Capitulo uno

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Debía llevar más de cinco minutos con la vista fija en la pequeña grieta de la pared que estaba a mi lado, pero mi cabeza estaba en otro sitio. Estaba dándole vueltas y vueltas a lo que había pasado el día anterior en la escuela. Ahora que la rabia se estaba difuminando, empezaba a sentir la tristeza y todas las demás emociones que no terminaba de comprender. 

Lavé bien mi cara, y me miré en el espejo. Nada había cambiado en mí, seguía siendo la misma de siempre. Sé que puede sonar algo estúpido, pero soñaba con ver mi reflejo y darme cuenta que no era Isabel Harrison la que estaba ahí, sino... no lo sé, una aventurera que descubrió ríos y tierras desconocidas, una jodida niña genio, o hasta una maldita super heroína. Eso hubiese sido algo bueno. Alguien que valiese la pena. Pero seguía siendo la misma chica que había sido desde hace dieciocho años, con el cabello castaño oscuro, ojos cafés, piel pálida y las inseguridades apiladas una a una en el interior. 

Quizás solo se trataba de otra etapa por la que estaba pasando, pero me veía a mí misma como un caos, una montaña de incoherencias que intentaba encajar dentro de una identidad con sentido, y a veces era difícil cargar con eso todos los días. 

Me quedé mirando el reflejo de mis propios ojos hasta que me eché a reír. Qué absurdo se veía todo ahora. Había confiado en alguien que nunca me había tomado en serio. La había defendido como a nadie. Recordé aquel día, hace tanto tiempo, cuando la llamé "mejor amiga" por primera vez, como si fuese un logro desbloqueado. Tan sólo eramos niñas, pero estaba convencida de que era de verdad. Qué ingenua era, qué ingenua había sido por todo ese tiempo. Y qué patética me veía ahora, lamentando tanto haber perdido la amistad de una persona que no supo valorarme. Estaba molesta conmigo misma porque me dolía, incluso más de lo que me había dolido terminar con una pareja en el pasado. Apreté las manos con fuerza contra los bordes del lavamanos.

Salí del baño y caminé de mala gana hacia la cocina. Noté unos cigarros sobre la mesa. 

Malditos vicios. Tomé uno, y arrojé los demás al basurero, haciéndolos bolita para asegurarme de que no pudieran volver a usarse. No quería que mi madre siguiera fumando. Pero supongo que no importaba mucho cuando se trataba de mí. Me asomé al balcón y encendí el cigarrillo tranquilamente. 

La última vez que había fumado había sido el año anterior, durante la clase de Mrs. Joyce. Me había escapado del salón con Chris porque quería mostrarme una tema que había descubierto de Rage Against the Machine, así que estuvimos toda la hora riendo y fumando detrás de la biblioteca, en vez de aprender sobre logaritmos. 

Tenía algo de tarea que hacer, pero en esos momentos necesitaba tiempo para mí. Así que me encerré en mi cuarto más tarde, y puse a andar un álbum instrumental de Pink Floyd en el reproductor de CDs. Acostándome sobre las cobijas, abrí un libro y empecé a perderme en  otras historias. 

Estaba tan cansada que no tardé mucho en quedarme dormida. Soñé que era pequeña y de un momento a otro me estaba ahogando en barro.

Me desperté de golpe. Escribí algo en un post-it, un recordatorio, y lo pegué en mi pared. Sí, mi hermosa pared llena de pósters, fotos y pedazos de papel con cosas escritas, esas notas que dicen pensamientos, citas de libros y de autores y cosas por recordar ser o hacer o no ser o no hacer de nuevo.

Ten cuidado.

Ese era el recordatorio.

It's a good morning Mr. GarfieldDonde viven las historias. Descúbrelo ahora