prólogo

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Mi corazón comenzó a latir desesperado, no podía creerlo. Quería llorar, tenía rabia, impotencia. Miré a la cancha y las ganas de llorar aumentaron; el Chelo estaba agachado en el piso, llorando, mientras sus amigos intentaban contenerlo.

Salí de las galerías a paso rápido, ya sabía lo que tenía que ser, había tomado mi decisión.

Llegué abajo, y espere fuera de los camarines, viendo a todos los jugadores pasar, a paso lento y cabizbajos.

—Chelo... —lo llamé cuando pasó por mi lado. Él dirigió su vista a mi.

—Ahora no, Ro —su voz tenía un tinte amargo, mi corazón se escogió —. No voy a soportar otra derrota.

Dijo y pasó de mí.

Las lágrimas comenzaron a caer por mis mejillas, no podía soportarlo. Entendí entonces todo el daño que le causé, yo, que le prometí estar para él; yo, que le prometí ayudarlo y nunca dejarlo. Me di media vuelta y salí corriendo tras de él.

—¡Chelo! —grité, él estaba a unos metros de la entrada a los camarines. Si él entraba, lo habría perdido para siempre.

Contrario a lo que pensé, el Chelo se dio vuelta y me miró, con una profunda tristeza reflejada en sus ojos. Esa misma mirada que traía trece años atrás, cuando su hermano falleció.

—Chelo... Chelo yo te amo. —sollocé. Me lancé a sus brazos y lo besé, tal como la primera vez.

Solo esperaba no haber llegado tan tarde.

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