XII

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El despertador del teléfono sonaba como el coño de su madre, así que abrí la puerta del balcón del hotel y lo aventé. Ni siquiera se notó el sonido del maldito rompiéndose por lo fuerte de la alarma. Mi mandíbula se desencajó mientras me llevaba la mano al cabello. Odiaba las habitaciones de hotel.

Fui al baño y me miré al espejo, mismo Rodrigo. Eso es extraño, todos los días nos miramos al espejo en la mañana, casi como para recordar como lucimos, sería divertido que un día te despertaras siendo otra persona y ni siquiera te dieras cuenta, que asumieras que eres tu solo porque un espejo te lo dice. Me lavé todo lo que me podía lavar, me puse uno de los trajes de mi padre y salí.

El chofer estaba desayunando cuando me vio entrar al lobby, se vio la vergüenza en su cara al notar que me había levantado más temprano de lo que esperaba, estoy seguro que nadie hubiese podido predecir esa maldita alarma, empezó a disculparse en inglés mientras se levantaba apresuradamente. Lo tranquilicé y me senté a su lado, pedí mi propio desayuno y empecé a hablar con él.

Era un señor poco interesante, pero devoto a su familia en una manera que era imposible no sentir el calor de su sala al escucharlo hablar, estaba más enamorado de sus hijos de lo que estaba de la vida, y su esposa era la diosa más alta del Olimpo. Siempre he encontrado fascinante escuchar a la gente hablar de cosas que son importantes para ellos, porque es imposible que por mi mismo pueda interesarme en tales cosas.

Una vez terminamos la comida, nos dirigimos al coche. El hotel tenía un tono dorado en las paredes e iluminación, como diría Víctor "Olía a dinero". Entré en el coche y el conductor me llevó al sitio de la junta. Mi secretaria me había llamado hace unas semanas para avisarme que Ernest Roubiczek estaba insistiendo mucho en sus derechos por la compañía.

Les explico. Mi padre y el suyo fundaron la revista hacía unos 40 años, sin embargo, ambos murieron en un accidente de tránsito, por lo que fuimos nosotros quienes la heredaron cuando teníamos 17. Durante el año que faltaba antes de que legalmente pudiéramos asumir el control, nos hicimos amigos cercanos, me enseñó francés y alemán, pero yo nunca pude enseñarle a ser feliz.

Cuando llegó la fecha en la que cumplí mis 18 años, tomé control de la compañía finalmente, le conseguí trabajo a Víctor y finalmente pude vivir solo, pero Ernest no quiso quedarse quieto. Tan pronto él alcanzó la mayoría de edad, usó unos viejos archivos que decían que el verdadero dueño de la compañía era su padre, y que el mío no era más que su asistente. Nadie quiso escucharlo porque durante mi gestión la revista había vendido más que en los últimos 10 años, pero eso no evitó que siguiera empujando.

Por lo visto, Ernest había cruzado la raya, había llevado los documentos a un abogado y estaba intentando demandarme. Yo vine a Nueva York con la esperanza de poder hacerlo entrar en razón, pero sabía que no iba a ser fácil.

Llegamos al sitio, mi amigo el conductor me abrió la puerta, le di una propina de 300 dólares y entré al edificio, inmediatamente vi el cabello rubio de Ernest Roubiczek deslumbrando en luces mientras yo le dedicaba mi sonrisa. No tienen idea de cuanto él odiaba mi sonrisa.

—Ernest, it's has been a while since the last time we meet, how are you?

—Don't you dare to act like if you didn't know why are we here, I'll see you in the 4th floor.

Si algo lo molestaba más que mi sonrisa, era darse cuenta de la poca importancia que le daba a sus berrinches. Lo seguí, el muy niño no quiso que subieramos en el mismo ascensor, tuve que montarme en el que estaba al lado y marcar el 4.

Una vez las puertas se abrieron, vi caminar a Ernest con toda su escolta detrás. Los seguí por un largo pasillo iluminado con luces blancas, con unas plantas más falsas que un billete de tres dólares intentando crear la ilusión de que era un sitio feliz. Entramos a una estereotípica sala elegante. Mi abogado estaba allí, se levantó y me dio la mano, no se pudo haber visto más robótico ni aunque pudiera.

Saqué mi celular y empecé a jugar Candy Crush, iba por el nivel 89 desde hacía mucho tiempo, y Kevin no me quería ayudar. Maldito.

Escuchaba de fondo a los abogados discutir los términos en voz muy alta, el abogado de Ernest ocasionalmente soltaba palabrotas en alemán, yo solo reía por lo bajo mientras intentaba hacer una línea de 4 caramelitos rojos.

No levanté la mirada del teléfono hasta que mi abogado me zarandeó, me dijo algo de que Ernest me daba un plazo de 2 semanas para cederle la presidencia de la compañía o me iba a demandar.

—¿Eso significa que ya me puedo ir?

No entendí que fue lo que me respondió, pero como lo vi asentir con la cabeza empecé a correr de esa habitación, bajé las escaleras de tres en tres y en un suspiro ya estaba en el hotel, tomé todo, lo aplasté en la maleta y antes de que mi abogado hubiese terminado de explicarme lo que debería hacer, estaba frente a la puerta del departamento, tocando el timbre con los brazos abiertos.

La manada.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora