problema.

Al pasar bajo el barandal de las escaleras, sentí un golpe seco en la cabeza y algo viscoso cayendo en mi hombro. Me habían lanzado una bola de papel rellena con piedras, y no contentos con eso, también me habían escupido. Suspiré, quitándome la mochila y el abrigo. Claramente estaban buscando una excusa para pelear, y cuando Andy subió las escaleras con la bola de papel en la mano, supe que lo habían conseguido.

—Oigan, machitos, se les cayó el misil —dijo Andy, enseñándoles la pelota de papel—. ¿Saben que pueden lastimar bien feo a alguien con esto, ¿no?

Los de cuarto solo se reían sin contestar.

—¿Cuál es su puto problema? —Intervino Daniel, que subió detrás de nosotros—. Dígannos ahora que estamos acá arriba, porque veo que ustedes son muy valientes, y solo dicen las cosas cuando estamos lejos, ¿verdad?

—Torres, callate, y contigo nadie se metió, Vidal —saltó Sostoa de repente—. Vos sos nuevo, no sé por qué te estás metiendo donde no te llaman.

AndyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora