Capítulo VI: Pepe grillo

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Pasó casi un mes desde que Andy llegó a mi clase. Mentiría si dijera que eso impidió que Sostoa no intentara nada en mi contra; él sabía en qué momento el adscripto no estaba de guardia, también aprovechaba cuando Andy no estaba conmigo, y en esos breves encuentros descargaba toda la ira que llevaba acumulada. Casi siempre yo acababa con una crisis de pánico en la dirección, porque no me atrevía a enfrentarlo, lo que me causaba muchísima impotencia y ansiedad.

—Debería partirle la cara a ese idiota de mierda —dijo Andy furioso, caminando junto a mí.

—La psicóloga me dijo que tratara de hablar con él de forma civilizada para ver si puedo entender por qué me odia tanto.

—Ni se te ocurra, no vas a hablar con él. Cuando lo enfrentes va a ser para darle una buena trompada en el hocico.

—Se supone que eso es justo lo que no debería hacer. —dije entre risas.

—Mirá, Eric, me encanta que la psicóloga trate de ayudarte y que seas tan pacífico y optimista, pero ella no está viviendo esta situación, vos sí, y sabés bien que Sostoa no va a dejar de molestarte hasta que no le pares el carro. A juzgar por su forma de ser, no creo que sea la típica persona que soluciona las cosas hablando. Es un mastodonte básico, para él todo es pelea, no sabe hacer otra cosa, no tiene la cabeza que tenés vos.

—Bueno, sí, pero si yo peleo con él, ¿no me estaría rebajando a su nivel?

—Posiblemente, pero por lo menos va a dejarte en paz de una vez. No creas que yo estoy a favor de la violencia, pero a veces es necesario usarla porque hay gente que no entiende las cosas por las buenas, y no quiero que tengas una crisis de pánico tres veces a la semana, eso no es sano, suricata; vas a quedar loco.

Me limité a encoger los hombros porque no supe qué más responderle. Cada vez que le contaba lo que hablaba con la psicóloga, Andy terminaba más estresado que yo, porque hasta el momento, ninguna de las soluciones que me había presentado parecían tener mucho sentido. Sostoa no tenía ninguna intención de reconciliarse conmigo, y yo ya estaba empezando a cansarme de intentar resolver las cosas por las buenas y terminar perjudicado.

. . . 

Esa tarde habíamos acordado ir a mi casa para pasar el rato.

Mi relación con Andy se había vuelto mucho más íntima; él tenía las palabras justas en los momentos más difíciles, y eso me llevó a refugiarme en él como nunca lo había hecho con nadie.

Pasamos el resto de la tarde en mi cuarto y al caer la noche, lo invité a quedarse a dormir.

—Suricata, te tengo una pregunta. —Andy se había sentado sobre la alfombra, con la espalda apoyada en el borde de mi cama. Mi madre nos había comprado una bolsa grande con papas fritas, maní y otros snacks: solía tener esas atenciones cuando llevaba algún amigo a casa—. ¿Extrañás a Daniel?, digo, ¿cómo era su relación?

—Éramos muy unidos... —Suspiré—. Nos conocimos cuando yo me mudé a este barrio. Tuve que cambiarme de escuela a mitad de año y cuando llegué acá, él fue el primero en hablarme. Yo siempre fui muy vergonzoso y retraído, Dan era todo lo contrario. Los dos pasamos de clase y nos anotamos en el mismo liceo, y casualmente quedamos en la misma clase. Yo realmente no me esperaba nada de lo que pasó. Él nunca demostró tenerle miedo a Sostoa. Creo que sí, extraño los momentos que pasamos juntos; nunca había tenido un amigo tan cercano hasta que apareciste vos.

—¿Me considerás tu amigo? —Se llevó un puñado de maní a la boca y comenzó a masticarlo con ganas, mirándome de reojo.

—Por supuesto que sí. Enfrentaste a Sostoa un montón de veces por mí, te quedaste conmigo cuando todo el mundo me dejó solo, ¿no es eso lo que hacen los amigos?

AndyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora