III

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 Víctor pasó esa noche despierto, pensando en todas las variables, en qué pudo haber pasado, en porqué, cuándo y cómo podía hacer para remediar su situación. Por supuesto que se sentía estúpido, estaba girando su vida en torno a una chica que no conocía y que solo había visto una vez, ¿qué tan bobo podía ser como para creer que eso iba a llegar a algo? Víctor estaba aún en sus 23, no tenía porqué encasillar su mente a pensar en una sola cosa, debía verlo todo desde un lente más amplio, intentar observarlo todo desde una perspectiva más objetiva. Él sabía eso.

Sin embargo, la objetividad, la razón, el pensamiento lógico, todo dejaba de importar en el momento que sus ojos se volvían a posar en esa fotografía. Se encontró a si mismo cerrando los ojos, intentando rememorar aquella única ocasión donde la había visto, fue allí donde se le ocurrió.

¿Qué pasaba si nunca volvía a verla?

Quizás esa era la importancia de su encuentro, el solo haberla visto una vez, el saber que existía tenía que ser suficiente para calmarlo, debía vivir el resto de su vida feliz de haber podido verla. Tenía que olvidarla.

Solo cuando ese pensamiento cruzó por su mente, las primeras lágrimas empezaron a formarse en sus ojos. Estaba de acuerdo con poder vivir habiendola visto solo una vez, pero ¿cómo lograría olvidarla? Tenía la foto justo allí, tenía la prueba irrefutable de que ese ser existía.

No le puedes mostrar la luz a un ciego y luego pretender que se quede tranquilo pataleando en la oscuridad.

Pero aún tenía su cámara.

Su cámara no solamente era lo que le daba de comer, también era la única manera que tenía de expresarse. Nunca había sido muy bueno con las palabras, aún siendo adepto a la lectura, como podía demostrar su abundante biblioteca ¿pero sus fotos? Sus fotos eran la mejor manera de que otras personas lo entendieran, nadie podría quitarle eso.

Salió en carrera con una sonrisa y su cámara entre las manos, dispuesto a matar su despecho con aquello que amaba más que a nada.

La noche bañaba las calles de Maracaibo, quizás no fuese la mejor idea del mundo salir a esa hora con una cámara tan costosa, pero lo necesitaba.

Capturó un ave posada sobre la rama más alta de un árbol, la enfocó, y cuando iba a pulsar el botón, le invadió la nauseabunda sensación de que le faltaba algo.

Se cambió de posición, puso la luna a contraluz para crear un efecto monocromático, pero cuando fue a tomar la foto, no pudo estar contento con el resultado.

Pensó que quizás esa foto no era la suya. Siguió caminando un largo trecho hasta encontrar una bandera de Venezuela, volteada y rasgada, que en aquella noche calurosa daba una sensación violenta, de rabia y resentimiento. Sin embargo, cuando intentó tomar la foto, no pudo.

Y así fue, siguió caminando por toda la calle, eligiendo un escenario, tomándolo de todas las maneras que se le ocurrían, para rendirse y darse cuenta de que no era culpa de la cámara.

Era culpa del fotógrafo.

La manada.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora