Capítulo XI: Conociéndonos

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«Che suricata, ¿querés venir a casa? Me cansó un poco el juego que estaba probando la otra vez y estoy aburrido».

«¡Hola! Estoy en la cancha con Dani, me invitó a pasar la tarde».

«Vengan los dos, estoy solo en mi casa, mis padres salieron con mi hermana y estoy aburrido como una ostra».

Desde que me reconcilié con Daniel, me di cuenta de que muchas cosas habían cambiado. No se despegaba de mí ni siquiera los fines de semana. Su madre le regaló un teléfono y ahora estábamos comunicados todo el tiempo. Los días de semana me esperaba en la puerta y entrábamos juntos a clase. En los recesos, nos íbamos a la biblioteca o nos sentábamos en el patio. A la hora de la salida, me acompañaba hasta la esquina y luego él y Andy seguían su camino, y los fines de semana me invitaba a su casa, o a la cancha, o simplemente iba a verme. Asumí que con sus acciones intentaba demostrarme que estaba realmente arrepentido por lo que había pasado. Estaba tratando de recuperar el tiempo perdido y hasta ahí comprendía su actitud, pero cuando entraba Andy en nuestro círculo las cosas cambiaban. Con el tiempo comprendí que Daniel estaba celoso. Más de una vez estuve en medio de pequeñas discusiones o indirectas que él comenzaba y Andy pasaba por alto.

—Che, Dani, Andy me escribió, nos invitó a su casa. Parece que su familia lo abandonó a su suerte. —Reí.

Daniel se levantó del suelo y se limpió el trasero.

—Andá si querés, yo tengo que irme en un rato. Mi madre me dijo que tenía que estar en casa antes de las siete.

—Apenas van a ser las cuatro. ¿Y si vamos un rato? Si querés después te acompaño a tu casa.

—No, tranqui. Nos vemos mañana en clase, ¿dale? Cuidate y escribime cuando estés en tu casa.

—Bueno, dale... Nos vemos mañana.

Ahí estaba de nuevo esa expresión de molestia tan característica en él. Solía apretar la mandíbula y arrugar el entrecejo cuando algo le hacía enojar mucho. Tan solo escuchar el nombre de Andy era suficiente para que acabara de mal humor, y mis intentos por cambiar ese sentimiento parecían empeorar cada vez más las cosas.

Llegué a casa de Andy y me recibió en la puerta. Estaba descalzo, con pantalones deportivos y una camiseta negra de manga corta, ajustada al cuerpo.

—¿No tenés frío? —Subí las escaleras detrás de él y entramos a su cuarto.

—Nah, yo soy como un perro, siempre estoy caliente. —Soltó una carcajada al ver mi cara de sorpresa—. ¿Y Daniel?

—No quiso venir, dijo que tenía que irse porque su madre lo esperaba antes de las siete.

Miró la hora en el reloj de la computadora y arqueó una ceja.

—Son las cuatro, es muy puntual, ¿no?

—Está celoso —dije con seguridad, apoyando la espalda y la cabeza en la pared—. Lo conozco bien, y sé que es eso lo que le pasa. Tiene celos de vos.

—¿Esto se va a transformar en una telenovela? Yo pido el papel del protagonista con el que todas quieren, vos vas a ser la sirvienta que se enamora del prota, obviamente.

—Cállate, boludo. —Le tiré con un almohadón y él lo atajó—. No es por eso. Durante muchos años solo fuimos él y yo, hasta que te conocí a vos. Intenté que se sienta cómodo pero está muy cerrado.

—Bueno, creo que es normal, o sea, de pronto vos y yo nos hicimos re amigos y quizás él se siente en segundo plano. Pero ustedes pasan mucho tiempo juntos. Vive pegado a vos todo el día.

AndyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora