21; Blanco y vino.

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Lauren se adentra en silencio en el hogar de Camila, el lugar es frío, pero atractivo.
Todo es pulcramente blanco y vino, nada desencaja.
Lo primero que observa es la ausencia de un televisor en la enorme sala a su izquierda, en lugar de este hay un enorme tocadiscos color blanco y roble. Los sofás son granate y parecen incómodos con sus formas rectas y firmes, pero evidentemente elegantes.

Las ventanas de suelo a techo dejan entrar los rayos del sol naciente dándole al lugar un brillo de limpieza extremo.
El comedor, a su derecha, es igual de elegante que la sala, cuatro sillas de madera oscura, una mesa de vidrio color rojizo, frutos rojos falsos sobre un frutero transparente.
No escucha el movimiento de Camila a sus espaldas, pero siente el calor de sus brazos alrededor de su cintura cuando la envuelve para apegarla, dejando un lento beso bajo su oído.

—A ducharse y a la cama, señorita. Ha sido una noche intensa, debes estar más que agotada.— Un beso en su mejilla es abandonado y la ausencia del cuerpo de Camila la inunda hasta asfixiarla.

Se adentra por el pasillo del espacioso departamento, hay tres puertas, abre la primera y se encuentra con una enorme habitación igual de pulcra que el resto del lugar, una conjugación de los mismos colores elegantes, y el cuadro de una orgía entre mujeres con formas suaves pero poco simétricas de algún talentoso pintor que ella desconoce sobre el respaldo de la cama completamente blanca que le hace sentir un escalofrío.

Cierra la puerta y va a la de enfrente, es un cuarto de menor proporción comparado con el anterior, pero muchísimo más grande que un cuarto normal, igual de ordenado y completamente blanco, a excepción de la ropa colorida que se asoma en el armario abierto a un costado de la habitación, una mesa azul con lápices y un cuaderno color rosa, además de peluches y cuadros enmarcados de las princesas Disney sí fuesen humanas. Ve el primer televisor de toda la estancia, un enorme plasma pero de una generación ligeramente antigua, puesto que no parece ser un Smart TV, y tiene conectado un Blue-ray, a su lado, una repisa llena de películas, cientas de todos los estilos.
Y no es hasta que ve los cuadros en la mesita de noche que no cae en cuenta de quién es este cuarto.

Sofía Cabello.

Da un par de pasos atrás dejando la foto sobre la cama hasta que choca su espalda contra un obstáculo firme.

—Solía quedarse todas las vacaciones conmigo cuando aún estaban en México.— Comenta Camila, haciendo sobresaltar a la niña. Llevaba un rato ahí.
Había salido a hablar con Lucía para decirle que hoy no iría a trabajar, cuando recordó no especificarle a la niña dónde estaba el baño, entonces se encontró con su curiosa princesita viendo el cuarto de su hermana menor con ojos en las manos. (ojos en las manos. ref. tomar las cosas para verlas con más detenimiento. de una persona curiosa. extender la mano y decir "¿puedo verlo?")

Camila cierra la puerta tras su espalda, recibiendo una lluvia de disculpas incompletas y tartamudeadas de parte de la menor.
Le indica con el mentón la última puerta, a lo que Lauren asiente desapareciendo rápidamente tras esta, para poder hacer lo que se le había pedido.

La mujer abre nuevamente la puerta y los recuerdos la azotan, le duelen.
Traga el nudo en su garganta y toma la parte inferior de un pijama pequeño rosáceo que le pertenecía a su hermana, se acerca para tomar la fotografía que antes había estado en manos de Lauren y la deja boca abajo, saliendo del lugar con un portazo, antes de ir a su cuarto a esperar a su pequeña amante.

Porque Sofi, quisiera o no, sería su hermana toda la vida.
En cambio, podría perder a Lauren en un abrir y cerrar de ojos, y eso no lo podía permitir.











Lauren cierra la puerta del baño con su espalda y se desliza por la madera hasta el suelo, aferrando sus delgadas piernas contra su pecho y enterrando su rostro en ellas desesperada por regular su respiración.
Ella había separado a Camila de sus raices, y le había arrebatado a Sofía su mejor amiga, su hermana, su soporte en esta nueva etapa de su vida.

Había sido egoísta y jamás se planteó las consecuencias que traería en esa generosa familia que desde siempre la recibió con una sonrisa y un fuerte abrazo.
Se pone de pie, desvistiéndose por completo, y se adentra en la ducha antes de dar el agua, primero cae un chorro frío que eriza su piel, para que luego comience a ascender la temperatura, aplica un poco de shampoo en su cabello, inhalando el aroma que también tenía el cabello de Camila. Le encanta.

Ella no quería causar tantos problemas en la vida de ambas morenas, pero, ¿Qué más podía hacer?
Si no era egoísta, perdía su oportunidad de ser feliz. Y, si se esforzaba, haría feliz a Camila hasta que Sofía pudiese perdonarla.
Enjuaga su cabello, aplica un poco de acondicionador y jabona su cuerpo antes de quitar toda la espuma de su pálida anatomía, cierra el agua y suspira para envolverse en una de las toallas qué hay sobre el lavabo.

Nadie podía obligarla a sentir algo por Sofía o dejar de sentirlo por Camila.
Ni siquiera ella.

𝑜𝒿𝒾𝓉𝑜𝓈 𝓁𝒾𝓃𝒹𝑜𝓈 Donde viven las historias. Descúbrelo ahora