IV

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Había perdido ya la percepción del tiempo cuando empezaron a tocar la puerta aceleradamente, se escuchaba escandalosamente por todo el departamento. Tardó en concluir que la mejor manera de hacer que se detuviera era abriendo la puerta, se levantó del nido que se había hecho en el sofá y fue al recibidor, el sonido frenético de la puerta se aceleraba cada vez más, pero cuando puso la mano en la manilla, el ruido se detuvo abruptamente, retrocedió ante el silencio, que fue anulado por un toque de tres golpes, notoriamente más sutil. Abrió la puerta.

Era Rodrigo, el director de la revista para la que trabajaba, su amigo de la secundaria, fue quien le consiguió el empleo. Iba acompañado de una despampanante rubia con un pronunciado escote, ambos estaban envueltos en sudor y jadeaban agitadamente mientras se acomodaban la ropa, el cinturón de Rodrigo estaba en el suelo. Oh.

—¡Víctor, mi hermano! —dijo, con una amplia sonrisa.

Rodrigo olía a dinero, quizás tuviese que ver con la ropa que llevaba puesta, su peinado sumamente cuidado o la levedad con la que su abdomen sobresalía a sus caderas, aún cuando era un hombre atlético, pero lo cierto es que Rodrigo tenía a su alrededor un aura de ostentosidad, de infinita calma.

Víctor estaba muy orgulloso de él, aún cuando provenía de una familia con dinero, trabajó muy duro para destacar más allá de eso, y sobraba decir que lo había conseguido.

Se dieron un fuerte abrazo, cuando lo invitó a pasar, dio un paso enérgico hacia adelante, pero se detuvo en el umbral, miró a su acompañante y manteniendo la sonrisa le dijo:

—Tu ya te puedes ir— siguió su paso y cerró la puerta tras de si.

"Típico"— pensó Víctor.

Por supuesto el departamento estaba desastroso, pero Rodrigo inmediatamente empezó a ordenarlo como si fuese su propia casa (mejor dicho, una de sus propias casas), siempre risueño y diciendo "tranquilo papi" ante todas las protestas de Víctor. Era imposible dar un no por respuesta a alguien con semejante energía.

Para cuando hubo terminado, la casa estuvo más limpia de lo que había estado durante el tiempo que Víctor llevaba viviendo allí. Satisfecho con su trabajo, Rodrigo fue a la cocina y volvió con dos cervezas, se sentó a su lado, puso una expresión relajada y le dijo:

—Ajá, ve a buscar la tuya.

Mantuvieron la mirada unos breves segundos antes de estallar en sonoras carcajadas, Rodrigo ya se había terminado su primera botella para cuando Víctor le dio la espalda para buscar la suya. Se rieron otro rato antes de que la pregunta se hiciera presente.

—¿Pasa algo, Víctor? Llevas semanas sin presentarle nada al departamento de edición— Víctor por un momento había olvidado que Rodrigo era su jefe— sabes que no te vamos a botar, pero estoy preocupado por ti.

—No he podido tomar una sola foto que me guste— soltó Víctor en un desesperado ataque de sinceridad— no he podido apretar el flash en la cámara sin sentir que es indigno, sin sentir que no alcanza a compararse a ella, Rodrigo. Simplemente odio todas las fotos que tomo y no la tienen a ella.

—Siempre te dije que las mujeres eran el demonio, pero si me pagaran por cada vez que me paras bola... Bueno, seguiría siendo millonario, pero jura por tu madre que no sería gracias a ti— Rodrigo se inclinó en su asiento, y preguntó— amas tomar fotos desde que te conozco, debes estar loco por esa chica. ¿Quien es, si se puede saber?

Víctor le relató todo lo ocurrido las últimas semanas, fue a buscarle la foto, al verla, confirmó que no estaba loco, los ojos de Rodrigo se entornaron y se los restregó con estupefacción, miró a Víctor, a la foto, a Víctor de nuevo, otro poco a la foto. Cuando hubo recobrado la compostura, se la devolvió como si tuviese un cheque gigante entre las manos.

—Quédate tranquilo Víctor, quédate tranquilo, la vamos a encontrar— vio los ojos de Víctor cambiar de expresión al escuchar ese "vamos"— oh, no te confundas. Te ayudaré a encontrarla, pero esa chica es tuya, tengo dos grandes amigos que nos ayudarán.

Se levantó de la mesa y sacó su teléfono (un último modelo, algo así como una nave espacial de bolsillo), marcó un número, cuando le contestaron, dijo su nombre en voz alta, asegurándose de que Víctor lo escuchara fuerte y claro, cuando vio que lo observaba, le sonrió, puso el teléfono en la mesa y activó el altavoz.

Al cuarto repique, contestó una dulce voz femenina.

—¿Si, señor Rodrigo?

—Ocúpate tu de todo lo que esté en la agenda este mes, me voy a quedar a vivir una temporada con Víctor.

—Pe-pero señor, mañana tiene una reunión con-

—No mi amor, tu tienes una reunión con esa gente, echale bolas.

Colgó. Se sonrieron ampliamente en silencio. Fue Rodrigo quien lo rompió.

—Estás loco si crees que me voy a perder esta verga. 

La manada.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora