Díez

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Otro día de entrenamiento. Disparar armas. Sé cómo manejar una pero la puntería nunca la he practicado. Espero tener la misma puntería que tuve con los cuchillos.

Mi padre nos enseñaba en el patio trasero de la casa. Antes de que nos prohibieran salir de nuestros hogares. Colocaba botellas de vidrio y nos enseñaba como teníamos que tomar el arma para disparar. Roldan si tenía puntería. En cambio mi padre nunca me enseñó bien a mi, decía que era muy pequeña. Solamente me mostró como se meten las balas y cómo apretar del gatillo.

Ian está parado frente al grupo de rescatados.

-Por las situaciones en las que se encontraban antes de llegar aquí, muchos se vieron a la obligación de aprender a usar un arma- camina de un lado a otro, tiene el aspecto de entrenador, las palabras, la postura y la seguridad. Peor no lo es. Soy la única que sabe que no es un entrenador. Sea lo que sea está en contra del refugio. - Pero no tienen puntería o simplemente le tienen miedo- esto último provoca risas entre algunos rescatados.

Espero que no sea tan grande o pesada la pistola que me tocará. De alguna manera todo lo que nos enseñan en el refugio me podrá servir de algo. Qué no sea para matar a otras personas, tal vez inocentes o familias unidas. Sé lo que se siente perder a una familia y provocar esos sentimientos a otra persona no sería algo que me gustaría hacer.

-No se trata de suerte, si no de inteligencia- Su mirada se detiene en mi, y yo la aparto. No puedo verlo a la cara, todavía me avergüenza lo que ocurrió ayer. -Para esto no sólo es necesario el entrenamiento físico, también tienen que entrenar su mente para tener un campo de concentración mejor que con el lanzamiento de cuchillos- camina hasta el centro de la sala de entrenamiento en donde hay una mesa cubierta de pistolas de muchos tamaños y formas. Como con los cuchillos. -Pueden prácticar con la que quieran- dicho esto todos se acercan a la mesa y cogen sus armas.

Estoy a punto de tomar una pistola sencilla como la que mi padre tenía. Su tamaño se ajusta al tamaño de mi mano. Pero otra mano, más grande con dedos largos y callosos se cierra en torno a la culata. Mi mirada se dirige al dueño de esta mano. Alex.

-Yo la ví primero- dice levantando ambas cejas.

-Consigue una de tu tamaño- escupo.

-Tu consigue una pistola de agua, niña. No te vayas a lastimar.- pongo los ojos en blanco. Una sonrisa quiere aparecer en la comisura de sus labios, apenas se nota. No tolero que se burlen de mi.

Jalo con fuerza el armazón de la pistola, pero él también ejerce fuerza. Y más. Nuestras miradas se conectan, sus ojos son cafés, como los míos. Pero no sólo me fijo en eso, si no en la intensidad de su mirada. No va a ceder. ¿Por que no toma otra pistola? La que peleamos es la única con el tamaño adecuado para mi.

-La puntería es al blanco, no a una chica, Alex- regaña Ian. Su expresión es dura hacía el chico, no entiendo por qué tiene que fingir frente a mi que es entrenador.

-¡Vamos!- reclama Alex - Me gusta esta pistola, yo la quiero- parece hacer un puchero.

-Mira quién es el niño- me burlo.

- Sé caballeroso y dale la pistola a Keysi- pone los ojos en blanco y poco a poco va soltando el arma. Reprimo una sonrisa de triunfo.

-Oculta tus ganas de llorar- digo alejándome de la mesa.

Me coloco frente al blanco. Los hombros cuadrados y las piernas abiertas, estiro los brazos con la pistola entre mis dos manos. Pongo el dedo índice en el gatillo. Me concentro, como dijo Ian. Cierro los ojos y suspiro repetidas veces olvidando el estruendo de las otras pistolas.

Catástrofe, El Secreto De La Vida Eterna (Sin editar)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora