15; Silencio.

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Lauren permaneció encerrada el resto de la tarde, cuando Clara llegó y vio las galletas intactas sobre la mesa supo que Lauren lo había arruinado con su nueva amiga, teoría que se confirmó cuando se paseo por el cuarto de la niña y la escuchó sollozar suavemente, aún así siguió su camino.
No entendía cómo era posible que su hija repeliera a todo el mundo.
Ella jamás lo hizo, por el contrario, tenía bastantes amigos. Mike, por otro lado, siempre había sido popular y sociable. Nadie se sorprendió cuando comenzaron a salir, tampoco cuando siguieron juntos en la Universidad, y mucho menos cuando se casaron.
Era lo que debía pasar, y todos lo sabían.




La ojiverde abre los ojos suavemente al oír su ventana abrirse, sentía los párpados cansados después de llorar por tantas horas, por lo que frota sus puños contra sus orbes y trata de ajustar su vista a la sombra que se cola a su cuarto.
El pánico la asfixia, desea gritar pero su garganta se aprieta, sus manos se aferran a las mantas que están bajo su cuerpo.

Lo primero que reconoce es el aroma, una mezcla de perfume carísimo y café.
Lo segundo, su silueta. Ese escultural cuerpo cubierto por una sudadera y unos jeans.
Lo tercero, son sus hermosos ojos chocolate que brillan bajo la luz de la luna que ya se eleva en la mitad del cielo.

—Shh... Bebé, no te asustes, soy yo.— Susurra delicadamente la morena acomodándose en la cama, tomando el rostro de su niña. Su corazón se estruja cuando ve esos hermosos ojos verdes bañados en lágrimas.

—Camila... No puedo creer que estés aquí.—

La mayor suelta una delicada risita por la sorpresa de Lauren, siente a la menor contenerse, por lo que pasa una de sus piernas por sobre las de la chica, apoya sus manos a cada lado de la pequeña cintura y se inclina hacia los rosados labios, a medida que la ojiverde se recuesta.

—¿Quieres comprobarlo?— Roza sus bocas lentamente, sin besarla, admirando las hermosas gemas color turquesa que brillan con más fuerza a medida que cola sus manos frías bajo la ropa de la niña.- Mírame más de cerca, ojitos lindos.-

Y unió sus labiales con lentitud, besándola con tanta pasión que Lauren supo que era real, que era Camila quien la devoraba.

La menor detiene el beso abruptamente, empujando a Camila con delicadeza para que salga de sobre su cuerpo. La mayor lo hace con un poco de ansiedad, quizás se había equivocado al irrumpir en la casa de Lauren, quizás la niña estaba asustada, quizás estaba molesta. Pero su ansiedad se disipa rápidamente al ver los dedos inocentes ponerle el cerrojo a la puerta.

Camila se acomoda en la cama, sentada en el borde de esta, mientras la ojiverde hace el recorrido de vuelta a donde está la mujer, toma el final de su suéter, quitándolo por sobre su cabeza y se acomoda a horcajadas sobre las piernas de la ojicafé, le quita la sudadera con su característica timidez, y sus ojos brillan maravillados ante el color caramelo y el aroma a frambuesa que desprende el cuerpo de Camila. Desliza la yema de sus dedos por los hombros, los brazos, asciende y los deja caer por el suave cuello, define las clavículas y le es inevitable no besar el elegante hueso, un beso dulce y algo húmedo, que crea espirales a lo largo de la columna de Camila.

—¿No me odia, Mommy?-

Ambos ojos se encuentran casi de manera similar a un eclipse, la edad desaparece, la situación que las envuelve se extingue y sólo son dos personas sintiendo a su máxima intensidad.

—No podría odiarte, Bebé.— Acaricia la pálida mejilla ligeramente enrojecida. —Pero sí me dan unos celos tremendos saber que pasas tiempo con mi hermana, por más mínimo que sea.—

—¿Por qué?—

—Porque le gustas.—

—Pero a mí me gustas tú.—

𝑜𝒿𝒾𝓉𝑜𝓈 𝓁𝒾𝓃𝒹𝑜𝓈 Donde viven las historias. Descúbrelo ahora