XI

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Sentí la lluvia caer en las calles mientras yo intentaba arroparme con unas cajas de cartón, tenía un gran vacío en el estómago cada vez que eructaba, tenía días sin comer. Lo último que recordaba llevarme a la boca fue un pedazo de pan que robé, para cuando el dueño de la tienda me encontró ya me lo había comido, aunque eso no evitó que me moliera a golpes.

Había mucho frío, de tanto uso, las pocas ropas que llevaba estaban roídas y podía sentir con todo mi cuerpo cada ligera brisa que soplaba por mi callejón. Eso era algo bueno, tenía mi propio callejón. Pese a que era joven, tenía mucha fuerza, entonces nadie quiso pelear conmigo por este espacio, o al menos eso recordaba.

¿Cuanto había sido ya? Más o menos un año desde que papá me botó a la calle, realmente no podía estar seguro porque hacía ya mucho tiempo que no sabía qué día era, pero cuando empezó mi nueva vida estaba lloviendo, así que si la temporada de lluvia había vuelto, tenía que haber pasado más o menos eso.

Aún con todo estaba tranquilo, era mejor vivir en la calle que soportar los gritos de mi papá y los berrinches de mi madrastra, pese a que nunca pude terminar bachillerato, sabía todo lo que podía necesitar afuera. Aunque en el colegio nunca te preparan para el mundo real.

Veo sombras llegando hacia mi, tras una mejor inspección, abro los ojos inmediatamente, son dos sujetos, uno trajeado y otro con una gran sonrisa en el rostro, el segundo me extiende la mano y la tomo...

Desperté sobresaltado de mi sueño, cuando logré enfocarme, noté el ruido de alguien entrando el departamento, seguramente Kevin. Solté el control del Play y fui a saludarlo, por su cara era obvio que no había dormido mucho, eso era normal en él.

—Buenos días, ¿qué quieres desayunar?

—Silencio, calma y el sabor de mi almohada.

—Te voy a rellenar unas arepas con queso y mantequilla, siéntate pues.

Muy machito, pero cuando le nombras mis arepas con mantequilla se sienta con la lengua afuera como un perro.

—¿Donde dormiste, Kevin?— le pregunté, aunque por el olor ya era imposible no saber cual iba a ser su respuesta.

—En casa de María— respondió— seguí tu consejo y esperé a que se emborrachara.

—TE LO DIJEEEE. Pero verga, te tomó 5 intentos para pararme bolas, tu eres un desastre.

—Sabes que no me doy mala vida por mujeres— me respondió, bajando la cabeza ante mi comentario.

—No es necesario, porque no tienes mujeres en tu vida.

—¿Ah si? ¿AH SI? ¿Y la vez que salí de casa de tu prima sin poder caminar?

—Esa vaina no cuenta y lo sabes. LO SABES— respondí, señalándolo.

—Hasta donde yo recuerdo era mujer, y no es que me tenga que esforzar mucho para acordarme.

—Kevin, mi prima es un 5 de 10. María es un 10 de 10, eso es como comparar comer langostas con comer pan con diablitos.

Kevin se quedó callado, y empezó a comerse su espectacular e increíble arepa con mantequilla. La salida a todos los problemas. Le di un ligero golpe en la cabeza, tomé un plato con otra asombrosa arepa con mantequilla y fui al cuarto de Víctor, me sorprendió ver que no estaba allí. Justo cuando me di cuenta escuché abrirse la puerta del baño. Seguía aún en su pijama, me encantaría ver que se arreglase el cabello algún día de su vida, pero no se deja tocar ese pelo ni cuando duerme.

—Buenos días— dijo, mientras se hacía camino hacia la mesa del comedor.

Regresé sobre mis pasos, aún me era raro verlo mejorar de repente después de esa noche que salió a caminar, pero es primera vez que se despierta a tiempo para el desayuno. Le coloqué su plato en frente y empezó a devorarla con furia y agresividad. Me recordó a mi mismo cuando Rodrigo me ofreció aquellas costillas... Dios, qué costillas...

Yo mismo me hice mi propia increíble arepa con mantequilla y me senté con mis amigos, Kevin hablaba animadamente de la nueva bebida que hizo con agua y una penca de sábila. Víctor empezó a reírse escandalosamente mientras Kevin le explicaba como había hecho para que supiese a Coca Cola, para cuando terminó, Víctor estaba en el piso, y sin embargo seguía masticando esa arepa.

Mis arepas son lo mejor del mundo.

Cuando todos terminamos de comer, tocaron el timbre. Fui a atender y al abrir la puerta, vi a Rodrigo, con la misma sonrisa de siempre, con los brazos abiertos para recibir su abrazo. Amaba a ese tipo.

La manada.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora