7. Diles lo que yo sé

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Capítulo siete.

Esta noche me considero la chica con más suerte del mundo.

¿Cómo no voy a serlo?

Él está aquí, conmigo. No puedo pedir nada más.

Y todo era calma. El viento suspiraba colándose desde el balcón de su apartamento y cada vez que lo miro me invaden los recuerdos.

Y estoy aquí acostada sobre su pecho, a las once y un cuarto de la noche donde me imaginaba en casa desde la diez. Pero no pude irme, no cuando lo tenía más cerca de lo que lo había tenido nunca.

Pasó el tiempo tan rápido que no me di cuenta cuando empezaron a caer abundantes gotas de lluvia en las ventanas y el sonido de ellas golpeando los cristales me hacían sentir atrapada. Fue como un regalo, la mejor excusa para no tener que irme.

Estábamos acostados en un sofá en frente de la chimenea de su apartamento. Donde una sabana blanca cubría una pequeña parte de nuestros cuerpos. Podía escuchar el sonido de la manera derritiéndose dentro del fuego de la chimenea, el sonido de la lluvia y el pecho de Stiles respirando con tranquilidad junto a mi oído.

— Stiles — mi voz es apenas un susurro.

— Sí — responde con una voz ronca y suave.

Me hundo en el efecto de su voz una vez más. Tan sexy, tan suya.

— No me quiero ir — digo

Sus dedos arrastran mi cabello sobre mi espalda desnuda. — Entonces quédate — su voz envía cargas eléctricas y hormigueos a través de mi piel.

— Estaría en muchos problemas — me quejé — Y pensé que defendías la obediencia

— ¿Obediencia?

— Sí, profesor — dije, haciendo más obvio que estaba hablando de sus clases.

Puedo ver el reflejo de una sonrisa cuando se da cuenta. — Así que ahora lo estás usando contra mí.

— No. De hecho creo que eres muy buen profesor.

— ¿Es crees? — preguntó con curiosidad.

— Si — dije en un susurro. — Aunque parezca que nos odies

Él cruza las yemas de sus dedos sobre mis brazos. — No los odio — él dijo — Solo me gusta la disciplina y el orden.

— Una disciplina muy estricta — dije — Nunca tuve un profesor como tú.

Él ladea la cabeza — Y ojalá que nunca tengas uno o tendríamos problemas.— esto último me hizo reír

— ¿Por qué eres tan celoso? — ahora que estábamos hablando con tanta confianza no pude evitar soltar esa pregunta, tenía que saberlo

Él pasa saliva por sus labios y tensa la mandíbula mirándome profundo. — Porque no quiero compartirte con nadie — confesó con voz grave y dejo de respirar — Porque eres mía — me quedé en silencio asimilando sus palabras.

Él unió sus cejas y me miró, su dedo pulgar acariciaba mi mejilla — ¿Lo eres, verdad?

Tragué saliva, no pude sino contemplar sus chispeantes ojos entornados.

Tuya - Stydia Donde viven las historias. Descúbrelo ahora