Final.

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Víctor salió del departamento a paso muy calmado, sabía que iba temprano a la fiesta, pero le gustaba llegar temprano para encontrar el rincón donde iba a sentarse con antelación. No estaba muy cómodo en grupos densos de gente, mucho menos en reuniones, pero era el cumpleaños de Alfred, le era imposible faltar a eso.

Fue Alfred quien hacía más de un año que le permitió poner sus fotografías en una exposición, lo más probable es que sin él, no hubiera podido comer. Además, había rechazado su invitación el año anterior, porque el mismo día se cumplía un mes de la muerte de Reinaldo.

Kevin se había casado con María en diciembre del año pasado, Rodrigo pagó por todo, los invitados eran solo los allegados de la novia, Kevin solo invitó a Víctor y a Rodrigo. Fue la primera vez que tenían una reunión feliz desde su último encuentro en la sala del hospital, si el lector quiere considerar eso un momento feliz, claro está.

Los tres se habían mudado a Nueva York después de la boda, aún cuando Víctor no podía imaginar a Rodrigo cocinando, eso era lo que Kevin le contaba en sus cartas.

Víctor había vuelto a vivir solo en aquel departamento, decidió conservar todo el mobiliario, en parte porque le daba flojera cambiarlo, y en parte porque lo ayudaba a no sentirse solo.

Víctor recordó que tenía que ir de compras al día siguiente cuando entró al lugar de la fiesta, habían bastantes personas para ser el cumpleaños 60 de un hombre, pensó.

Su rincón terminó estando ubicado muy cerca de la barra, Víctor celebró por lo bajo al darse cuenta, se sentó a ver llegar a los invitados, por las expresiones en sus rostros sabía que muchos ni siquiera sabían el nombre del anfitrión, se recostó en el asiento de su reclusión, tranquilo.

La noche progresó al ritmo que Víctor esperaba y de la forma que temía. Pudo tener unas breves palabras con Alfred, con su involuntario aire a abuelito.

Pero cuando Víctor volvió a sentarse, el aire cambió, pasó a ser sólido, sus pulmones pesaban, pero sus ojos brillaban. Ella estaba allí, en todo su posible resplandor, arreglada como una rosa con olor a vino, con el mismo impacto de la primera vez que la vio.

Angelina.

Estaba riendo, con un grupo de otras chicas, obviamente menos hermosas que ella, pero también más altas, por lo que Víctor no tardó en perderla de vista, actuando contra su impulso de perseguirla, se quedó sentado, cerró los ojos, soltó un suspiro y siguió concentrado en su vaso.

La fiesta estaba por terminar, Víctor cuidó el no beber más de la cuenta, porque planeaba volver a casa caminando, por lo que se levantó para irse, pero una fuerza superior lo forzó a quedarse. Para ser más específicos, fue una voz lo que lo mantuvo allí. Esa voz.

Aquel tintineo celestial de campanas que ese ángel usaba para transmitir palabras. Se volteó con intención de darle un último vistazo a ese milagroso ser antes de irse. La vio en un extraño vaivén, estaba más dormida que despierta, tambaleándose. A su lado estaba un sujeto alto y musculoso hablándole, era obvio para Víctor que el sujeto no la conocía, porque pudo escucharlo presentándose, sin respuesta de la hermosamente borracha Angelina.

El tipo miró a sus compañeros con una sonrisa pícara, e hizo una seña con las manos que le transmitió a Víctor en escalofríos. Antes de darse cuenta, estaba caminando hacia ella.

—Ella es mi hermana, disculpen— dijo Víctor, al tiempo que la cargaba, escuchó voces tras de si, pero ya tenía un pie fuera cuando entendió lo que acababa de hacer.

La sensación que le daba tenerla en brazos era increíble, era sumamente liviana, ocasionalmente hacía soniditos, se movía, apretaba la cabeza contra su pecho, aún con el gran estremecer que esto le provocaba, siguió caminando al mismo ritmo.

La manada.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora