Las esperadas vacaciones de julio por fin habían llegado. Una semana de completa paz, lejos de Sostoa, de sus amigos, y de mis fastidiosos compañeros. Nunca las había deseado tanto como ese año.
Ese día se prestaba para salir a pasear. Habíamos acordado juntarnos en la plaza de deportes con Andy y Daniel cerca de las dos de la tarde, pero al llegar, Andy nos avisó que nos alcanzaría un poco más tarde porque su madre le había pedido ayuda con unos asuntos de la empresa.
—Dice Andy que va a llegar más o menos en media hora.
Dan asintió y se sentó en el suelo, apoyando la mochila sobre su regazo.
—Voy a aprovechar ese tiempo para hablar sobre algo contigo —dijo de repente, mirándome.
Me senté junto a él y traté de lucir lo más tranquilo posible a pesar de los nervios que me abordaron en ese momento. Sabía lo que Dan quería decirme, era algo que llevaba muchos días tratando de ignorar, un sentimiento que al parecer se hacía cada vez más obvio para todos, menos para mí.
—Antes que nada, quiero decirte que a mí no me importa si vos sos gay, bi o lo que quieras... —hizo un ademán con las manos antes de continuar—. Para mí sos como mi hermano, y no me voy a alejar de vos nunca más, por ningún motivo. Pero admito que siento curiosidad, y te veo muy... ¿indeciso?
—¿De qué estás hablando? —Tragué saliva y puse mi mejor cara de tonto.
Dan suspiró, como si estuviera aprontándose para lanzar una bomba.
—Bien, voy al grano: ¿te gusta Andy?
Quizás una patada en el pecho hubiera resultado mejor que esa pregunta. Me quedé en silencio un rato, pasmado, mirando el suelo, jugando con un pastito que sobresalía de entre las grietas del piso de concreto. No es que no quisiera responderle, en realidad, no sabía cuál era la respuesta. La verdad es que llevaba bastante tiempo preguntándome lo mismo.
—No... —atiné a decir, pero de inmediato sentí que estaba mintiendo—. Bueno, no sé. Es un pibe, a mí nunca me gustaron los pibes... creo.
—Eso no tiene nada que ver. Cuando te gusta alguien solo... te gusta. ¿No será que le estás dando demasiadas vueltas al asunto? O sea... se nota que entre ustedes hay algo. Simpatía, química, como quieras llamarle, pero es algo que se nota y mucho.
Solté un suspiro pesado al sentirme descubierto.
—Es que no sé..., no sé bien lo que siento. O sea, me da miedo confundir lo que me pasa con amistad, quizás lo aprecio mucho como amigo y estoy mezclando las cosas.
—Bueno, a ver, pongámoslo de esta manera para simplificar las cosas: ¿Vos sentís por mí lo mismo que sentís por Andy?
—No —dije rápidamente.
—¿Entonces? Tomate unos momentos para pensarlo, pero no vengas con esa boludez de que es un pibe y todo lo demás, solo... pensalo y tratá de responderte a vos mismo. Planteate la pregunta en tu cabeza y solo dejá que la respuesta fluya. ¿Te gusta o no te gusta?
Cada vez que escuchaba esa pregunta, algo dentro de mí se estremecía.
Mi relación con Andy se había vuelto muy extraña; él era cariñoso, atento y muy detallista, todo lo que una persona querría de un novio, y ahí estaba el detalle. Digamos que lo que teníamos era una relación de amistad demasiado estrecha. Yo me sentía a gusto con todas sus atenciones, me gustaba su compañía, que me hiciera reír con tonterías, pero no le daba rienda suelta al sentimiento que estaba creciendo dentro de mí a medida que pasaba el tiempo; de nuevo me detenía el miedo. No sabía exactamente a qué le temía; quizás a los sentimientos nuevos que me abordaban, los que, de alguna manera, había estado bloqueando para evitar enredarme todavía más, si es que eso era posible. Entonces me di cuenta de que quizás Daniel tenía razón y era momento de admitir lo que para todo el mundo parecía una obviedad: Andy me gustaba. Pero necesitaba detenerme a definir de qué clase de gustar estaba hablando. Me gustaba su sonrisa, su forma de ser, su olor, sus gestos, su voz, su pelo de rayitos de sol todo revuelto, y esa coquetería que lo caracterizaba. Sí, me gustaba, me gustaba como amigo, como persona, como chico; Andy me encantaba. Lo supe cuando no podía dejar de pensar en él, cuando le escribía mensajes deseándole buenos días y buenas noches, y esperaba ansioso su respuesta. Cuando noté que al estar lejos lo extrañaba. Pero justo cuando comenzaba a pensar en eso, las dudas me asaltaban y de nuevo daba un paso atrás. ¿Qué tal si él no sentía lo mismo?, ¿si estuve malinterpretando todo? ¿Qué tal si las cosas no eran como yo creía? Entonces quedaría como un tonto que se enamoró de su mejor amigo.—¿Y si él no siente lo mismo? —pregunté de repente.
—¿Eso es un sí?
—Eso es un «tengo miedo de cagarla».
—Mirá, el primer paso es admitirlo, y por lo que veo, acabás de hacerlo. —Sonrió—. Y si vos creés que estás malinterpretando algo, entonces somos dos, porque a mí me parece que esto es mutuo.
—¿Por qué?
—Ay, Eric, tenés que ser un boludo si no te das cuenta. Lo admitió dos veces adelante de todo el mundo y parece que el único que no captó el mensaje fuiste vos. Dejá de bloquear lo que sentís, si te gusta, te gusta. ¿A quién le importa que sea un pibe? Lo único importante acá es que te sientas bien contigo mismo. Además, parece que a él no le importa que todos lo sepan. Contagiate de esa seguridad.
—¿Y qué sugerís que haga?, ¿que le diga: «che Andy, ¿sabés qué?, creo que me enamoré de vos, pero me da miedo que no sientas lo mismo y quedar como un gil»?
Dan solo asintió con una gran sonrisa.
—¡Chicos! Perdón por la demora, mi madre quería que mandara unos correos con listas de precios, llevan años en esto y todavía no saben bien cómo usar una computadora.
—No hay problema, nos entretuvimos charlando.
La mirada cómplice de Daniel me puso nervioso. Sabía que la charla no había terminado, pero al menos, me había hecho admitir lo que sentía, y de alguna manera me quitó un enorme peso de encima. Aunque ahora, cada vez que Andy tuviera un acercamiento conmigo, seguramente no iba a saber ni cómo responderle.
Se hicieron las siete de la tarde y Dan se despidió de nosotros. Siempre se iba primero porque a su madre no le gustaba que llegara tarde a la casa, y a él no le gustaba hacerla renegar. Caminamos en silencio durante un rato, hasta que Andy decidió hablar.
—Che, suricata, te noto raro, ¿estás bien?, ¿pasó algo mientras no estuve?
—¿Qué? No, nada, ¿por qué?
—No sé, sentí que el ambiente estaba tenso. No reaccionaste como reaccionás siempre cada vez que bromeo contigo. Si hay algo que te moleste podés decírmelo.
—No, no pasa nada, de verdad. Es que hablamos sobre algunas cosas con Dan y... bueno... quizás no tendríamos que haberlo hablado hoy, pero no es nada importante.
—Bueno... ¿Te molesta que sea cariñoso contigo?, que te abrace y eso... Si sentís que soy demasiado invasivo solo...
—Me gusta.
Inmediatamente luego de haber dicho eso, me mordí la lengua. Estaba viviendo demasiadas emociones en un solo día y sentía que acabaría estallando. Estar cerca de Andy luego de lo que hablé con Dan me ponía nervioso, porque sentía que era demasiado obvio lo que estaba pasando.
—¿En serio? —preguntó de forma juguetona, parándose frente a mí.
—Sí, en serio —admití, haciéndome el bobo.
—¿Entonces puedo seguir haciéndolo?
En ese momento decidí dar un paso más. Sabía que la única forma de cambiar esta ansiedad que me provocaba la incertidumbre se calmaría si Andy me daba una señal directa, algo que me indicara que Daniel tenía razón. Me acerqué a él, y lleno de valentía, le di un abrazo fuerte, cariñoso y bien apretado, como los que solía darme él. Un abrazo que en silencio le dijo a gritos todo lo que me hacía sentir; fue como una descarga de adrenalina. Sentí sus brazos rodeando mi cintura y su mejilla se apoyó en mi hombro izquierdo. En ese momento descubrí que yo era casi media cabeza más alto que él.
Nos alejamos con pereza, y sin mirarlo, respondí:
—No tenés que preguntarme nada, si vas a hacerlo, solo... lo hacés y ya está.
—¿Eso aplica solo a los abrazos o puedo hacer lo que yo quiera?
Solté una risita nerviosa y seguí caminando. Sentía el corazón repiqueteándome en las costillas, parecía como si se estuviera llevando a cabo un concierto dentro de mi pecho. Sí, estaba siendo un cobarde al huir de esa manera tan descarada, pero en ese momento fue lo que menos me importó. La señal había sido enviada y yo la había captado.
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Andy
Non-FictionEric García es un chico de quince años que es acosado por Martín Sostoa, un bravucón de su clase que hace de su vida un infierno. Eric deberá superar sus miedos e inseguridades para enfrentar a su agresor, pero al conocer a Andy, conseguirá mucho má...