Víctor entró en carrera en la habitación del hospital, no escuchó ni atendió a los guardias diciéndole que no podía correr por los pasillos, una vez preguntó a una enfermera por la habitación, no se detuvo hasta que estuvo frente al cuarto 304, apartó al doctor que intentaba impedirle la entrada de un empujón, abrió la puerta con una mezcla de temor y rabia en el corazón, pero todos sus puntos de ignición se extinguieron inmediatamente cuando vio a Reinaldo.
Estaba en un charco de su propia sangre, habían enfermeras sobre él inyectándole, pero por la expresión en sus rostros, era obvio que no estaba haciendo efecto, aún con el oscuro tono de piel de Reinaldo, estaba pálido, sus ojos veían a la nada, la única evidencia de que seguía con vida eran los ocasionales quejidos que soltaba cuando las enfermeras le introducían las agujas. Rodrigo y Kevin ya estaban en el cuarto, Kevin le hizo señales al doctor cuando intentó sacar a Víctor, a su vez el doctor le hizo una señal a las enfermeras, que dejaron el destrozado cuerpo de Rodrigo tal como estaba, Víctor alcanzó a ver el fantasma de una lágrima deslizándose por la mejilla de una de ellas. Tan pronto cerraron la puerta tras de sí, fue obvio para todos los presentes que la situación no iba a mejorar.
Kevin estaba con la cabeza hundida en las manos, llorando sin control, pero en silencio, solo ocasionalmente sorbía, Rodrigo se levantó de su silla y se puso a contemplar a Reinaldo de cerca, podía jurar que éste le sostenía la mirada, con aquellas débiles pupilas, no pasó mucho tiempo antes de que no pudiera soportarlo más tiempo, caminó hasta la ventana y miró por ella, la noche reinaba en Maracaibo, y la luna fue la primera en ver las lágrimas de Rodrigo.
Víctor no podía controlar su ritmo cardiaco, sentía la necesidad de decir algo, pero las palabras no llegaban a él, era como si alguien hubiese sellado su garganta con cemento, solo podía mover la mirada entre Rodrigo, Kevin y Reinaldo. Cada vez que veía a Reinaldo le daba un vuelco al corazón, hacía menos de dos horas estaba sentado en el auto junto a él, cantando canciones que nunca se habría molestado en aprenderse de no ser por sus amigos, a punto de embarcarse en un final feliz eterno.
Pero cada vez que su corazón se calentaba recordando el trayecto de la tarde, la fría navaja de la realidad le cortaba las alas de un cruel corte, mientras escuchaba el pitido de la máquina, informándoles que su moribundo hermano los estaba viendo.
Víctor se levantó de su asiento, sentía el frío escalar por su columna mientras le ponía la mano en la cabeza a Kevin, quien hundió la cabeza en su estómago tan pronto sintió el contacto, Víctor lo sostuvo un rato que duró una vida, era la primera vez que veía llorar a Kevin, le hizo señales de levantarse, pero Kevin sentía que ponerse de pie significaría aceptar que este momento estaba pasando, le gustaba pensar que al abrir los ojos estarían en la mesa, devorando carne con las manos, huyendo de tribus cubanas, cualquier cosa menos eso.
Pero cuando Rodrigo le pasó por la mente, se levantó automáticamente.
Rodearon la cama, sentían los ojos de Reinaldo seguirlos mientras se ponían detrás de Rodrigo, quien tenía ya los ojos rojos cuando se volteó a ver a sus amigos, en el mismo estado. Se abrazaron con lágrimas aún en sus ojos, y en la seguridad de la manada, se sintieron libres de sollozar. Fueron lamentos largos, nadie podría entender en qué idioma se estaban expresando, pero ellos se entendieron a través de su dolor.
—Callense, dejen a uno morirse en paz.
Los tres pensaron que lo habían imaginado, pero solo por instinto, voltearon la cabeza al mismo tiempo, para ver a Reinaldo tratando de incorporarse en la camilla. Los tres al mismo tiempo corrieron a su lado, lo sostuvieron, intentaron hablarle sin palabras, solo con lágrimas nublando desde su visión hasta su razón.
—El que siga llorando no lo voy a dejar entrar al infierno cuando les toque, yo no recuerdo haber vivido una tragedia para que me despidan entre un llanto de viejas, dediqué mi vida a reír todo lo que pude para que éste momento de mierda valiese cada maldito segundo, así que más les vale despedirme riéndose ustedes también, y seguir riendo por el resto de sus vidas, o les juro que me encargaré yo mismo de que tengan motivos para llorar.
Y con aquellas palabras, apenas entendibles para los tres aludidos, el paciente empezó a reírse escandalosamente, con toda la pasión que aún le quedaba en los pulmones. Aún cuando al principio no entendían el porqué, Rodrigo fue el primero en seguir la risa, aún enjuagándose las lágrimas de los ojos, rió como si en ello pudiera salvar a Reinaldo, con todas sus fuerzas. Kevin y Víctor le siguieron, entre los cuatro formaron la carcajada más ruidosa que alguna vez ese hospital, no, esa ciudad hubiese escuchado, no se detuvieron incluso cuando se quedaron sin aire, estaban doblados en el piso vociferando su risa con cada ápice de voluntad que aún tenían, fue tanta la intensidad de aquella prolongada carcajada, que no se dieron cuenta cuando el monitor mostraba una línea uniforme, y un pitido que les estaba entumeciendo el oído aún cuando no se percataran.
Las enfermeras entraron a retirar el cuerpo de Reinaldo y salieron en carrera, las gargantas de los tres hermanos no daban para más, pero seguían riendo entre lágrimas, hasta que el sonido que causaban dejó de ser reconocible como una risa. Cuando los guardias los forzaron a irse, estuvieron de acuerdo en que los dolientes parecían estar aullando.

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La manada.
Teen FictionUn fotógrafo profesional se imprima por una chica, y necesita la ayuda de sus amigos para encontrarla.