XVI

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Se hicieron paso a través de las piedras, Kevin notó que estaban húmedas, por lo que según él, debía haber agua cerca. Acamparon tan pronto lograron cruzar el valle hacia otra sección de la jungla, no era muy seguro dormir cerca de la zona donde los buscaban, pero tenían los músculos agarrotados y el hambre estaba empezando a mermar sus fuerzas.

Fue Reinaldo quien improvisó algo remotamente parecido a una cama con unas hojas grandes caídas de una palmera, ninguno de los 4 tuvo que esforzarse demasiado por conciliar el sueño, lo primero que se escuchó fueron los ronquidos de Rodrigo, y pronto después, ni siquiera eso pudo perturbar la noche.

Cuando el Sol se asomó, ya Kevin estaba despierto, era bien sabido por todos que él era el miembro que menos necesitaba dormir para estar bien, reunió madera y formó una fogata, logró cazar una iguana, los demás fueron despertados por el olor. No pudieron esperar a que estuviese completamente cocida, comieron con desesperación, los estómagos les rugían solo de ver el exótico manjar. Dicen que la iguana sabe a pollo, pero aún comiéndose una completa, ninguno de ellos le prestó mucha atención a cómo sabía. Tan pronto terminaron de comer se levantaron, decididos a encontrar la fuente de agua que Kevin había sugerido.

Caminaron un largo trecho, el calor empezaba a ser sofocante, y el tiempo que llevaban sin beber algo tenía a todos en el grupo con la boca abierta, el sudor aceleraba la deshidratación, nadie tenía siquiera fuerzas para hablar sobre cuál era el plan para salir de la isla, simplemente caminaban, con la vana esperanza de que eso les brindase las respuestas que ellos mismos no podían encontrar. No pasó mucho hasta que llegaron a una zona pantanosa.

Reinaldo se abalanzó inmediatamente cuando vio el agua a sus pies, tuvo que ser detenido por Rodrigo y Kevin, mientras Víctor se adelantaba para cerciorarse de que no estuvieran yendo por otro callejón muerto.

—Agua, dejenme beber agua— decía Reinaldo mientras forcejeaba con sus captores.

—No, agua sucia no, agua sucia no— alcanzó a responderle Kevin, con la frente perlada y jadeando del esfuerzo.

—Muchachos, verde, hay grama acá— les dijo Víctor desde la distancia.

Liberaron a Reinaldo y adelantaron el paso hacia donde estaba Víctor, en efecto, una vez la zona pantanosa terminó, se extendía una idílica sección verde, lo más resaltante era la cumbre, un monte bastante alto, los amigos se miraron entre sí, acordando en silencio que iban a intentar subirla.

Reinaldo era por supuesto el más rápido, lo empinado del terreno hacía imposible subirlo de pie, por lo que solo les quedaba aferrarse a la grama con fuerza e impulsarse hacia arriba. Víctor era quien la estaba pasando más difícil, no estaba acostumbrado a la actividad física en Maracaibo, por lo que al lanzarlo en La Habana era predecible que no iba a salir muy bien. La noche anterior se había herido las manos con las rocas, por lo que tener que apretar con fuerza aquellas hiervas solo le provocaba un dolor indecible. Tan indecible que ni siquiera tuvo la fuerza para quejarse.

Siguieron subiendo, Víctor vio a Reinaldo desaparecer frente a sus ojos una vez llegó a la cima, le siguió Rodrigo, y por último Kevin. Afincó la frente contra la pequeña montaña, no sabía si tenía fuerza suficiente para llegar. Por lo que resolvió que lo mejor sería darse unos minutos. Le parecía extraño que sus amigos no le hubieran hecho señales una vez llegaron arriba. ¿Quizás lo habían abandonado?

No. Víctor sabía que eso no era posible.

Se tomó su tiempo para mirar hacia atrás, fue deslumbrado por una increíble vista, el Sol en todo lo alto sacaba reflejos verdes de la sabana que acababan de atravesar, le era imposible pensar que hacía tan solo 5 días estaba en su habitación mirando el techo. Cuando pudo detallar cada momento en su cabeza, con la esperanza de poder recordarlo para siempre, se volvió a dedicar a su tarea de subir.

Estuvo a punto de resbalar dos o tres veces, pero, aún sin aliento, logró llegar al punto más alto. Fue sorprendido por la imagen que lo recibió. Sus amigos, felices y sonriendo, bajo un gran árbol que los proveía de sombra, estaban pasándose una jarra de agua tan cristalina como las lágrimas de una princesa. Mientras un viejito arrugado y encorvado de color morado los observaba con la mirada más seria que Víctor hubiese alguna vez visto en unos ojos humanos.

La manada.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora