Se había cumplido la semana de suspensión, Sostoa regresaría al liceo ese día. Me sentía tan nervioso que me dolía el estómago, y fue peor cuando supe que el director estaría esperando para hablar con él sobre lo sucedido. Tratar de hacer que Sostoa entrara en razón era como echarle leña al fuego. Él interpretaba que le estaban dando permiso para que se descargara conmigo, porque para él, todas las consecuencias de sus actos eran por mi culpa. A veces me sorprendía la facilidad que tenía para culpar a otros; era como si él quisiera quitarse ese peso de encima, y lo peor de todo es que a veces conseguía hacerme sentir culpable. Me sentía como en una relación tóxica, solo que sin romance.
Me topé con Andy cuando entré al salón. De inmediato notó que estaba preocupado. Me senté en el último asiento del fondo y él me siguió.
—¿Qué pasa contigo, suricata?
—Hoy vuelve —murmuré, apoyando el mentón en los brazos cruzados sobre el pupitre.
—¿Y? No podés asustarte por las dudas, todavía no pasó nada.
—El director va a hablar con él y de seguro eso va a traerme problemas, va a pensar que le dije algo más.
—A ver, te dejó un ojo negro y el labio partido, es lógico que el director va a saber que pasó algo aunque no le digas nada, ¿no te parece? Tomátelo con calma. —Sacó su cuadernola y volvió a girarse para mirarme—. Yo voy a estar contigo, y si es necesario te acompaño hasta tu casa.
Durante toda la clase estuve pensando en lo que pasaría a la hora del receso. Mis compañeros parecían estar tan a la expectativa como yo. De a ratos podía escuchar sus comentarios; deseaban que Sostoa me diera la paliza de mi vida.
A veces me ponía a pensar qué había hecho yo para que de pronto todos se pusieran en mi contra. No conseguía entender cómo era posible que disfrutaran viendo como Sostoa se aprovechaba de mí, y con el tiempo lo fui entendiendo: se reían de mi cobardía, de mi falta de agallas, de mis silencios.Lo que tenía Sostoa era descaro, utilizaba su imagen intimidante para conseguir seguidores. Aquella sensación de poderío que sentía cada vez que los demás lo animaban a pegarme era lo que lo impulsaba a seguir haciéndolo una y otra vez, porque no había nadie que se animara a ponerle un alto, ni siquiera yo mismo.
Guardé mis cosas con desgano y me colgué la mochila al hombro. A pesar de que Andy estuvo toda la tarde tratando de distraerme, yo no podía parar de darle vueltas al asunto. Sabía que en el momento en que apareciera iba a derrumbarme; tenía miedo de que eso pasara y darle el gusto una vez más.
Escuché un barullo que parecía venir de la cancha de fútbol, pero no hizo falta que me acercara, ya que la voz de Sostoa se me hizo inconfundible.
—¿¡Dónde está ese hijo de puta!?
Su voz sonaba más aguda que nunca. Andy se puso de pie rápidamente para colocarse delante de mí. Admiraba la valentía y la fortaleza que mostraba en momentos como ese, yo había empezado a temblar, con solo escuchar la voz de Sostoa sentía que me faltaba el aire. Escuché que algunos le indicaron dónde nos encontrábamos y juré que mi corazón saldría por mis orejas.
—Andy, vámonos, por favor... —murmuré en un hilo de voz, pero a él no se le movió un pelo.
—Tranquilo, no va a pasar nada.
En ese momento, Sostoa llegó hasta donde estábamos.
—¿De qué te estás escondiendo, mariposita?
—No le contestes.
Andy se mantuvo todo el tiempo impávido, sin apartar la vista de Sostoa. De pronto comencé a sentir como si tuviera un muro delante de mí, protegiéndome de todo lo que pudiera llegar a pasar.
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Andy
Non-FictionEric García es un chico de quince años que es acosado por Martín Sostoa, un bravucón de su clase que hace de su vida un infierno. Eric deberá superar sus miedos e inseguridades para enfrentar a su agresor, pero al conocer a Andy, conseguirá mucho má...