20; Te necesito.

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Clara Jauregui despierta un par de horas después de medianoche, camina hasta su baño donde lava su rostro mientras examina su propio rostro y un extraño presentimiento en la boca del estómago le dice que algo no está bien, que algo no está como debe estar.

Sale de su cuarto hasta el pasillo, abre la puerta de la habitación de su hija y ve el cuerpo en la cama.
Sonríe soltando un suave suspiro, Lauren no tenía la culpa de haber nacido niña, y no un niño, como siempre soñó. Después de todo, era una linda niña, muy educada y responsable. Quizás antisocial y bastante sumisa. Pero debía amarla, ¿no?. Todas las madres debían amar a sus hijas.

Se acerca para hacer algo que sólo había hecho una vez en toda la existencia de su hija, besar su frente con ternura. Siempre fue muy dura con su hija, pero es que no podía evitarlo. La niña tenía esa cara de quien no rompe un plato que detestaba, quería autoridad, seguridad, autoestima en su hija. Pero bueno.

Inclina su cuerpo apartando el cobertor y la ausencia del cabello castaño casi negruzco le da la señal que ella ya presentía pero que se negaba a creer.
Fija su vista en la ventana del lugar y sale de la habitación para esperarla en la escalera.

De esta no salía viva.











Casi tres horas más tarde escucha pasos en la entrada, con sus ojos pardos inyectados en sangre por la rabia y la decepción, por el engaño, se fijan en la puerta igual que un león hambriento esperando a su presa.
Su hija era una pequeña puta, una fácil que se entregaba a cualquiera, y no tenía ni idea de que era con una mujer.

El dorso de su palma impacta como un rayo contra la mejilla de porcelana, lanzándola al suelo. Lauren grita por el susto y tiembla en el piso sosteniendo su rostro mientras su mentón tiembla.

—Mamá...— Clara la toma por el cuello, interrumpiéndola, y su menudo cuerpo es incluso más liviano que de costumbre mientras la alza un par de centímetros del suelo.

—No sé quién te crees, mocosa, pero no volverás a salir de esta casa.—

Y, a pesar del miedo, sabe que no volver a ver a Camila es un castigo innecesario, algo que no merece.

La mujer la lanza al sofá enredando el cabello de la menor entre sus dedos y golpea su cabeza contra el brazo del mueble, antes de escupirle y darle un puñetazo en el rostro que le deja un intenso sabor metálico en la boca.
Empuja a su progenitora como puede, ganándose otra cachetada y unos minutos después se escabulle con torpeza cuando Clara se distrae buscando algo con que quemarla o marcarla, y corre lejos de su casa.

Su rostro se baña en delicadas lágrimas y los gritos de Clara diciéndole que afuera o adentro será su fin de todos modos, la aturden.

Sus piernas tambalean, no sabe cuánto a corrido exactamente, pero sabe que fue muchísimo, demasiado.
Y le duele.
Saca su teléfono y llama a la única persona que necesita y que sabe que podrá ayudarla.

Suenan sólo dos pitidos, antes de que la gruesa y ligeramente ronca voz responde al otro lado de la línea. Y si no fuera por la oscuridad, el frío y las risas de unos drogadictos cada vez más cerca, se habría derretido ante el saludo.

—Camz... te necesito.—

















Camila se sienta en su cama de golpe por los sollozos de la pequeña ojiverde a través del teléfono.
Se había acostado unos minutos atrás, aún con su ropa puesta y una sonrisa, estaba agotada. Agotada y feliz.

Cuando su teléfono sonó con el tono exclusivo de su bebé, se sobresaltó ya que no lo esperaba en absoluto, respondió lo más rápido que pudo, y al primer sollozo se puso de pie, para ir por una gabardina. Le cortó y la llamó de vuelta, le suplicó que no cortara, que iría por ella, que no se moviera.

Y lo hizo.

No le importó la velocidad, y agradeció a la tecnología en silencio por poder tener la ubicación exacta de Lauren.
Le pidió que se calmara, y le tarareó un par de canciones que la ojiverde le había comentado que le gustaban.

Se estaciona con un suave derrape junto al sitio deshabitado al que Lauren había llegado. Era una especie de condominio abandonado y derrumbado.
Observa en una esquina a un grupo de drogadictos que ríen desaforadamente, se adentra entre las ruinas y, una silueta en un rincón se remueve y tiembla.
El corazón de Camila late al ver los brillantes orbes de Lauren, que se asoman como los de un gatito en la noche.
Se acerca con rapidez, viendo a la niña ponerse de pie y correr en su dirección.

La colisión de sus cuerpo es placentera, Lauren la abraza con fuerza y ella no sabe qué hacer además de apretarla contra su cuerpo y besar su cabello.

—Camila...— El sollozo es tan dulce que el cuerpo de la mujer tiembla, se aparta un poco, desliza el cierre de su gabardina y acurruca el pálido cuerpo contra el suyo.

Lauren entierra su rostro en el pecho de la mayor, inhalando su aroma, y sabe que todo estará bien.
Porque Camila está con ella, y nadie le hará nada.


No saben cuánto tiempo pasa, pero el alba comienza a asomar, se separan, y Camila guarda silencio con respecto al rostro amoratado de Lauren, y su garganta con dedos marcados, no piensa presionarla.

Toma la mano, ahora tibia, y la guía hasta su auto, le abre la puerta y deja que entre, dejando un beso en su frente antes de apartarse y subir por el lado del conductor.

—Vamos a casa, mi princesita.—

𝑜𝒿𝒾𝓉𝑜𝓈 𝓁𝒾𝓃𝒹𝑜𝓈 Donde viven las historias. Descúbrelo ahora