XVIII

7 1 0
                                    

 Kevin era lo más cercano que tenían a un cartógrafo, por lo que iba a la cabeza del grupo que ahora estaba mejor organizado de lo que habían podido estar por los pasados tres días.

—Estamos buscando un pueblo llamado Los Amantes— dijo el guía, que tenía el mapa entre las manos como si fuese un millón de dólares.

—Marico, dudo de pana que haya un cartel en la entrada— objetó Rodrigo.

Siguieron caminando, se hizo de noche. Víctor estaba dándole vueltas a su cámara que ahora llevaba colgada al cuello, intentaba encontrar cualquier detalle que lo sacara de la idea de que era su cámara la que mágicamente había aparecido en el bolso de un viejito en una isla del Caribe.

Era suya. Era su cámara.

A través del lente empezó a tomar fotos del recorrido, unas iguanas subiendo por el tronco de un árbol hueco, una toma de Kevin mirando el mapa, capturó a Reinaldo montado en una roca, intentando ver qué había más adelante.

Víctor estaba sonriendo mientras tomaba las fotos.

—MAMASELO, PERO MAMASELO, PERO DALE, DALE. AGACHATE Y MAMASELO.

El grito de Reinaldo sacó a Víctor de su epifanía artística, se habían detenido frente a un cartel que decía "Bienvenido a Los Amantes", por supuesto, Reinaldo le estaba gritando a Rodrigo.

Entraron a paso calmado, las calles no estaban pavimentadas, habían solo dos chozas en toda la aldea, predominaba un olor a madera quemada proveniente de la fogata central del pueblo, Rodrigo tocó la puerta de la primera casa y no hubo respuesta, Reinaldo hizo lo mismo con la segunda y fue el mismo resultado.

Se seprararon para cubrir más terreno. Kevin y Víctor se adentraron a la zona de la fogata, se vieron maravillados por una vista que tenían tiempo sin apreciar: el mar.

En todo su esplendor azul a la luz de la luna, daba una imagen hermosa, Víctor no tardó en capturarla con su cámara. Tras un poco más de exploración, se encontraron aquello que más querían ver en ese momento. Un bote.

No era tan espacioso como el que los había llevado, pero era suficiente para albergarlos a los 4, Kevin se apresuró a entrar en él, chequeó que no tuviese aperturas, y en efecto, era un bote perfectamente funcional. Sin embargo, el regocíjo de su descubrimiento fue interrumpido por el grito de quien no podría ser si no Rodrigo, dejaron todo donde estaba y fueron hacia donde lo habían escuchado.

Reinaldo también lo había escuchado, dado que para cuando Kevin y Víctor llegaron a donde lo habían visto por última vez, el ya estaba allí, mirando a todos lados buscándolo, pero no había rastro de él.

—¿Ustedes también escucharon eso?— dijo Reinaldo, quien seguía mirando a su alrededor en busqueda del origen de aquel grito.

—Claro, era Rodrigo.

—RODRIGOOO— empezó a llamar Reinaldo a gritos, pero solo el eco le respondió.

—CUIDADO— gritó Kevin de repente, cuando vio a un chico y una chica correr en su dirección, pero ya era muy tarde. Antes de que Reinaldo pudiera darse cuenta, el hombre lo golpeó en la cabeza con un remo, y la chica ató a Kevin y a Víctor con una cuerda, antes de proceder a hacer lo mismo con el aún mareado Reinaldo.

Todo pasó tan rápido que ni siquiera habían procesado completamente la escena cuando ya les habían puesto cinta adhesiva en la boca, y los arrastraban hacia el interior de una de las casas. Reinaldo, el único capaz de liberarse de aquellas ataduras, estaba completamente noqueado, cuando vieron a Rodrigo atado y silenciado al fondo de la habitación, se sintieron aliviados.

La manada.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora