XVII

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Una vez Víctor pudo recuperarse del impacto inicial generado por ver a un hombre morado, no tardó en ir en carrera a llenar su garganta del agua que sus amigos se estaban pasando entre risas. Quedó maravillado al darse cuenta de que por mucho que el agua saliese de la jarra, nunca bajaba de la mitad, ante esta fuente infinita de aquello que llevaban 2 días buscando, nadie estuvo satisfecho hasta que sus estómagos no podían procesar más líquido.

El pequeño hombre seguía recostado contra el tronco del árbol, estaba arrugado como una pasa, tenía un sombrero de paja y una abundante barba blanca, lo único que destacaba de aquel rostro lleno de cicatrices eran sus ojos rojo sangre, que no había apartado del grupo ni por un segundo mientras estos se deleitaban por su obsequio.

—Muchísimas gracias, señor— dijo Rodrigo— nos ha salvado la vida, estamos perdidos aquí desde hace unos días, nos persigue una tribu de la costa. Somos venezolanos, ¿sabe alguna manera de volver a llegar allá?

—ESTÚPIDO.

Su voz grave y profunda retumbó en los oídos de los cuatro amigos, los tomó completamente por sorpresa que aquel manojo de arrugas pudiese emitir un sonido tan amenazador, se quedaron unos largos segundos en silencio, dado que el anciano estaba haciendo movimientos para levantarse. Cuando lo hizo, empezó a caminar alrededor del árbol, perder de vista sus ojos rojos fue lo que hizo darse cuenta a Rodrigo de lo tenso que estaba a causa de ellos, cuando reapareció por el otro lado, vieron que llevaba en la espalda un bolso. Víctor estuvo cerca de ser golpeado por él cuando se lo lanzó al rostro.

—Todo lo que necesitan está en ese bolso, lobos, los quiero fuera de aquí en 2 minutos.

—Disculpe si lo molest---

Mientras Reinaldo intentaba disculparse, el anciano levantó los dedos de ambas manos completamente extendidos.

—CIENTO VEINTE. CIENTO DIECINUEVE. CIENTO DIECIOCHO.

Les tomó un rato darse cuenta de que estaba haciendo una cuenta regresiva. cada vez que bajaba un dedo, una rama del gigantesco árbol caía estrepitosamente, en una ocasión rozandole una oreja a Rodrigo.

—Bueno mi gente, el viejo este nos quiere matar pal coño, yo digo que CORRAMOS— dijo Kevin, mientras corría hasta el otro borde de la cumbre y empezaba su descenso.

Víctor seguía con el bolso en la mano, encontró dentro comida enlatada, un papel arrugado... y una cámara. Quedó suspendido en su sitio al ver aquello que había echado en falta tantas veces durante las largas caminatas de los últimos días, pero lo que más lo chocó fue darse cuenta de que no era cualquier cámara.

Era su propia cámara.

Levantó la mirada hacia el anciano, que lo estaba mirando a los ojos fijamente.

—SESENTA. CINCUENTA Y NUEVE. CINCUENTA Y OCHO.

Cuando rebasó los sesenta segundos restantes, el propio tronco del árbol empezó a estremecerse con fuerza y violencia. Víctor salió de su estupefacción, metió su cámara en el bolso y empezó a correr, cuando vio por el borde estaban sus amigos a medio camino. Se colgó el bolso y empezó a realizar su descenso, mientras las ramas silbaban a los lados de su cabeza. Quizás por la adrenalina del momento, no pasó mucho tiempo antes de que Víctor estuviera al nivel de Kevin.

—¿ESE MALDITO VIEJO NO PLANEA BAJAR?

"Si fue él quien lo ocasionó..."— pensó Víctor, pero ya había perdido mucho tiempo, estaba contando el tiempo restante en su mente, veinte, diecinueve, dieciocho...

Tocó el suelo cuando su cuenta iba por cinco, se apartó rápidamente del monte, esperando que se colapsara. Pero solo hubo silencio. El grupo estaba jadeando por la carrera, se recostaron en el suelo, y por un momento los cuatro tenían los ojos cerrados. Fue Víctor el primero en abrirlos.

—A la mierda.

Los demás, entre jadeos, captaron que algo andaba mal, por lo que abrieron los ojos para darse cuenta de lo que Víctor había visto.

El monte había desaparecido.

—Ahora si es verdad nojoda. Acabamos en Cuba, nos persigue una tribu que me quiere cortar el machete, y nos encontramos un viejo mágico que nos intenta matar, menos mal que somos visita— dijo Reinaldo, quien tenía la frente perlada en sudor.

—Dame ese maldito bolso, más vale que haya algo bueno— dijo Kevin. Víctor se lo pasó.

Sacó la cámara con cuidado, entendió que era la de Víctor, aún cuando nadie entendía el cómo había acabado allí, tenían preocupaciones más grandes. Desdobló el papel arrugado y se formó una sonrisa en su rostro.

—Es un mapa.

La manada.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora